—Antes de nada me gustaría decirle que lamento todo lo que ha sucedido, no ha debido de ser agradable —le dije, aprovechando su silencio.
Él me miró y percibí un sutil atisbo de sonrisa, que se quedó a medio camino.
—Gracias —respondió.
—¿Le importa si nos dejamos de tanta cordialidad? —le pregunté sonriente—. Aparentas rondar los veinti algo, ¿me equivoco?
Sabía perfectamente su edad, pero necesitaba abrir una brecha de comunicación. No podía pasar por alto el espectáculo del que había sido testigo, por lo que había decidido andarme con cuidado.
—Mañana cumplo los treinta.
—Vaya —dije, aparentando estar afectada. Siempre me había dicho a mí misma que podría haber sido actriz en vez de prostituta del diablo, tal y como me llamaba mi queridísimo abuelo cuando andaba furioso conmigo. “Gracias grandpa, espero que ardas en el infierno” pensé al recordarlo—. Lo lamento muchísimo, que haya sucedido algo como esto casi el día de tu cumpleaños no ha de ser alentador…
—¿Puedo hablarle con propiedad?
—Claro, tutéame; me llamo Marla.
Noté que Darío me escrutaba un segundo, como si le hubiera sonado mi nombre. Pero me sentí satisfecha al comprobar que seguía sin reconocerme. Y no pude evitar el preguntarme hasta que punto mis trabajadores de Barcelona conocían la historia de la empresa, pese a que en aquel instante me pareciera una ventaja. Analicé sus movimientos, su manera de expresarse, sus rasgos, que se me antojaron tiernos, con la barba bien arreglada… había algo en él que me gustaba, una energía pura que contrastaba muchísimo con la infame presencia que habían captado las cámaras en el baño de la planta número trece…
—Encantado —me respondió, lanzándose un poco. Percibí que necesitaba desahogarse—. Es una soberana putada, en sentido literal. Aunque lo hubiese sido de todos modos cualquier otro día.
—Comprendo; tengo entendido que fuiste uno de los que encontró… la escena, digamos.
Él asintió y se quedó absorto en sus propios pensamientos durante unos segundos.
—¿Estás bien? —le pregunté.
El chico dio un respingo.
—No —contestó, sorprendiéndome por su sinceridad.
Entonces nos miramos a los ojos y me quedé absorta, pues había algo en su forma de observarme que me transmitía calor, una sensación que me recordaba a papá… Hacía mucho tiempo que nadie lograba remover esos recuerdos, solía mantenerlos encerrados en el fondo de mi mente para no sentir dolor… Blandí los pensamientos con mano dura para regresar al presente. El vídeo no engañaba… “¿Qué diablos tienes en común con esa cosa?” me pregunté intrigada. Aquel chico comenzaba a constituir un auténtico enigma para mí…
Necesité reaccionar y me fijé en la mancha de su camisa. Varios testigos y cámaras de seguridad habían grabado un suceso momentos antes del accidente. Resultó que nuestro fallecido del día era el jefe de Dédalo y para más inri había mantenido una fuerte disputa con él momentos antes de morir. Cuando leí aquel detalle en el expediente sentí un nudo en la boca del estómago, ya que eso podía ser un detonante que explicara la expresión de enfado monumental captada en el baño, antes de la aparición estelar de la cosa… y al regresar a la sala de control y ver la grabación, mis sospechas no hicieron otra cosa que reafirmarse, pues el difunto le había tirado al chico un café caliente con una clara premeditación…
—¿Y esa mancha? —le pregunté pasados un par de minutos, fijándome en el lamparón.
—El señor De Felipe me tiró encima, y a mala fe, un café hirviendo.
—Veo que hoy esta empresa ha amanecido fatal… —reflexioné en voz alta—. Algunos de tus compañeros me han hablado de cómo era ese señor. Y he de admitir que me ha sorprendido…
No conocía al finado en persona pero atesoraba un expediente abarrotado de abusos de poder, pese a que ser familiar de un alto ejecutivo siempre le salvaba el trasero, un dato que me desagradó y del que me hallaba dispuesta a pedir explicaciones. Creytok tenía que dar una imagen intachable, no consentía que ningún cretino tirara por tierra mi laborioso trabajo. Aunque a todo cerdo, tarde o temprano, le llegaba su sanmartín. “Tal vez cabreó a algo demasiado oscuro para él” reflexioné, volviendo a centrarme en Darío, que seguía sin mostrar indicios de absolutamente nada que fuera perturbador. Hasta lo notaba afectado…
—De Felipe era un cabrón. Disfrutaba torturando psicológicamente a sus subordinados —dijo el chico—. Cada mañana escogía a un par de personas y les hacía pasar una jornada infernal. Hasta ha llegado a embestirme en un pasillo, a lo toro salvaje… Pero morir así…
Se pasó la mano por la barba, como intentando dominar sus emociones. Noté su tristeza y sus ganas de romper a llorar, otro dato que me desconcertó.
—Y que puedes decirme de la otra víctima, de Ángela Sánchez —quise saber.
Él reaccionó al escuchar aquel nombre. “Así que lloras más por ella que por tu jefe” me dije, sospechando que aquello iba a ser lo único turbio de la charla.
—Que no se merecía ese final; vamos, ninguno de los dos, aunque ella todavía menos. Creo que nadie sospechaba que mantenían una relación…
“Necesito algo más” me dije; una reacción, un indicador…
—Ambrosio De Felipe estaba casado y tenía cuatro hijos, dos de ellos menores de diez años.
El joven me miró a los ojos, sorprendido.
—Genial —dijo a continuación, quedándose absorto en el ventanal…
No había nada de nada, ni un triste cambio en su energía. Percibí que se sentía mucho peor, por lo que intenté reconfortarlo. Sí, había algo en él que me gustaba, que sacaba una parte tierna en mí. Y eso me intrigaba sobremanera.
—No ha sido culpa tuya, ¿Lo sabes, verdad?
—Lo supongo —me contestó—. Que yo sepa no controlo cortocircuitos en edificios o algo por el estilo. ¿Ya se sabe que ha sucedido?
Negué con un gesto de cabeza.
—La investigación sigue en curso, pero se sospecha a que se debe a un fallo en el sistema eléctrico, algo que no debería haber sucedido, desde luego, y mucho menos en una inversión tan cara como esta. Créeme si te digo que lloverán demandas millonarias a los posibles responsables.
Me permití el lujo de bromear sobre el tiempo y percibí que le había hecho gracia.
—Vaya.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —inquirí.
Él asintió.
—Bueno, no deseo preguntar nada, sólo siento curiosidad; tu apellido es muy pintoresco.
—Gracias. Mi padre era un hombre con un extraño sentido del humor; pero me inscribió en el registro con el de mi madre, poco después de que falleciera.
Lo miré a los ojos, sin pestañear. Por lo visto era tan huérfano como yo. Había leído en su expediente que su progenitor había fallecido de cáncer hacía poco tiempo y me di cuenta de que seguía bastante afectado. Yo sufrí lo indecible cuando perdí al mío…
—Lo siento mucho, no quería remover más energías negativas… —dije con total sinceridad…
Darío me volvió a mirar de esa forma tan suya.
—¿Ahora puedo preguntarte yo algo? —soltó; noté que había sido impulsivo.
—Depende de lo que sea no pienso responderte, queda claro.
—¿Eres inglesa?
“Veo que no soy la única que siente intriga” reflexioné. Pese a que hablaba un español perfecto en ocasiones se me notaba un ligero deje anglosajón, muy escaso.
—No, la verdad es que soy americana. Aunque mi padre era un barcelonés afincado en Madrid, por lo que desde pequeña me machacaron mucho con el idioma; y lo cierto es que me encanta.
—Genial… me parece muy acertado no perder las raíces. ¿Y cómo acabaste siendo psicóloga de Creytok?
Me quedé de piedra por unos instantes y me puse seria, intentando percibir si me tomaba el pelo. Pero entonces lo comprendí. “Debería haberme presentado, que estúpida” me regañé. Él no se hallaba en un buen momento precisamente, y yo lo había ido a buscar al mismo tiempo que los psicólogos atendían a los afectados por la tragedia. “Psicóloga, oh my Gosh…” No quise hacerlo, pero se me escapó una sonora carcajada que lo dejó aturdido…
—Lo siento Darío, no pretendo ofenderte, de verdad —intenté explicarme, esforzándome sobremanera para dejar de reír—. Tu planteamiento me ha dejado fuera de combate, aunque lo entiendo a la perfección… No soy psicóloga.
—¿Ah, no?
—Vuelvo a disculparme, vas a pensar que soy idiota o algo por el estilo. Me llamo Marla Stone…
Entonces el chico me miró a los ojos, al mismo tiempo que una expresión de sorpresa se dibujaba en su rostro, haciéndome ver que reconocía mi nombre completo… Por lo visto sabía de mi existencia, después de todo…
—Y soy la propietaria de Creytok —añadí, tendiéndole la mano…