Marga dormía y respiraba de forma acompasada. Hugo la miraba hipnotizado, mientras le acariciaba el pronunciado vientre con un cariño reverencial.
“En poco tiempo ya estarás aquí fuera, con nosotros” pensó el hombre, que continuó tranquilo junto a su mujer, hasta que las ganas de miccionar apretaron con fuerza obligándolo a levantarse a regañadientes de la cama. Mientras cruzaba la habitación miró la hora en su reloj de pulsera, cuya esfera relucía en la oscuridad. “Son las tres de la mañana” se dijo, calculando que aún le quedaban varias horas para que diera comienzo otra jornada más.
Y al subir la tapa y el asiento del váter, analizó somnoliento cada una de las cosas que tenía que hacer a lo largo del día. Sintió un agradable escalofrío al acabar de orinar y escuchó el característico rugido de sus tripas. “Como odio las dietas” reflexionó asqueado, siendo consciente de que si no comía cualquier cosa no volvería a conciliar el sueño.
Después de lavarse las manos dedicó un minuto a estudiarse en el espejo, analizando cada centímetro del reflejo que lo había acompañado a lo largo de su vida.
—Soy un maldito bollo peludo —dijo en voz baja, soltando un prologado suspiro. No sabía por qué, pero a lo largo de los años le había ido saliendo más y más pelo, sin mencionar su característica corpulencia… Por instinto inclinó la cabeza, mirándose la barriga. Muy atrás quedaban los tiempos de los abdominales marcados a golpe de gimnasio y de los musculitos…
Otro suspiro rompió la quietud del silencio. Pero que tonto era… “Oh, venga ya” se regañó Hugo, despertando de sus lamentos. Alzó la cabeza para mirar a su rostro, contemplando el azul somnoliento de sus ojos. Medía metro ochenta y cinco, con algo de sobrepeso, muy cierto, pero notaba que algunas mujeres seguían mirándolo por la calle. Además, conservaba una abundante mata de cabello rubio, pese a las canas y las entradas. Y la dieta funcionaba a la perfección, pues notaba un cambio significativo, aunque fuera lento.
“¿Padre tardío?” se preguntó entonces, dirigiendo su mente hacia otro lugar. Su primer hijo le iba a venir a los cuarenta bien cumplidos y con un nivel del colesterol bastante alarmante, un dato que por fortuna menguaba al igual que lo hacía la anchura de su cuerpo. Entonces reflexionó sobre su mujer. “Suerte que ella y yo nos llevamos ocho años, que si no…”
Marga apareció silenciosa en la puerta y observó como su esposo se miraba con lupa en el espejo. Pensó que era una persona extraordinaria y de no haber existido el riesgo para su salud, le hubiera importado un comino que adelgazara o no. Aunque debía admitir que se preocupaba, sobre todo ahora que… Soñadora, se acarició el vientre con la mano, sintiéndose la mujer más afortunada del mundo. Porque sabía que había encontrado a un hombre bueno, y sobre todas las cosas sabía que su hijo tendría a un padre maravilloso. “Todo irá bien” reflexionó, caminando hacia él en silencio, sobresaltándolo.
—¡Dios cariño! —exclamó Hugo, llevándose una mano al pecho—. Que susto. ¿Te he despertado?
Ella lo besó en los labios, sin borrar el apacible gesto de la cara.
—No, tranquilo. Tenía que hacer mis cositas. Y tu… ¿Estás bien?
Él esbozó una mueca.
—Tengo hambre…
Marga soltó una risita, bajó el asiento y se acomodó en el váter.
—Pues come algo, cariño. No soporto verte pasarlo mal.
—A mí me pasa lo mismo contigo…
La mujer lo miró sorprendida. Supo en lo que pensaba, por lo que una vez acabó y tiró de la cadena se dirigió a él y lo abrazó con cuidado de no aplastar su vientre.
—Escúchame bien, cielo —le dijo—. Los dos sufrimos mucho los primeros meses del embarazo, cuando vimos que sería difícil y yo me ponía tan mala. Pero ya está, ahora los médicos dicen que todo va bien y nos queda muy poquito para que el niño salga por fin.
—Nunca dejará de sorprenderme que suelas averiguar en lo que pienso.
—Te conozco, amor. No tanto como te conoces a ti mismo, pero poco me falta.
—Seremos unos padres cojonudos —dijo el hombre, volviendo a besar a su mujer.
—Sobre todo tú, cariño. Serás un padrazo maduro y atractivo y todas las mamis niñatas te mirarán…
Una expresión traviesa cruzó la cara de Hugo, logrando que su esposa soltara una risita.
—Bueno, prefiero que no te miren mucho, hombretón. Te quiero todo para mi…
—Que egoísta…
Los dos se miraron a los ojos y se rieron a la vez.
—¿Te vienes a dormir conmigo?
—Necesito comer algo…
—Está bien cariño, no pasa nada. Yo te espero en la cama, estoy rendida.
Al encenderse la luz de la cocina el hombre miró distraído en la mesa, comprobando que sobre ella había media barra de pan. Se dirigió a la nevera arrastrando los pies, notando el peso del cansancio todavía en el cuerpo. “Almorzaré algo ligerito y ya” pensó, mientras cogía un plato con varios tacos de queso. Después sacó un cuchillo de un cajón cercano y se sentó en una de las sillas, encendiendo el televisor con el mando.
—“El presidente asegura que España está saliendo de la crisis” —dijo el tertuliano de un programa de política, que emitía en diferido.
—Si, claro que si —comentó Hugo en voz baja, sarcástico.
Hacía meses que en su empresa circulaban rumores sobre despidos. Y él no podía hacer otra cosa que rezar para que no le tocara, y mucho menos ahora. Tenía varios años de paro, pero la perspectiva no le resultaba nada alentadora, ya que no era precisamente un chaval… Cambió de canal sin pensar, dando con un anuncio del día del padre… “Andá” pensó, mirando en su reloj. “Pero si es hoy, lo había olvidado por completo…”
Distraído, continuó comiendo un poco de pan y queso, hasta que oyó que Marga lo llamaba. Notó la urgencia en su tono, por lo que se levantó de un salto y corrió hacia el dormitorio, casi chocándose contra las paredes.
—¿Cariño, que pasa? —le preguntó desde la puerta.
Ella lo miró sentada en la cama, junto a una enorme mancha de aspecto húmedo que destacaba en las sábanas.
—Hugo, he roto aguas. El niño ya viene…
El hombre la estudió un segundo, analizando la situación.
—Joder, Joder…
—Tranquilo —le dijo su mujer, respirando con fuerza—. Vístete, que nos vamos pero ya…
Hugo acunaba a su hijo entre los brazos, mirando cada centímetro de su cuerpecito con un cariño reverencial.
—Es precioso —logró decirle a su esposa, que los observaba con una sonrisa dibujada en los labios.
—Le veo mucho parecido contigo —le respondió Marga—. Por cierto cielo, feliz día del padre…
El hombre la miró un momento y sonrió. ¡Era verdad! Con todo el ajetreo y los nervios había vuelto a olvidarlo…
—En cuanto salgamos de aquí te compraré un bonito regalo, tenlo por seguro —añadió ella, acomodándose un poco mejor en la cama.
—No hace falta, cariño. Que todo haya salido bien y tengamos aquí a nuestro pequeño ha sido el mejor presente que todo padre desearía…
Porque los malos tiempos siempre se van. Y en ocasiones una chispa de vida puede llegar con fuerza y alumbrarnos, llenándonos de felicidad.
DEDICADO A MI PADRE Y A TODOS LOS PADRES DEL MUNDO!
¡FELIZ DÍA DEL PADRE!
LOS MALOS TIEMPOS SIEMPRE SE VAN por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )
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