HAPPY. APRENDE A SER TU MISMO
Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )
Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )
Como este fin de semana se han juntado dos festividades al mismo tiempo —una coincidencia que se da cada cierto tiempo— en Novelesco nos hemos querido informar un poco sobre el origen de ambas. Así que comencemos por la que más nos gusta, la reina de las máscaras y las fiestas desenfrenadas —o no ; )
¿Cuántas veces os habéis disfrazado para estas fechas a lo largo de vuestra vida? Si eres la clase de persona que no disfruta con ello, no pasa nada. Pero estoy seguro que como mínimo en la época del colegio sí que cediste ante los impulsos de esta festividad, cuyos orígenes posiblemente se remonten a 5.000 años atrás. ¿Tan antigua? Puede que se pregunten algunos. Y la respuesta seguirá siendo la misma. SI.
El carnaval nace de una fiesta pagana. Este término surge del latín “paganus”, que significa “rústico” o “habitante del campo”, y apareció por primera vez en inscripciones cristianas de principios del siglo IV, para designar y diferenciar a los que seguían creyendo en Dioses externos a la fe cristiana y judía —por rechazo hacia la misma o por desconocimiento.
¿Por qué explico esto? Considero que no va mal saber un poco de todo. Y nos viene de perlas para ahondar en el tema. Se cree que el Carnaval puede haber surgido de varias fiestas antiguas, por lo que voy a citar algunas:
Cuando el cristianismo fue expandiéndose, el Carnaval ganó renombre. Antiguamente duraba tres días y consistía en un pequeño desfase antes de la cuaresma. Mientras transcurrieran los festejos se permitía casi todo, tirando por la borda algunas normas/convencionalismos sociales. Y ese es uno de los principales motivos de que aparecieran los disfraces/máscaras/etc, ya que la gente deseaba ocultar su identidad real para dar más… rienda suelta a sus instintos ; )
Considero que no hace falta añadir nada más sobre esta fiesta que tanto nos gusta. Así que ahora hablaremos de la que nos queda.
Ésta celebración suele celebrarse principalmente en países anglosajones, aunque se ha extendido por todo el mundo. Y su origen se remonta al lejano imperio romano.
A mi personalmente me ha sorprendido descubrir que había algo de historia, ya que daba por hecho que se trataba de una invención de la época actual para desarrollar el consumismo comercial y masivo, como sucede con otras festividades de mayor calado.
No obstante me ha encantado darme cuenta de mi error. Así que vayamos al tema que nos interesa, explicando lo que se “sabe” sobre este santo en particular.
San Valentín era un sacerdote que ejercía en Roma, más o menos en el siglo III después de Cristo. Por aquel entonces gobernaba el emperador Claudio II, que decidió prohibir el matrimonio entre los jóvenes. Según él, un hombre soltero era un mejor soldado al no tener ataduras con nada ni con nadie.
Valentín vio este decreto como algo injusto y decidió desafiar al emperador. ¿Cómo? Pues celebrando en secreto las bodas de jóvenes enamorados, y supongo que de ahí viene que sea el santo (y la festividad/día en sí mismo) asociado al amor.
Pero la historia no se detiene aquí. Resulta que Claudio II acabó enterándose de lo que hacía el sacerdote en la clandestinidad; y como éste gozaba de una fuerte popularidad y repercusión en Roma, decidió ser cauto y llamarlo a palacio. Valentín acudió al llamamiento, preparado para promover el cristianismo, logrando ir capturando la curiosidad del emperador, que lo escuchó con suma atención. A pesar de haber conseguido despertar su interés, el ejercito y un gobernador llamado Calpurnio interfirieron en contra del cristiano, logrando que Claudio II dejara de prestar atención a las palabras del sacerdote, incluso quitándole de la cabeza cualquier idea que el pobre hombre hubiera conseguido implantar en su mente sobre esa nueva fe.
Entonces el emperador mandó encarcelar a Valentín. Y una vez en prisión, el oficial Asterius —el encargado de ejecutar el arresto— decidió reírse de él. Ni corto ni perezoso retó al cristiano a que retornara la vista a una de sus hijas llamada Júlia, que nació siendo ciega. Y en ese momento Valentín obró un milagro por la gracia de Dios, consiguiendo que la pobre muchacha, para sorpresa de Asterius, recuperara la visión. Ese mágico acontecimiento caló hondo en el oficial, dejándolo tan impactado y feliz que tanto él como toda su familia acabaron por convertirse al cristianismo.
Aunque eso no libró al sacerdote del cadalso, pues Claudio II, que era un emperador débil de carácter, finalmente mandó que lo martirizaran y ejecutaran el 14 de febrero del año 270.
La leyenda cuenta que la joven Júlia plantó un almendro de flores rosadas junto a su tumba, en señal del más puro agradecimiento por lo que el sacerdote había hecho por ella. Y por ese motivo el Almendro es el símbolo del amor y de la amistad duradera.
Como veis la historia tiene su punto y me ha parecido curiosa. Pero… El día de San Valentín sigue resultándome una fecha comercial a más no poder, sobre explotada hasta el infinito como sucede con otras festividades populares.
Ahora me gustaría añadir un dato curioso. Se tiene constancia de la primera incursión comercial de la festividad. En Angloamérica, en el año 1842, Esther A. Howland comercializó de forma masiva las primeras tarjetas postales con símbolos como los corazones o Cupido y sus flechas. Estas postales eran conocidas como “Valentines”.
Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )
Bienvenidos de nuevo, luciernaguillas. ¿Cómo habéis podido soportar otra semana sin mí? Oh, seguro que lo habéis hecho bien, no seáis aduladores. Aunque por otro lado me encanta que me digan cosas bonitas; así que venga, comenzad a endulzarme los oídos. Ohhhhh, así me gusta, si, un poco más. Recordadme lo oscuro y cínico que puede llegar a ser mi sentido del humor. Si… si…
Bien, tal vez ya sea suficiente, dejad de engordarme el ego; porque de no hacerlo me pondré tan gordo que no seré capaz de hablar y dejaré mi figura de ogro para transformarme en una especie de sapo mutante. Y si he de metamorfosearme, sabéis que prefiero hacerlo en gatito. De hecho ya lo noto, mis orejitas se vuelven puntiagudas, ya me está saliendo una bonita colita en el trasero y mi vejiga ha adquirido el tamaño de Inglaterra. ¡Qué sensación tan maravillosa! Me siento tan rebosante de colorines… Ya estoy en mi cajita gatuna rosa, escarbando con las uñitas en las páginas de los cuentos que sustituyen la arena… Y os puedo asegurar que esta semana, voy a soltar muchos, muchísimos litros de purpurina.
Hoy vamos a hablar sobre un relato muy conocido, aunque nos ha llegado tan distorsionado que pocos lo reconocerán en su versión original, por no hablar de que en el fondo oculta varias connotaciones y simbolismos sexuales. Sí, lo habéis leído bien. Pero no nos adelantemos, me gusta ir despacio, sobre todo cuando veo que he captado algo de vuestro interés. Así que hoy presento a …
¿Supongo que la portada lo dice todo, no? Muy bien. Entonces… ¿Que se puede decir de este relato que no se sepa ya? Os preguntaréis algunos. Y la respuesta es tan simple que escuece. Se puede decir de todo. Si, SI, vuestros ojitos escrutadores no os engañan. Y eso significa que por fortuna, disfrutáis de una buena comprensión lectora.
La primera versión escrita que se conoce de Caperucita surgió del puño y letra de Charles Perrault, ese caballero francés tan simpático del que hablamos el otro día. Y sí, se trataba de un relato oral de tradición campesina, que él recopiló durante uno de sus viajes a aldeas y pueblos pobres, el mejor lugar para encontrar inspiración –o para que te lo roben todo y te apuñalen tan ricamente, dejándote más agujeros que un queso gruyer.
Considero que no hace falta volver a explicar demasiado sobre este señor. Por lo que solo añadiré un par de datos curiosos, para despertar las neuronas dormidas de algún que otro lector olvidadizo. Este hombre escribió “Cuentos de mamá ganso”, en el que recopiló varios relatos orales y los adaptó a su época.
La historia de Caperucita roja, a pesar de haber sido simplificada y dulcificada con el paso del tiempo, era la única del libro que no acababa bien, un dato que me fascina. Bastantes años más tarde los hermanos Grimm volverían a readaptar la historia a su época, cambiándolo más todavía, quitando mucho salseo y añadiendo el manido final feliz, algo que en sus orígenes, cuando se explicaba posiblemente en la oscuridad de la noche y amparados por el titilante candor de las velas –un lugar tan precioso como mi cueva– no existía; y según mi tenebroso sentido del humor, tampoco necesitaba. En cuanto más cruel sea el final, más caramelizado para mis sentidos se vuelve.
Sí, ya sé que ha sonado rancio. Pero soy Mr. Ogro, ¿recordáis?
Una vez hechas estas pequeñas reflexiones vayamos al tema que nos interesa. Así que comenzaré por el relato versión Perrault, para luego matizar algunos de los cambios que implementaron los hermanos Grimm.
Érase una vez –bla bla bla– en un pueblo vive una niña preciosa, la más bonita de las cercanías y todo el mundo la adora. De momento la historia pinta muy original, ¿verdad?
El caso es que la abuela quiere tanto a su nieta, que manda a que le confeccionen una caperuza roja. Y ese regalo le queda tan y tan bien, que los vecinos comienzan a llamarla Caperucita roja.
Un día su madre cocina unas tortas y le pide a la niña que se las lleve a la abuela, junto a un tarro de mantequilla. Por lo visto le han llegado noticias de que la pobre anciana anda enferma, y como no, vive en una aldea vecina; y por si eso fuera poco, resulta que para llegar hasta su casa se ha de cruzar por lo más profundo del bosque. Así que Caperucita se marcha, con la comida metidita en una bonita y cuca cestita de mimbre. De repente el sonido atroz de un canto desafinado e infantil inunda el bosque, provocando que los pajaritos huyan despavoridos. Qué, no me miréis así. En la vida no se puede tener todo, en ocasiones el hecho de poseer belleza no significa que también tengas que cantar como los ángeles.
La niña va caminando feliz, hasta que de repente se encuentra con un lobo, nuestro amigo de la semana. El pobre lleva en ayuno —por una dieta inflingida por la vida, que malvada— y al ver a la chiquilla le rugen las tripas. ¿Alguien ha dicho almuerzo? El lobito seguro que sí. Como es un tipo espigado, sabe que cerca de allí trabaja un grupo de leñadores que acudirían al auxilio de la niña. Y aprecia demasiado su peludo pescuezo, que le vamos a hacer. Así que zalamero, decide preguntarle al banquete andante hacia donde va.
Caperucita, que es una niña muy inocente y desconoce los peligros de hablar con lobos, le responde con una bonita sonrisa:
“Voy a ver a mi abuelita, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía”.
La niña realmente no comprende las mecánicas del mundo, ni lo oscuras que se vuelven en ocasiones. Así que desconociendo el peligro, le da las indicaciones de cómo llegar, incluso de cuál es la casa de la anciana, que resulta ser la primera –y como no, la más apartada– de toda la aldea.
Al lobo, que ya no puede más con la vida y está muerto de hambre, se le ocurre una gran idea. Y le dice:
Caperucita roja acepta el juego toda sonrisas y se marcha por el que le ha tocado, que resulta ser el más largo. Ahora sumémosle a ese hecho varias acciones, como la búsqueda de flores, la caza de mariposas y el martirizar con gallos bochornosos a cualquier bicho viviente del bosque.
Una vez ha perdido a la niña de vista, nuestro amiguete de la semana aprovecha eso en su favor y corre hacia la casa de la abuelita, llegando en un santiamén –aunque la niña tampoco se lo pone muy difícil–. Y una vez parado frente a la puerta llama. ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
Responde el lobo, supongo que poniendo voz de castrati. Ahora me gustaría matizar un pequeño detalle. O realmente nuestro amiguito tenía un problema mayúsculo con una voz de pito o el oído de la anciana no andaba muy fino. El caso es que ella, creyendo que su nietecita ha llegado, le indica como abrir la puerta, que aparenta estar cerrada. Una muy mala decisión.
El animal entra en la casa, encontrando a la pobre mujer en la cama. Y seguidamente la devora sin piedad, aunque supongo que de una forma muy limpia, tanto, que no deja ni una mancha de sangre. Creo seriamente que él debía tener una mandíbula elástica, a lo boa constictor o algo similar. Nunca dejaré de sorprenderme por los avances de la naturaleza. Pero volvamos al relato.
Una vez ya se ha zampado a la abuela, nuestro amigo se viste con su camisón y se mete en la cama. Pasa el rato y por fin llega la niña, que toca a la puerta.
Aunque por otro lado ese rasgo humano me fascina, ya que puede ser tan caótico y destructivo como una guerra.
Finalmente el lobo le indica como abrir la puerta y la niña entra en la casa. Él, que apenas es capaz de contener la saliva, finge ser la anciana y con buenas peticiones consigue que la niña deje las cosas en un rincón y se meta en la cama con él. Entonces la caperucita nota cosas. Y aquí viene el famoso diálogo, archiconocido hasta la más remota y tremenda saciedad.
Pero ese no es el final que yo conozco… Seguro que argumenta alguno. Y eso se debe a que la versión mencionada arriba es la de Charles Perrault. Sí, ese escritor francés del que hablé al principio del artículo y en capítulos anteriores. De acuerdo, de acuerdo, no deseaba ir de listillo. O tal vez sí, quien sabe.
Volvamos al tema que nos interesa. Fueron los hermanos Grimm quienes, después de haberle dado otra vuelta de tuerca al relato de Perrault, escribieron la versión que ha perdurado hasta nuestros días, quitando alguno de sus contenidos adultos —salseo, mucho salseo— por desgracia. Y se dice que para hacerlo, se inspiraron en tres fuentes:
La primera –como no podía ser de otro modo– el relato original.
La segunda, una versión oral de una joven de alta alcurnia que, posiblemente, había tenido acceso al cuento del francés. Es lo que tiene nacer en una familia pudiente, niños y niñas.
Y la tercera, una obra escrita en 1800 por Ludwig Tieck, «Leben und Tod des kleinen Rotkäppchens: eine Tragödie» («Vida y muerte de la pequeña Caperucita Roja. Una tragedia»). Es en esta interpretación donde surge la figura del leñador, que salva a la niña y a su abuelita, un recurso que mantuvieron los Grimm.
Bien, hasta aquí hemos hablado sobre los dos versiones conocidas del relato. Y por fin le toca el turno a la original, la historia que Perrault encontró, tal vez, alrededor de una hoguera o chimenea, en una probable noche de tormenta invernal. ¡Cómo me gusta esa ambientación!
Perdonadme, me he perdido imaginando tan sórdido y tenebroso lugar. Dejad que me reubique, sí, ya está. Antes de entrar a relatarlo puntualizaré otra cosa más. Hay elementos que pese a los cambios de concepto, siguen manteniéndose a día de hoy. Como por ejemplo el principio.
Ahora sí. Ya soy un gatito completo otra vez, aunque sigo manteniendo mi carita de ogro. Y oh, ya está a punto de salir la purpurina. Este es el cuento del que he hablado en el párrafo anterior. El que se transmitió de boca a oreja, en un ciclo interminable hasta que el puño de un francés, lo capturó.
Erase una vez –bla, bla, bla, básicamente todo le mantiene igual–, la madre de Caperucita roja le pide a la niña que le lleve comida a la abuela enferma. Hasta ahí todo sigue siendo lo mismo. Pero cuando el lobo –hay versiones en las que se dice que es un HOMBRE lobo–. ¿Tal vez ya seas capaces de captar un ligero cambio de simbolismo? Si la respuesta es afirmativa, chicos y chicas listos/as. Y si es negativa, buscad a un psicoterapeuta. NO, es broma, es broma. Hacía rato que no soltaba alguna de las mías.
Continuaré el relato diciendo que Caperucita se encuentra con un licántropo —en aquella época lo llamaban hombre lobo, pero prefiero alardear de mis conocimientos adquiridos en este presidio—. Y eso lo veo más plausible. ¿Un animal que habla? Avisadme si veis alguno, luciernaquillas, en este blog me encuentro a muy pocas criaturas tan extrañas como yo.
Volvamos al cuento. El caso es que nuestro amigo sigue hambriento —aunque tal vez sea de otro tipo de carne— cuando se encuentra con la jovencita. Entonces le pregunta hacia dónde va y ella le responde lo mismo que en las otras versiones, confiada. Es aquí cuando el relato original toma un matiz distinto, pues el lobo le propone dos caminos, el de las agujas o el de los alfileres. Me encanta cuando se nombra a objetos puntiagudos que se clavan en cosas… Y si encima provocan unas deliciosas punzaditas de dolor, tanto, tantísimo mejor.
La chica contesta que desea irse por el de los alfileres, pues nuestro amigo es un tipo listo y la engaña previamente, diciéndole cuál de los dos es más corto. Y lo hace cruzando los dedos en la espalda, por supuesto.
De esta manera nuestro licántropo corre veloz por el más corto, llegando el primero a casa de la abuela. Entonces pica a la puerta. ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
Responde el lobo, y supongo que, como en las versiones anteriores, poniendo voz de castrati.
Entonces la anciana le indica como abrir la puerta y nuestro amiguito simpaticote entra, y se lanza a matarla al instante. Pero en vez de comérsela primero, parte algo de su carne y rellena con su sangre una botella de vino vacía que había por allí. Creo que ahora hemos resuelto el misterio… ¿Y si lo que tenía la abuela era resaca?
El caso es que una vez ha preparado estos elementos, el licántropo los deja tranquilamente en la alacena y se pone el camisón de la mujer, para luego meterse en la cama a esperar.
Un rato más tarde Caperucita por fin llega a su destino y llama a la puerta. ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
Entonces la muchacha escucha las indicaciones de como abrir la puerta y entra en la casa, diciéndole ha ido a ver como se encontraba y que le trae viandas que le manda su hija.
En ese momento nuestro amigo le informa de que también hay comida en la casa, y la invita a que pruebe, especialmente, la carne y el vino que ha dejado en la alacena. Si, lo habéis leído bien.
Y como no podría ser de otro modo, nuestra jovencita de roja caperuza aún no ha merendado y tiene hambre, por lo que se pone a comer tranquilamente lo que le han ofrecido. Cuando ya está medio saciada pasa un gatito parlante por una de las ventanas y se escandaliza. Si, un gatito que habla. ¿Podéis traérmelo si lo encontráis? Suelen ser el alma de la fiesta.
La cosa va fluyendo hasta que el lobo disfrazado, insta a la caperucita a que se desnude y se meta en la cama con él. ¿Alguien en la sala dijo que esto suena muy turbio?
Le pregunta entonces ella, mientras comienza a desvestirse.
Contesta el malvado. Y así va sucediéndose con cada prenda de ropa, en los que la chiquilla va haciendo caso y va lanzándolas a la chimenea. Hasta que finalmente se queda desnuda.
Así que como hace frío, Caperucita corre a la cama y se mete con su dulce abuelita. Y es en ese momento cuando por fin, después de algún ignorado y tierno acto de canibalismo, se da cuenta de varios rasgos extraños en la “mujer”. Siempre me inclinaré a pensar que sí, tal vez la muchacha fuera muy hermosa, pero le que se dice lista…
Contesta el licántropo abalanzándose sobre ella. Por desgracia, el leñador fue un añadido de los hermanos Grimm. Y nuestro amigo ata a su presa a la cama y se la come enterita, muy lentamente.
Este es el cuento original. ¿Os ha resultado interesante? Espero que la respuesta sea un SI de enormes proporciones, luciernaquillas. ¿Habéis notado cierto… simbolismo sexual?
Perfecto, esa sonrisa te delata. Y es ahora cuando toda mi purpurina de colorines ya ha brotado de mi vejiga… Y menos mal, ya comenzaba a asfixiarme que su tamaño fuera el de Inglaterra.
Llegados a este punto, para finalizar, explicaré los simbolismos que esconde el relato. No os preocupéis, ya comienzo a tener la garganta reseca de tanto hablar. Y comenzaré por el que forma parte del título:
El simbolismo del rojo: Éste color es de mis favoritos. Simboliza la sangre y en este caso el despertar sexual de la chica. También es el color del himen –¿Hace falta que especifique femenino?–, y el resultado de perder la virginidad, hablando fino briboncetes.
El lobo/licántropo: El galán engatusador de doncellas, el zalamero que sólo busca un ratito de diversión. Como habréis adivinado, es una representación del sexo, la satisfacción inmediata sin matrimonio —ejem..
Que el lobo se travista, poniéndose la ropa de la abuela: Ambigüedad, usar cualquier fin a su alcance para satisfacer el deseo/ego.
El canibalismo: Esto es bastante común en muchas historias. La abuela representa el conocimiento, la madurez. Cuando Caperucita se come una parte de ella absorbe los conocimientos de la anciana. Por suerte para vosotros, —y para la yaya, por qué no cecirlo— en realidad esto es una metáfora y no un suceso literal. Aunque a este señor Ogro le gusta ver algo de casquería de vez en cuando y nunca le dice que no a una película de terror.
La casa de la protagonista y el bosque también gozan de simbolismo. El primero, es el hogar seguro, la familia. El segundo es el mundo exterior plagado de incógnitas, de caminos misteriosos y de peligros; es un puente hacia lo desconocido.
Y por último el hombre lobo/licántropo no la devora en realidad, luciernaguillas. Le hace otro tipo de cosas… Vamos, que se la «come» de otra manera…. ¿Alguien ha dicho una palabra que comienza por SEX y termina con O?
La moraleja del cuento: Vigila dulce niña, que desconoces como es el mundo de ahí fuera. Porque está lleno de galanes y de placeres que pueden traerte diversión, pero luego consecuencias nefastas, nefastísimas.
Creo que no necesito decir nada más. Y para finalizar por hoy, cuelgo a continuación un AS en la manga. Me he guardado una última carta, luciernaquillas, y me la había reservado para este momento. Y aquí está. Se trata del último párrafo del cuento original de Perrault, algo que mantuvo intacto. Ya sé que os encanta leerme, pero le cedo el turno a este simpático caballero.
Ahora si, creo que ya es hora de despedirnos.
Sacad vuestras próximas conclusiones, luciernaguillas. Espero que este cuento de hadas no os haya dejado indiferente.
Hasta el próximo Miércoles, amiguitos y amiguitas!!! He recibido un aviso de la bruja del mar y puede que consiga irme de vacaciones, quien sabe. Volved por si acaso. Si os atrevéis…
BILIOGRAFÍA:
Nota importante: Debido a un problema técnico se han borrado las fuentes que utilicé, en su momento, para escribir este artículo. Pero he vuelto a buscarlas y adjunto varias.
LA VERDADERA HISTORIA DE CAPERUCITA ROJA, CUENTOS DE GRIMM
LA VERDADERA HISTORIA DE CAPERUCITA ROJA, ALTILLO
Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )
Bienvenidos de nuevo, luciernaguillas. ¿Pasar una semana alejados de mi se ha convertido en un suplicio? Oh, no seáis tan aduladores. Engordándome el ego sólo conseguiréis que me hinche tanto, TANTO, que acabe explotando dentro de mi rincón oscuro, armando un buen jaleo. Y no me sienta bien la suciedad, para eso ya están los enanitos solterones de Blancanieves.
¿Tenéis ganas de saber sobre qué cuento hablaremos hoy? Ya me va saliendo el pelo, mis uñas se afilan rápidamente mientras encima de mi trasero brota una colita gatuna… Y siento… ohhh, sí, ya lo noto… vuelvo a hacerme pis…
Pero dejad que esta beldad de gatito salga a miccionar fuera, porque esta semana no habrá cajita de arena con cuentos a los que rociar. Y de haberla, el relato de hoy lo encontraríais en la librería, apartado de los demás. ¿Por qué? Espero que os preguntéis. Como sois, sabéis que responderé encantado. Y la respuesta es maravillosa; ni kilos de azúcar —de ése blanquito que soléis consumir, tratado con dulce cal viva para que pierda el color— conseguirían que brotara purpurina del relato, por su contenido macabro. Y ahora sí, ha llegado la hora de presentar a…
¡Tachán! ¿Lo conocéis? Seguro que alguno de vosotros ha oído sobre él. No obstante, antes de abordarlo me gustaría hablar un poco de su autor, mencionado en el capítulo anterior, un escritor francés llamado Charles Perrault (1628-1703).
Este simpático caballero nació en el seno de una familia burguesa acomodada, en la bella París. Estudió derecho y comenzó a trabajar como funcionario gubernamental. Tomó parte en la creación de la Academia de las ciencias, y en la restauración de la Academia de pintura. Con el paso del tiempo fue ascendiendo hasta ser de los primeros funcionarios reales. Durante la mayor parte de su vida adulta estuvo alejado de la fantasía, escribiendo odas, discursos, obras que halagaban el poder del rey, de los príncipes etc. No fue hasta los cincuenta y pico cuando escribió “Historias o cuentos del pasado”, más bien conocido por “Cuentos de mamá ganso”, debido a la ilustración de la portada. Siendo sinceros, fue un autor prolífico aunque han sido sus relatos fantásticos los que han llegado hasta nuestros días, encumbrando su nombre en lo más alto. Y sí, Perrault también recopiló relatos orales y algunos de los hermanos Grimm, adaptándolos a su época, aunque se sospecha que para el cuento que nos ocupa pudo inspirarse en varios personajes históricos. Sí, lo habéis leído bien. ¿He conseguido despertar vuestra curiosidad? Pues seguid leyendo un poco más…
Así que hechas ya las presentaciones, vayamos al tema que nos interesa, el cuento in situ.
Hace ya mucho tiempo vivía un hombre muy rico que despertaba las envidias y las habladurías de sus vecinos. Su barba era espesa, abundante y de color azul, un hecho que conseguía mitigar la curiosidad y despertar la desconfianza de todo el mundo. Cada vez que el caballero hacía una fiesta —de éstas a las que sólo hay que acudir para contemplar el lujo desmedido en cada rinconcito del salón— había un invitado especial que nunca lo dejaba tirado. Él mismo. ¿Porque digo esto? Os preguntaréis. Y la respuesta es muy simple, porque a parte de nuestro protagonista y su sombra, a la velada no acudía ni Dios.
El caso es que el señor de la barba extraña pronto siente la necesidad de los mimos de una buena esposa —inevitable— y comienza a buscar pretendientas. En la mayoría de las ocasiones las doncellas y las señoritas de bien lo rehúyen, siempre con la mirada clavada en cada pelo azul de su cara. Aunque las lenguas pueden ser maliciosas y lo cierto es que sería injusto decir que tan mala fama fuera solo por su vello facial. También se decía que el caballero ya había estado desposado varias veces, y que todas sus esposas desaparecían sin dejar rastro… Vamos, el prototipo de novio perfecto que todo padre desearía para sus hijas, ¿Verdad?
Va pasando el tiempo y nuestro señor barbudo escucha que una vecina suya tiene dos hijas jóvenes y bonitas, que aparte, también se hallan solteras y en edad casadera. El coktel de noticias resulta tan alentador que el caballero se viste con sus mejores galas y acude a casa de su esperada futura suegra.
La mujer y sus hijas lo reciben atentamente, al principio, hipnotizadas por la espesa barba de color que ha aparecido en el salón, aunque lo tratan con la más extrema cordialidad. Entonces el invitado le pide a la señora que le conceda a una de sus criaturas en matrimonio, mostrándose tan halagador que insta a la buena mujer para que sea ella quien escoja por él. Siempre me inclinaré a pensar que al briboncete le encantaron las dos mozas. Y añadiré que por fortuna, en esa casa no había ninguna hermana fea, creo hasta la madre debía tener su punto.
Al principio la buena señora no sabe qué decir y las dos jovencitas la miran con los ojos abiertos como platos. La madre sabe que si una de ellas se casa con él, será dueña de una gran fortuna, permitiéndoles el caro privilegio de bailar flamenco sobre las facturas y los problemas económicos. No obstante, a pesar de tan suculenta petición, no se siente con el corazón de escoger. Y para tensar un poco más la situación, sus hijas comienzan a tirarse la pelota del pretendiente —algo desesperadas, por puntualizar algo—, ya que ninguna lo quiere como marido ni como nada de nada.
Así que Barba Azul, que ya es un señor curtido, decide invitar a la familia entera y a sus amistades a pasar unos días en una de sus lujosas fincas en el campo.
Un ofrecimiento así de maravilloso consigue que la señora y las señoritas dejen de pensar en la barba del caballero, aceptando de inmediato la invitación. Ya tienen una excusa para ser testigos de toda aquella riqueza de la que tanto se rumoreaba. El poder de la curiosidad siempre conseguirá dejarme fascinado, es maravilloso, más cuando eso lo convierte en algo puramente diabólico…
Sí, ya sé que ha sonado rancio. Pero soy un ogro, ¿recordáis? Volvamos al relato.
Llega el deseado día y las pretendientas han juntado a casi toda la familia, incluyendo a los primos del pueblo. El señor barbudo los recibe a todos encantado de la vida, tal y como había prometido. Y de ese modo la fiesta da comienzo, ya que por fin acuden invitados reales a una de sus veladas, y ante semejante acontecimiento, la suerte del impopular está a punto de cambiar. Durante ocho largos días de lujo desenfrenado, de jornadas de juegos y bromas, de contarse secretos unos a otros, de abundantes risas y conversaciones en largos paseos por los esplendorosos jardines y terrazas de la finca, las hermanas dejan de mirar tan mal al caballero, incluso comienzan a ser capaces de distinguir los rasgos y el buen porte que hay detrás de tan atípica barba.
Después de estas mini vacaciones, al regresar a casa nuestro protagonista —es una lástima que esta semana no tenga un dulce bombonicto, pero que le vamos a hacer. La historia es como es— se casa con la hija menor de su buena vecina —y suegra—. La chica ya no le tiene miedo y piensa que es un partido inmejorable, aparte de que el galán, seguramente, consiguió encandilarla durante largas conversaciones con vistas a un glorioso día de primavera.
Y tras la boda, la feliz y recién pareja se marcha a vivir a uno de los mejores palacios del señor barbudo, que seguramente, espera con ansia la noche de nupcias.
Pasa el tiempo y la risueña esposa es completamente feliz. Su marido no está nada mal y se ha convertido en una persona muy rica. La vida le sonríe, hasta que un día Barba Azul le comunica que ha de partir en un viaje de trabajo, y le deja todas las llaves del castillo.
Entonces le dice:
Pero entonces la muchacha advierte que hay otra llave sobre la que su marido no habla. Una de color azul. Y curiosa le pregunta:
“¿Y esta tan mona, que abre?”
Oh, la curiosidad. Es un rasgo que me encanta. El marido le contesta que esa llave abre una pequeña puerta de color azul, que hay en una parte del castillo. Y le hace una petición —aunque yo diría advertencia:
“Podrás entrar donde quieras, traer a todas las personas que desees como invitados a mi casa, a tus hermanos, a tus amigas, a quien desees. Recorred cada palmo del palacio y celebrad fiestas en mi ausencia, pasadlo muy bien. Pero bajo ninguna circunstancia abras la puerta que acabo de mencionarte, porque de hacerlo, toda mi furia se desataría sobre ti. Y ni tan siquiera Dios podría salvarte”.
La mujer queda enmudecida y decide no seguir indagando, aunque le promete que obedecerá, con el miedo introducido en el cuerpo. Uyyyy, preciosa; creo que tu esposo no está siendo lo que aparentaba.
Barba Azul se marcha y nuestra protagonista femenina aún sigue con el mensaje de su esposo en la cabeza. Y la amenaza había resultado más que evidente. Pero ahora estaba sola, mientras obedeciera tan extraña petición nada podría sucederle.
Así que decide comenzar a hacerle caso por lo de pasárselo de miedo. Ni corta ni perezosa la señora del castillo manda a varios sirvientes para que vayan a avisar su hermana y a todas sus amigas, dando comienzo a una desenfrenada velada del marujeo. Y unas horas más tarde un aluvión de chiquillas chismosas, disfrazadas de adultas, acuden en masa al llamamiento. Todas habían sentido una curiosidad desmedida hacia aquel caballero, contenida por los rumores y el color de su barba. Pero aquel matrimonio lo cambiaba todo…
El castillo se ve invadido por un ataque de vestidos, berridos y zapatitos, que repiquetean provocando un sonido particular cuando, en tropel, corretean por cada corredor y habitación del castillo, desnudando sus entrañas. “¡Oh, que vajilla! ” grita una. “¡Pero mira que joyas! ” Lo hace otra. Incluso alguna se desmaya al ver el vestuario de la señora, tan repleto de vestidos que revienta su imaginación. Pobrecita, digo yo. ¿Tal vez le dio una sobredosis de sedas?
Cada vez que usan la llave maestra, el grupo descubre una nueva estancia, decorada con un lujo y un buen gusto excesivo: mármoles de carrara, decoraciones de ensueño compuestas por grandes espejos con marcos de oro y plata, muebles de maderas nobles y cortinas de telas exquisitas, esculturas traídas desde todos los confines del planeta, alfombras de la lejana y exótica Persia… El asombro las traspasa, junto a punzaditas de envidia. “¿Por qué ha escogido a esta?” se preguntan la mayoría. Barba Azul se transforma de repente en un hombre extremadamente codiciado. Así que a partir de ahora, lo llamaremos B.A (con pronunciación en inglés, BE EI), que suena a famoseo.
Nuestra protagonista no sale de su asombro, anonadada por cuanto posee. Va a vivir como una reina el resto de su vida. Pero —y en este cuento los hay muchos— sigue pensando en la llavecita que abre la puerta prohibida. “¿Pero si me prometió su riqueza, por qué no me deja ver todo cuanto tengo?” “¿Pero qué secretos me esconde mi esposo?” A ella la educaron para creer en el matrimonio, pero una visión tan idealizada que solo existe en los sueños bajo el influjo de Morpheo. Finalmente decide seguir disfrutando la velada y corretear como una loca chillona junto a sus amigas.
Pasa el rato hasta que alguien le pregunta por la puerta prohibida y ella, sin saber qué decir —supongo que prefiere quedarse la amenaza de su esposo para ella sola— evade el tema como puede. Y la verdad, el palacio está tan repleto de distracciones que apenas le cuesta logararlo. Pero su curiosidad ya arde como un volcán, así que decide investigar un poco. Deja en el piso superior a su hermana y a sus invitadas y baja sola hasta llegar a la puerta azul, que se halla en el fondo de una larga y oscura escalera. ¿No os parece un lugar ideal para dejar libre a la curiosidad? Es tétrico, oscuro y macabro, pero la determinación de la muchacha es tan férrea que desciende cada peldaño conteniendo el aliento. Cuando llega junta a la puerta duda. “¿Pero qué diablos hay detrás de esta condenada puerta?”
¡Toc toc! Abre, cariño. La curiosidad llama y es para ti.
Tras sopesarlo, nuestra querida jovencita decide que como es la mujer del dueño y señor de todo eso, ella también es propietaria de lo que hay en aquella estancia. Y en un matrimonio sano no se esconden secretos. Pero en el fondo sabe que se está auto convenciendo, ella quiere ver lo que hay al otro lado. Ya ha dejado de considerar que le pueden suceder cosas malas al desobedecer a su marido. Así que introduce la llave y la puerta se abre del todo. Da a una oscura habitación y huele raro, digo yo.
La señora entra y chof! Chof! Chof! El suelo está pegajoso y hace un ruido desagradable al caminar. En poco tiempo su vista se aclimata para ver mejor… Horrorizada contempla que el piso se halla cubierto de sangre coagulada y de las paredes cuelgan cadáveres de mujeres, alguna medio podrida ya, supongo, todas con una bonita sonrisa en la garganta y la cabeza casi cercenada. Y lo que es peor. Su instinto e intuición le hablan, haciéndole saber que son las difuntas mujeres de su amado esposo.
El miedo traspasa a la chica y le entran ganas de salir por patas de allí. Con los nervios tira la llave al suelo nada más sacarla de la cerradura, la recoge y abandona la habitación, dejándola bien cerrada. Entonces sube a sus aposentos, completamente mareada y nerviosa, con unos sudores muy fríos resbalándole por la espalda.
Y yo pienso… ¿No te advirtió que bajo ningún concepto entraras en ese cuarto? ¿Por qué a los villanos no se les hace caso?
Toc! Toc! Cariño. Has abierto la puerta y la curiosidad te ha rociado de mier… excrementos.
Una vez en su habitación, la muchacha se da cuenta de que la llave se ha manchado de sangre y nerviosa intenta limpiarla. Pero resulta que está hechizada. Por más que frota, que la lava con agua, que raspa con arena o con todo lo que pilla los churretes rojos de amor vuelven a aparecer, mancillando de sangre todo cuanto toca. Ella llora desconsolada, recordando las palabras de su esposo y tal es su estado de nerviosismo, que el grupo de cotorras huye, después de haber pasado ya una inolvidable velada. Así que parten todas de regreso a sus casas, menos la hermana menor, que nota la histeria en nuestra protagonista.
Esa misma tarde B.A regresa sin avisar, alegando que a medio camino le llegaron noticias de que los asuntos que debía tratar se habían resuelto antes de tiempo. El matrimonio pasa su última noche con aparente normalidad, aunque ella finge bastante mal que celebra el regreso de su buen esposo.
Al día siguiente él le pide las llaves. Su amorcito se las da, con la mano temblorosa y el señor del castillo, que ya es un hombre curtido, comienza a hacerse una idea de lo que ha sucedido y además, advierte que una de las llaves brilla por su ausencia.
“¿Por qué la llavecita azul no se halla con las demás?”
“Me la habré dejado arriba”.
Mareada perdida, nuestra joven amiga sube a sus aposentos y coge la llave, para volver junto a su marido. Y nada más dársela, la maldita comienza a sangrar, manchando el guante de B.A.
“Pues yo si lo sé. Has entrado en la habitación que te prohibí. ¡Y ahora ocuparás el sitio que te corresponde junto a las demás!»
La mujer se arrodilla a los pies de su esposo, implorando perdón por ser desobediente. Pero nada ablanda el duro corazón de B.A.
Me gustaría puntualizar que siempre me inclinaré a pensar que la torre debía estar cerca de las habitaciones, porque si no, vaya pedazo de sentido del oído.
Pregunta nuestra protagonista a su hermana, llevándose una aterradora respuesta negativa. Mientras tanto, B.A espera a su mujer enfurecido en el piso de abajo, preparado con un gran y afilado cuchillo en la mano.
“¡Baja enseguida o subiré a por ti!”
“¡Baja maldita mujer!”
Brama B.A. Nuestra protagonista ya está casi vestida y vuelve a preguntar.
Entonces la hermana le responde que ve una gran polvareda… Unos segundos más tarde añade que se trata de un rebaño de cabras.
Yo a esto sí que lo llamo una tensa y laaarga espera.
B.A, que ya no desea esperar más, grita tan fuerte que retumba por toda la casa. Y nuestra protagonista, que ya está vestida de novia, baja hacia su destino. Desesperada, se lanza de nuevo a los pies de su marido implorando perdón. Pero él no va a cambiar de opinión. La agarra del pelo, dejando que su cuello quede más tieso que las cuerdas de un arpa y acerca el cuchillo. Pero justo cuando va a dibujarle una bonita y roja sonrisa en el gaznate, llaman a la puerta con tanto ímpetu que el hombre se paraliza. Y de repente sus dos cuñados la abren a patadas e irrumpen en el castillo, espada en mano. Como uno de ellos es dragón, y el otro mosquetero, B.A suelta a su mujer como si fuera un saco de patatas e intenta huir. Aunque por desgracia, como suele suceder en estas historias, nuestro carismático villano de la semana no lo consigue y muere atravesado por las espadas de sus cuñados.
Y sí, el final de la historia ya lo podéis suponer. Como resulta que B.A no tenía hijos, toda su cuantiosa riqueza pasa directamente a ser propiedad de nuestra ahora viuda curiosa, que se encarga personalmente de casar a su hermana con un noble y compra títulos a sus dos salvadores. Y sí, tras un tiempo, ella también acaba desposada esta vez, con un guapo y sobre todo, buen hombre, bla bla bla.
Bien, este es el relato de Barba Azul. La moraleja del cuento habla sobre la «Curiosidad femenina», vista desde una perspectiva con mucho polvo y solera. Yo soy de los que piensan que la curiosidad no entiende se sexos y estoy seguro de algo:
Si el mister se casara con una señora de pelo azul —y con las mismas movidas que en el relato orginal— estoy bien seguro de que acabaría con los amigotes y unas cuantas birras curioseando qué diablos hay tras esa puerta. Y posiblemente, chillando como locos después de ver el funesto contenido de la sala. En fin.
Ahora solo puntualizaré algo que considero de interés, antes de dar por finalizada la sesión de la semana. Se le considera un cuento “extraño” por su contenido fantástico casi inexistente, que lo hace contrastar con otras obras del autor. Y eso se debe, principalmente, a que se sospecha que la historia pudo estar inspirada en varios personajes reales, aunque solo mencionaré a uno. Gilles de Rais (¿1405?-1440).
¿Quién fue este simpático caballero? Espero que os preguntéis. Pues se trata de un noble del siglo XV, también conocido por ser un histórico asesino en serie. Es reconocido por su espesa, oscura y característica barba. Este señor luchó junto a Juana de Arco, codo con codo. Tras la caída en la hoguera de la joven y el final de la guerra, él cayó bajo el influjo del ocultismo más oscuro. Mandaba secuestrar a niños y los sacrificaba, incluso llegó a pedírselos a los padres, engañándolos con promesas de un futuro mejor para sus vástagos. En eso se parece a una de mis diosas favoritas, la Bathory. Oh, que pedazo de… ehem, par de virtudes tenía esta princesa de las tinieblas…
Volviendo a este caballero, uno nunca sabe la de vueltas que puede dar la vida. Porque vaya giro, sí señor. De Juana de Arco a homicida sectario, todo un buen despiporre.
Bien, creo que ya es hora de despedirnos.
Ahora sacad vuestras próximas conclusiones, luciernaguillas. Espero que este cuento de hadas no os haya dejado indiferente.
Hasta el próximo Miércoles, amiguitos y amiguitas!!! Si os atrevéis…
BILIOGRAFÍA:
NOTA IMPORTANTE: Debido a un problema técnico perdí los datos de las fuentes que consulté en su momento para escribir esta sección. Además, algunas de ellas han desaparecido con el paso del tiempo. La red es así. No obstante adjunto varias que he vuelto a encontrar.
BARBA AZUL, TRADUCCIÓN DE TEODORO BARÓ. BIBLIOTECA MIGUEL DE CERVANTES
INFORMACIÓN SACADA DE: CAMINO A ROCROI
Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )
Bienvenidos de nuevo, luciernaguillas. He de admitir que me encaaantaaaa volver a veros por aquí. ¿Mi pícaro, descarado y oscuro sentido del humor os ha encandilado? Sinceramente no me extraña, ya que siempre fui el ogro más carismático de mi clase. Ohhhh, ya lo sé. Acabo de dejar a los alrededores sin flores, tan pelados como la corteza de un árbol quebradizo y muerto. Qué penita tan asfixiante. Hoy hablaremos sobre otro fabuloso cuento de hadas, otra de esas joyitas edulcoradas por el paso del tiempo, pero que poco azúcar tenía en su versión original, escrita por primera vez en el año 1636. Disfrutad de la lectura mientas mi cuerpo vuelve a transformarse en el de un bonito gatito que orina purpurina de colorines.
Seguro que al ver la imagen de arriba un recuerdo os ha invadido la mente: esperad, esperad, dejad que enmarque mi frente con ambas manos para concentrar la energía y adivinarlo: veo a una preciosa princesita llamada Aurora, protagonista de una muy muy dulce película de dibujos animados, obra de un archiconocido estudio estadounidense. ¿Me he equivocado? Celebro ver que la respuesta es negativa. Pero tengo una mala noticia. Esa versión de la historia dista mucho de acercarse a la original, ya que ni siquiera acierta con el nombre de la princesa.
Pero vayamos por partes. ¿Qué decir de este relato que no se sepa ya? Haré un breve resumen, para entrar en contexto.
El cuento explica la historia de unos reyes que desean de todo corazón tener un hijo y no lo consiguen. Pasado un tiempo la reina por fin queda encinta, y nueve meses después alumbra a una preciosa niñita. El soberano, lleno de gozo, convoca una fiesta por todo lo alto para celebrar que por fin dejó de ser estéril y ha logrado ser padre. Qué bonito, ¿Verdad?
Volviendo al relato, la feliz pareja invita a los festejos a todo el reino, incluyendo a las hadas que viven allí. Pero quiere la desgracia que solo les queden doce platos de oro, metiéndolos en un pequeño apuro y rompiendo una simple ecuación matemática. Resulta que hay trece féminas mágicas, no doce. Los reyes piensan como saltar el escollo, aunque siendo sinceros, no se quiebran demasiado la cabeza; y después de cavilar unos segundos hallan la solución más maravillosa, de las que tanto me agradan. Deciden hacerle el feo a la menos popular y no invitarla a la fiesta.
El esperado día amanece y los soberanos presentan a su preciosa niñita en sociedad, ante un reino que les muestra su júbilo incondicional. Todo es música, banquetes alucinantes, gente brindando, cantando, riendo, bailando… Se va sucediendo la velada hasta que las hadas, orgullosas y felices de haber sido invitadas, deciden brindar a la criatura de todos los dones que cualquier mortal desearía:
Prefiero ser práctico y no enrollarme demasiado aquí. El caso es que cuando le va a tocar el turno a la última, irrumpe en el banquete el hada que han dejado en casa, hecha toda una furia. Siempre me han gustado las mujeres con carácter. Y… ¿Quién dijo que las haditas no podían dar por saco? El bomboncito se dirige al bebé con la misma frialdad que una cruda ventisca de un invierno infernal y le da su regalo, cargado del más puro resentimiento hacia los reyes por haberla considerado impopular.
Todo el reino, incluidos los reyes, quedan congelados de puro terror, mientras la intrusa desaparece en un pestañeo. La reina abraza a su hija y llora desconsolada, mientras su marido las mira con los ojos llenos de rabia y tristeza. Pero como suele pasar en estas historias, no todo está perdido, ya que aún queda un hada por formular su deseo. Y como la pobre criatura de Dios no puede deshacer lo que ya está hecho, decide jugar una carta en su favor.
Ya quedó claro en el capítulo anterior, Blancanieves, que lo de los besos no suele ser un detalle original. Perdonad esta puyita pero no lo he podido resistir, continuemos con el relato “Standard”.
Pese a los intentos de la buena hadita, a los reyes les entra un pánico atroz y ordenan retirar todos los husos, ruecas y demás instrumental puntiagudo para coser. A esta medida suman la de prohibir, bajo pena de muerte, su utilización de forma clandestina. Encierran todas las herramientas incautadas en lo más profundo de una torre de palacio y cruzan los dedos, esperando que con esa estrategia puedan librar a su niña del trágico destino.
Van pasando los años y la nena crece hasta convertirse en una hermosa princesa, como no, colmada de dones. Pero el destino no puede evadirse y una vez escrito, o maldito, como es el caso que nos ocupa, se cumplirá de forma inevitable.
En su quinceavo cumpleaños nuestra hermosa protagonista da con el almacén clandestino y pesadilla secreta de sus padres. Sin saberlo penetra en el interior de una estancia enorme repleta de agujas predestinadas y se pincha un dedito con un huso, cayendo dormida al instante. Sí, queridas luciernaguillas, lo sé, lo sé. Toda una novedad en este tipo de relatos. Desde luego la originalidad no era una prioridad.
Una vez la bella durmiente ya ha caído ante un plácido y hechizado sueño, las hadas deciden tumbarla en una bonita habitación decorada para la ocasión, sobre una cama en el centro de la sala, a lo expositor. Y seguidamente duermen a todos los habitantes del castillo.
Entonces va pasando el tiempo, los años se suceden de forma inalterable hasta que finalmente transcurre un siglo. Es entonces cuando un joven príncipe, que va de caza, descubre un palacio misterioso devorado por la espesura del bosque. Y para sorpresa de nadie, decide entrar. Como no, las hadas, que suelen ser inmortales —o casi, es muy muy complicado matarlas— lo conducen ante la hermosa muchacha. Al instante el joven queda tan embelesado por su belleza que la besa, consiguiendo así que la maldición se rompa y que la bella le prenda fuego al durmiente y lo cambie por un despierta.
El resto de la historia es bla bla bla. Considero del todo innecesario que me explaye más. Vamos, seguro que intuís lo que viene a continuación, esa manida frase de comieron perdices, etc.
Bien, a estas alturas mi metamorfosis en gatito se ha efectuado del todo; ya voy levantando la patita, con la vejiga llenita de bonita orina de purpurina. Noto como los músculos se tensan y sale el chorrito de amor directamente hacia mi cajita gatuna rosa. ¿Por qué digo esto, os preguntaréis? Pues porque sería capaz de meterme entero en una hoguera al afirmar que la versión original de este relato no os va a dejar indiferente. Es de los favoritos del Mr. por el impacto que le causó en su día, hace ya mucho tiempo.
Pero para abordar el tema, antes hemos de hablar sobre un escritor italiano, Giambattista Basile (1575 – 1632).
¿Quien es? Espero que os preguntéis… Oh, como sois, sabéis que contestaré encantado. Seré un ogro, pero me encanta lucir mi asombrosa inteligencia, qué le vamos a hacer; nací siendo un chico listo, el más inteligente de la familia.
Este simpático caballero nació en el seno de una familia napolitana de clase media y sirvió como militar para algunos príncipes y para el dogo veneciano. Es conocido por ser el autor de «Lo cunto de li cunti overo lo trattenemiento de peccerille», también conocido como el “Pentamerón”, por su estructura similar al “Decamerón” de Boccaccio.
El Pentamerón es un compendio de cuentos, seguramente de tradición oral, que su autor fue recogiendo durante sus viajes entre Creta y Venecia. Como dato curioso me gustaría mencionar que el pobre no vivió lo suficiente como para ver esta obra publicada y que sería su hermana quien lo hiciera a título póstumo entre los años 1634 y 1636. Y es en aquí donde se menciona por escrito, y por primera vez, a la bella durmiente. Aunque hasta el título es diferente a la versión que todos conocéis. Y sí, eso se debe a que unos añitos más tarde, Charles Perrault —ya hablaremos sobre él en otra ocasión— adaptó la historia, digamos que le quitó detallitos que, según mi parecer, le daban mucha gracia al relato. Es una pena que la versión conocida en nuestros tiempos modernos se asemeje más a la versión del escritor francés que a la del italiano. Pero qué le vamos a hacer. Dudo mucho que nadie se atreva a explicar el cuento real a un niño. Yo creo que sería delicioso, porque lo traumatizaría.
Oh sí, SÍ, lo sé, ha sonado tan rancio… ¿Qué diablos queréis que os diga? Soy Mr. Ogro, ¿Recordáis?
Érase una vez —bla, bla, bla— en un próspero reino, gobernado por un gran rey, vive una niña llamada Talía, la hija del soberano. Sí, luciernaguillas, la auténtica bella durmiente. El caso es que cuando la protagonista de la historia es muy pequeña los astrólogos y sabios del reino advierten a su padre de que un peligro se cierne sobre ella, ya que por lo visto el destino de la chiquilla es pincharse con una astilla ponzoñosa oculta entre lino. Como supondréis, tal es la paranoia del buen hombre que llega a prohibir la entrada de este tejido a sus fronteras, e incluso manda incautar los utensilios para hilarlo. Y contra todo pronóstico esa estrategia funciona bastante bien durante unos años, Talía crece sana y salva hasta la adolescencia y se transforma en una auténtica hermosura. Pero como sucedía en Blancanieves, siempre ha de haber un pero, viva la redundancia. Resulta que alguien tiene una rueca clandestina en palacio, precisamente para hilar lino, y la muchacha se pincha con ella clavándose la temida astilla bajo una uña. De esta manera cae rendida ante su destino, aparentemente muerta.
El rey queda tan afectado por la tragedia que se ve incapaz de enterrarla, por lo que la deja tumbada en sus aposentos, sobre una manta de terciopelo rojo. Y tanto él como la corte abandonan el castillo para no volver jamás. Tal y como yo lo veo, usa su morada como mausoleo por lo que se ahorra la construcción de uno nuevo.
De la noche a la mañana la vida abandona el palacio, que queda vacío, como maldito. No obstante las hadas, conocedoras de la auténtica naturaleza de lo que le sucede a la princesa, deciden vigilarla de vez en cuando para que al menos no esté sola. Y es de ese modo como pasa un largo, larguísimo siglo. El castillo abandonado queda medio sepultado por la naturaleza que vuelve a reclamar la tierra antaño perdida y la bella Talía se transforma en una leyenda contada a los niños alrededor de una hoguera.
De momento la versión “moderna” y “clásica” se asemejan un poco. Os aviso de que cualquier similitud se termina aquí y de forma bastante abrupta. Como veis, no hay ni rastro de los dones maravillosos, ni de los festejos para celebrar el nacimiento de la princesa, ni se ha nombrado nada, absolutamente nada, de un beso de amor verdadero.
Van pasando los años como un torrente imparable, relegando al olvido la presencia de la familia real y del castillo. Cien años después de la caída en desgracia de la princesa, un rey —hay versiones en las que lo llaman simplemente noble— que caza en un bosque cercano encuentra el castillo perdido, gracias a que su inseparable halcón lo guía hasta allí. Asombrado por el tesoro descubierto, el hombre pasea por las estancias conteniendo el aliento, prendado de cada sala de ese palacio medio devorado por el bosque, hasta que halla a una hermosa muchacha tumbada sobre una manta de terciopelo rojo. Tal es la belleza de la joven que el soberano intenta despertarla, con escaso éxito. Y como no lo consigue, recurre al viejo truco del beso, cosechando el mismo y nulo resultado. Un poco decepcionado de no lograr su objetivo se conforma con observar a la chica, de la que comienza a sentirse cada vez más atraído, tanto, que no lo puede resistir… cinco minutos más tarde, tras una subida de enaguas y faldones, una rápida bajada de calzones y seis o siete embestidas jadeantes con final feliz, acaba por darse por vencido y se marcha de nuevo, volviendo a dejar a la princesa tan sola como la había encontrado, aunque no por mucho tiempo… Ahora puntualizaré dos cosas:
La primera: las hadas decidieron irse «de fiesta» en muy mal momento, dejando sola y desamparada a la muchacha. ¡Muy mal, Haditas malas!
La segunda: Sí, creo que habéis entendido muy bien; ese rey mantiene relaciones con una persona inconsciente.
Seré un ogro pero también soy sensato y justo —bueno, en algunas ocasiones—. Lo que le sucedió a la pobre princesa fue una clara violación.
Quizá esta es una —sí, he dicho sólo una— de las partes más fuertes del relato original. A pesar de eso la historia no se detiene aquí, así que prosigamos.
Van sucediéndose los meses y el vientre de la princesa va creciendo y creciendo, hasta que pasados unos nueve, se convierte en madre sin saberlo y alumbra un par de mellizos, un niño y una niña. Las hadas, supongo que un poco arrepentidas por el desliz, cuidan a los bebés ya que la madre sigue sumida en los sueños de Morpheo. Va pasando el tiempo y un día, uno de los críos intenta llegar hasta los senos e incapaz de lograrlo, comienza a mamar de uno de los dedos, queriendo la divina providencia que escoja el pinchado cien años antes y sin querer, consiga arrancar la astilla venenosa que había bajo la uña y que provocó la maldición. Así que la bella Talía despierta de repente, con dos bonitas criaturas en sus brazos y sin saber a ciencia cierta qué diablos le ha sucedido. ¿Creéis que el despertar de los protagonistas de «Resacón en las vegas» fue malo? Pues no quiero ni pensar en este.
Hasta aquí nos hemos centrado en la princesa. Pero ahora vayamos al reino del abusón, para encontrarnos con la villana de la semana, mi dulce bombocito de helado corazón. Pues, para meter un poco de marujeo a la ecuación, el rey era un hombre casado. Si, si, lo habéis leído bien. Pero vayamos paso a paso.
Un tiempo después de aquel encuentro, nuestro soberano sigue recordando a la joven dormida y finalmente decide hacerle una visita. ¿Remordimientos tal vez? Mantendré esta versión, pues el señor acaba demostrando que pese a todo, al final «no es tan malo» como aparenta.
Para su sorpresa, el señor halla a la princesa despierta y con dos preciosas criaturas. Tras estudiar a los niños con detenimiento y casi con lupa, por qué no decirlo, llega a la acertada conclusión de que ha sido padre. Es en ese momento cuando decide ser sincero y le explica a Talía lo que sucedió cuando la encontró. Siempre me inclinaré a pensar que el mamoncete agradó a la muchacha a primera vista o algo similar, porque ella lo perdona y accede a tener una relación con él. La pareja pone nombre a sus hijos, Sol al niño y Luna a la niña, y juntos pasan unos maravillosos días, en la que se enamoran locamente el uno del otro.
No obstante el rey, que en ningún momento menciona a la joven que ya está casado, ha de volver a su hogar con su esposa, prometiendo con presteza.
Y en este punto de la historia, el relato toma otro matiz un poco oscuro, algo que personalmente, me encanta. ¿Por qué? Os preguntaréis. Esto se debe gracias, principalmente, a que soy un ogro, ¿recordáis? Y a la maravillosa intervención de mi villana favorita de la semana, mi dulce bomboncito de helado corazón. La reina y esposa de nuestro monarca.
Los acontecimientos suceden de la siguiente manera:
Una noche, mientras el hombre duerme plácidamente, nombra a Talía varias veces, queriendo el destino —o el infortunio— que su mujer se halle despierta y lo escuche. Ella, que es una persona muy inteligente y paciente, consigue ir hilando la historia completa, descubriendo la existencia del castillo perdido, de la princesa… y de los hijos bastardos de su marido.
Furiosa por el engaño, urde un horrible plan para vengarse de la infidelidad. A la noche siguiente, cuando su esposo está bien dormido, logra sonsacarle la ubicación exacta del lugar y ordena al secretario real que mande a alguien para que secuestre a la dama escondida y a los niños. Ya sabe lo que hará con ellos, y lo que es peor, sabe que a su rey infiel no le gustará.
Unos días después y con los cautivos ya en su poder, mi hermosa villana de la semana entrega a los infantes al cocinero real con una horrible petición. Desea que los degüelle tal y como haría con un par de cerdos y los cocine en un plato sorpresa, un manjar especial dedicado únicamente a su marido. El hombre, que resulta ser una buena persona —tal y como sucedía con el cazador de Blancanieves— se escandaliza y cuando se ha quedado solo con los niños, decide esconderlos para ponerlos a salvo. Huye a su casa y deja a los pequeños con su esposa, advirtiéndola de las nefastas consecuencias que habría de ser descubiertos. La pobre señora, aterrada, jura que no fallará y nadie sabrá que tiene a los bebés.
Una vez que el tema de los niños está resuelto y ya han salido aparentemente de peligro, el cocinero idea un plan. Mata a una cabra y prepara los platos con su carne.
Para Talía, en cambio, mi amorcito urde otro plan. Ordena que construyan una gran hoguera en los jardines de palacio y conducen a la princesa ante su ejecución. Pero nuestra protagonista solicita a la celosa reina una última petición, que consiste en que la deje quitarse las prendas más delicadas antes de que la quemen viva. La soberana, pensando que la amante de su esposo se ha vuelto loca de miedo, accede con una triunfal sonrisa y se retira para reunirse con su marido, ya que por fin ha llegado la hora de comer. Ordena que cuando terminen el banquete especial que ha preparado metan en su cálido lecho a la princesa, aunque le ordena a los verdugos que la dejen desnudarse con tranquilidad.
Todo fluye con aparente tranquilidad durante el banquete. Y llega el turno de princesa churrascada. Pero nuestra princesa demuestra pensar con claridad en los momentos más turbios. Cada vez que retira una prenda de ropa, un agónico y desgarrador grito de dolor brota de sus labios, con la esperanza de que su amado la escuche.
El rey, que justo acaba de terminar con el manjar, oye los chillidos y al instante reconoce la voz de su dulce Talía. Muerto de miedo y furioso al mismo tiempo, le pide explicaciones a su esposa y esta le responde:
“Sí, amor mío. Tu amante ahora sufre mientras arde en los jardines. Y tu acabas de comerte algo que es tuyo ¡Acabas de devorar a tus hijos bastardos!”
El hombre enloquece de cólera y corre hacia su amada, con la esperanza de, cuanto menos, poder salvarla a ella. Por fortuna llega justo a tiempo, cuando van a incendiar la pira con Talía medio desnuda y atada al mástil. Al instante detiene la ejecución y él mismo libera a la princesa, para ordenar a continuación que arresten a su mujer, al tesorero y al cocinero real. En ese momento aparece el último con los dos niños sanos y salvos, y le explica a la pareja que no fue capaz de llevar a cabo las órdenes de la reina y escondió a los niños con su esposa.
Finalmente el rey manda que ejecuten a su mujer por la atrocidad de sus acciones y al secretario por hacerle caso. Además, ya tiene la pira construída, por lo que la sentencia se ejecuta de inmediato. De esa forma mi amorcito de la semana muere quemada viva, tal y como ella pretendía hacer con Talía.
Y como es de suponer, el cocinero asciende a tesorero —por haber demostrado ser una buena persona— y la pareja, una vez liberada del malévolo y encantador obstáculo, se casa para vivir felices con sus hijos por siempre jamás.
Ahora sacad vuestras propias conclusiones, luciernaguillas. Espero que este cuento de hadas no os haya dejado indiferente.
Hasta el próximo Miércoles, amiguitos y amiguitas!!! Si os atrevéis…
BIBLIOGRAFÍA:
Nota importante: Algunas de las fuentes que usé hace años para escribir este artículo han caído y ya no están disponibles. No obstante, he vuelto a buscar información y comparto varias que perfectamente, podría haber usado en su momento. Una fuente de la que no voy a compartir enlace es el cuento original de Basile, escrito en 1636.
Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )