Lucía llevaba cerca de diez minutos sentada en el retrete, mirando la letra pequeña de la caja de cartón que tenía entre las manos. “Oh, venga ya, no seas tan indecisa, hazlo de una maldita vez…” A pesar de haberse bebido cerca de un litro de agua aún no le venían las dichosas ganas de orinar. “Esto es una broma” pensó asqueada; quería hacerlo antes de que el nene se despertara, y a poder ser, antes de que volviera su marido…
Aquella mañana de sábado Carlos trabajaba y Anselmo se había marchado a visitar a unos buenos amigos. Mientras su marido se arreglaba y se anudaba la corbata ella lo había estado observando desde la cama, pensativa e indecisa. No le apetecía darle una noticia sin contrastarla primero, y se sentía demasiado impaciente como para esperar a su ginecólogo.
Así que unos veinte minutos después de que él se marchara, Lucía se vistió de forma apresurada, se adecentó un poco y corrió hacia una farmacia cercana, como alma que lleva el diablo. Ahora, en la intimidad de su cuarto de baño, un aluvión de emociones y de ideas le saturaban la cabeza, mientras esperaba que su cuerpo se decidiera de una maldita vez.
“No meo porque estoy nerviosa” caviló. “Así que respira, venga bonita, ni que fuera la primera vez…” Un cuarto de hora más tarde por fin lo notó y abrió la caja de cartón, sacando el dichoso palito, preparada para lo que fuera. Una vez realizada la prueba dejó el aparatejo sobre la pica y se miró en el espejo; en las instrucciones ponía que tardaba dos minutos, un lapso de tiempo que en aquel momento se le antojaba eterno. “Bueno, ahora toca esperar”. Se peinó con los dedos, pensando en Carlos. Su marido odiaba los preservativos y si era sincera consigo misma, ella también; por lo que después del nene los dos habían decidido usar el método más antiguo del mundo, la marcha atrás. Aunque ahora que lo pensaba, también era el más precario… “A la porra, ya no somos una pareja de quinceañeros”. Respiró tranquila y comenzó a sopesar los cambios que sufriría su vida de haberse quedado embarazada de nuevo. Le gustaba mucho su trabajo, incluso le agradaba viajar un poco; en la mayoría de las ocasiones sus excursiones laborales no duraban más de unos días, pero era una obviedad que de salirle un resultado positivo, a algo tendrían que renunciar tanto ella como su marido…
La mujer se hallaba tan metida en su mundo que no se dio cuenta de que la puerta entornada del baño se iba abriendo lentamente, de manera gradual. Noire asomó la cabecita y le dedicó un maullido, reclamando su atención.
—Hola precioso —le dijo ella, cogiéndolo en brazos; el gatito cerró los ojos mientras le acariciaba la cabeza, ronroneando como un motor.
En ese momento entró Carlitos, bostezando.
—Buenos días, cariño —lo saludó Lucía, un poco tensa de repente.
El niño abrazó a su madre y le dedicó una bonita sonrisa.
—Hola mama, buenos días a ti también. ¡Nwag, te estaba buscando!
La mujer le tendió al animal y Carlitos lo abrazó. Pero un segundo más tarde el niño se quedó mirando fijamente un punto de la pica… había algo raro y nuevo sobre el mármol, parecía un palito de plástico… Su madre supo al vuelo lo que miraba…
—¿Qué es eso, mamá? —quiso saber el nene, con una curiosidad desmedida.
Lucía sonrió nerviosa. “¿Qué diablos me pasa?” se regañó, aquella situación era tan cotidiana como la vida misma; seguro que en esos momentos un millón de mujeres estaban haciéndose la misma prueba… “Que ya tienes treinta y cuatro añazos, joder. Deja de comportarte como una niña”.
—Esto… esto es una varita mágica —le respondió por impulso. “Vaya tontería le acabo de decir”.
—¡Anda! —exclamó el nene— ¿Cómo las de Harry Potter?
—Es un poco… diferente.
—¿Puedo jugar con ella un rato?
Lucía reprimió una carcajada. “Ni hablar, que asco”.
—No cariño. Pero aunque no la toques sigue siendo mágica y además, escucha los deseos de los niños buenos —“si se lo cree, merezco un Oscar”—. ¿Por qué no lo pruebas tú?
—¿Yo soy un niño bueno, verdad? —quiso saber Carlitos, con los ojos muy abiertos.
—Claro que sí, corazón. Venga, dilo en voz alta; a lo mejor se cumple, eso sí, sin tocarla…
El niño volvió a deslumbrarla con otra radiante sonrisa.
—Pues ya sé lo que deseo —contestó después de una breve pausa.
—¡Muy bien! ¿Y que es lo que es lo que quieres de todo corazón?
—¡Lo tengo muy claro! —exclamó él, excitado—. Como ya tengo una mascota, ¡quiero un hermanitooo!
“La virgen” se dijo Lucía sorprendida, reprimiendo una carcajada. “Pues a lo mejor te toca premio, cariño”.
—¿Y ahora qué hacemos? —soltó el niño, sacando a su madre de sus ensoñaciones. Ella lo miró un poco indecisa.
—Ahora nos vamos los tres a desayunar, tú, Nwag y yo. Y dejaremos aquí la varita para que vaya pensándose tu premio —contestó la mujer, cogiendo a su hijo del hombro y sacándolo del baño. Luego apagó la luz y dedicó una rápida mirada donde había dejado el predictor. En unos minutos volvería para descubrir el veredicto… se sintió ansiosa… “¿Quiero otro niño?”. Una sonrisa automática se dibujó en su rostro; sabía que la respuesta de su pregunta interior era claramente positiva.
—¡Ava cadabra pata de cabra! ¡Soy un mago de Howards y quiero un hermanito!
“¡No estará jugando con él!” pensó Lucía. Oyó que Carlitos se dirigía al salón y corrió hacia allí de forma apresurada, descubriendo a su hijo en la terraza. El crío blandía su varita en el aire mientras murmuraba conjuros de Harry Potter a viva voz y el gato iba dando saltitos a su alrededor, intentando cazar el cacharrito.
—¡Accio hermanito! —gritaba el niño, soltando carcajadas llenas de felicidad— ¡Alohomora!
“¡Uf, menos mal que lo ha cogido por el otro extremo!” pensó Lucía; aunque debía admitir que la escena, cuanto menos, resultaba rara y divertida al mismo tiempo. “Qué imaginación”
—¡Carlitos, que haces jugando con la varita mágica! —le llamó la atención—. Dámela, te dije que no la cogieras…
Al escucharla el niño se volvió hacia ella.
—¡Mira mamá! ¡Le han salido dos rayas de color rosa!
—Hola cariño —la saludó él, besándola en los labios—. Me encanta ver lo mucho que te alegras de verme.
—Tengo que decirte una cosa —le dijo ella, devolviéndole el gesto—. Aunque tal vez sea mejor mostrártelo.
Lucía sacó la varita mágica y le señaló las dos rayas rosas. Carlos les dedicó una mirada, al principio sin comprender demasiado bien… un segundo más tarde su cerebro analizó la información y sintió una chispa en su interior. Sin ser un entendido en materias femeninas sabía perfectamente lo que aquello significaba…
—Felicidades cariño —añadió ella, ante su silencio—. Vas a volver a ser papá.
El hombre sintió una alegría descomunal y abrazó a su mujer, levantándola del suelo. Ambos estallaron en una risueña carcajada. Él la besó con fuerza… Y pensó que aunque aquello no hubiese sido planeado, de repente se sentía el hombre más feliz del planeta, mucho, muchísimo más feliz de lo que ya era.
—Me encanta mi vida —le dijo a Lucía, besándola de nuevo.
El niño que no entendía convencionalismos 7. La varita mágica por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )
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