Ella se sentó tras el escritorio y contempló en silencio cómo yo hacía lo mismo, al otro lado. Supuse que se trataba del lugar de trabajo de algún ejecutivo, cedido para la ocasión. Dediqué un rápido vistazo a las fantásticas vistas y las comparé con las de mi cubículo.
—Primero me gustaría decirle que lamento todo lo que ha sucedido, no ha debido de ser agradable —dijo la psicóloga, ante mi silencio.
Intenté sonreírle pero el gesto se quedó a medio camino; no obstante noté algo particular en su pronunciación.
—Gracias.
—¿Le importa si nos dejamos de tanta cordialidad? —me preguntó de repente, regalándome otra sonrisa—. Aparentas rondar los veinti algo, ¿me equivoco?
—Mañana cumplo los treinta.
—Vaya —añadió afectada—. Lo lamento muchísimo, que haya sucedido algo como esto casi el día de tu cumpleaños no ha de ser alentador.
—¿Puedo hablarle con propiedad?
—Claro, tutéame; me llamo Marla.
—Encantado —dije, intentando no oír a mi timidez innata; su nombre revoloteó en mi cabeza sonándome de algo, pero en aquel momento comenzaba a sentirme tan desbordado que no le di muchas vueltas—. Ver eso en cualquier día es una soberana putada que no recomiendo a nadie.
—Comprendo; tengo entendido que fuiste uno de los que encontró… la escena, digamos.
Asentí. “No quiero recordar” pensé. Y aquella voz maligna del baño volvió a inundar mi cabeza, pidiéndome que lo deseara, que deseara que algo malo le sucediera al boss…
—¿Estás bien? —me preguntó Marla de repente, haciéndome volver a la realidad.
—No.
Los dos nos miramos a los ojos y ella pareció reflexionar sobre algo.
—¿Y esa mancha? —me preguntó pasados unos minutos, haciendo referencia a mi camisa.
—El señor De Felipe me tiró encima, y a mala fe, un café hirviendo —respondí sincero.
—Veo que hoy esta empresa ha amanecido fatal —puntualizó Marla, aunque más para sí misma—. Algunos de tus compañeros me han hablado de cómo era ese señor. Y he de admitir que me ha sorprendido.
—De Felipe era un cabrón —añadí por impulso—. Disfrutaba torturando psicológicamente a sus subordinados. Cada mañana escogía a un par de personas y les hacía pasar una jornada infernal. Hasta ha llegado a embestirme en un pasillo, a lo toro salvaje. Pero morir así… —me pasé la mano por la barba, en un intento de sacudir mis emociones.
La mujer observó cada uno de mis movimientos, evaluándome.
—Y que puedes decirme de la otra víctima, de Ángela Sánchez.
Necesité respirar hondo antes de proseguir. Volvieron ante mi un alubión de recuerdos. Ángela coloácndáose un mechón de cabello detrás de la oreja, Ángela sonriendo a todo el mundo, Ángela llenando aquella oficina de mierda con una luz especial.
—Que no se merecía ese final; vamos, ninguno de los dos. Pero ella muchísimo menos. Era una persona genial, auténtica.
—¿Escuchaste rumores o comentarios sobre la relación que manteáía con su jefe?
No me hizo falta pensar.
—Jamás —respondi—. Creo que mucha gente la apreciaba. Con mi jefe ya cambia la cosa, tal y como le he comentado antes. Valiente hijo de perra, no me explico como alguien desearía formar parte de su vida…
—Ambrosio De Felipe estaba casado y tenía cuatro hijos, dos de ellos menores de diez años.
—Genial —dije apartando la mirada de aquellos preciosos ojos azules, para perderme a través del ventanal. Me sentí mucho peor al pensar que en un breve lapso de tiempo unos crios habían perdido a su padre. Tal y como me había sucedido a mi.
—No ha sido culpa tuya, ¿Lo sabes, verdad? —alegó Marla, logrando que volviera a prestarle atención.
—Lo supongo —respondí—. Que yo sepa no controlo cortocircuitos en edificios o algo por el estilo. ¿Ya se sabe que ha sucedido?
Ella negó con la cabeza.
—Aún lo están investigando. Pero se sospecha a que se debe a un fallo en el sistema eléctrico, algo que no debería haber sucedido, desde luego, y mucho menos en una inversión tan cara como esta. Créeme si te digo que lloverán demandas millonarias a los posibles responsables.
—Vaya —solté, impulsivo, esbozando una triste y breve sonrisa. Fuera seguía diluviando a raudales.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —soltó ella a continuación.
Asentí con un movimiento de cabeza. Necesitaba no pensar, no pensar nada…
—Bueno, no deseo preguntar nada, sólo siento curiosidad; tu apellido es muy pintoresco.
—Gracias —respondí—. Mi padre era un hombre con un extraño sentido del humor; pero me inscribió en el registro con el de mi madre, poco después de que falleciera.
Marla me miró a los ojos, sin pestañear.
—Lo siento mucho, no quería remover más energías negativas.
Nunca había ido a la consulta de un psicólogo pero aquella mujer me parecía diferente, muy cercana. Y en aquel momento necesitaba justamente eso, que una persona capacitada me hablara y me escuchara de tú a tú.
—¿Ahora puedo preguntarte yo algo? —dije sin pensar; cuando mis labios dejaron de pronunciar la última palabra sentí que mi cara hervía, supuse que cambiaba de color hasta quedarse muy roja. “Como siempre, un hacha con las mujeres”.
—Depende de lo que sea no pienso responderte, queda claro —contestó ella, pícara.
—¿Eres inglesa? —decidí soltarme; ya me había metido en el charco y su pronunciación la delataba, pese a que hablara un español casi perfecto. “Necesitas desconectar, está aquí para eso”.
—No, la verdad es que soy americana. Aunque mi padre era un barcelonés afincado en Madrid, por lo que desde pequeña me machacaron mucho con el idioma; y lo cierto es que me encanta.
—Genial —“Has acertado un montón. Esto me pasa por pasarme de chulo» me regañé por dentro—, me parece muy acertado no perder las raíces ¿Y cómo acabaste siendo psicóloga de Creytok? —“frena, va a pensar que intentas ligar con ella o algo por el estilo” me regañé; ni siquiera yo mismo comprendía lo que me impulsaba a actuar de una forma tan lanzada. “Debes de tener un shok, o algo por el estilo”.
Marla me observó seria un instante y estalló en una sonora carcajada, dejándome sorprendido.
—Lo siento Darío, no pretendo ofenderte, de verdad —añadió, intentando dejar de reírse—. Tu planteamiento me ha dejado fuera de combate, aunque lo entiendo a la perfección. No soy psicóloga.
—¿Ah, no?
—Vuelvo a disculparme, vas a pensar que soy idiota o algo por el estilo. Me llamo Marla Stone…
La miré sin poder controlar mi expresión de sorpresa. De golpe sabía de qué me sonaba ese nombre. Todos los trabajadores, sin importar el cargo, habían oído hablar de esa mujer.
—Y soy la propietaria de Creytok.