CAPÍTULO 1O. LO QUE REALMENTE IMPORTA
—¿Cariño, estás bien?
Carlos seguía con la mirada perdida y clavada en el televisor, apretando el mando con tanta fuerza que Lucía pensó que lo iba a romper. Por fortuna ella no continuaba al teléfono hablando con Carlitos y podía dedicar a sus hombres adultos toda la atención…
—Más vale tarde que nunca, al final lo ha logrado —Anselmo quebró el silencio—. Aunque no he visto por ningún lado al mequetrefe americano con el que se fugó. Encima la tía sigue siendo preciosa y canta de escándalo, no sé si sentirme orgulloso o furioso…
“Vaya” pensó Lucía, dedicando una mirada a su suegro. Debía admitir que la fugitiva la había dejado alucinada e incluso el bebé había reaccionado con su música, como si le gustara… Por instinto posó una mano sobre su vientre, permitiéndose el lujo de sonreír. “Preciosa, tienes una abuela única” le dijo de forma mental. “Aunque no sé si la conocerás algún día…”
—Me voy a tomar una cerveza —dijo Carlos, levantándose del sofá— ¿Te vienes papá?
La mujer los miró a los dos, prefiriendo no añadir nada. “Tal vez sea lo mejor, que les dé un poco el aire”.
—Por qué no, hijo —contestó el abuelo.
—Vale, pero volved para comer —puntualizó Lucía, besando a su marido con ternura— ¿Estás bien?
Él la observó pensativo; después le acarició el rostro y volvió a besarla.
—Sí, bueno… No te preocupes, es sólo que…
—Tranquilo cielo, lo comprendo —dijo ella, ajustándole cariñosa el nudo de la corbata.
Los dos se hallaban sentados frente a la barra de un bar cercano; ya se habían bebido una mediana sin cruzar palabra, por lo que Carlos le pidió otras dos al camarero.
—¿Cómo estás, papá? —le preguntó al fin, después de veinte minutos de silencio.
Anselmo miró a su hijo y una breve sonrisa se perfiló en sus labios.
—Al principio ha sido como si un camión me pasara por encima —respondió sincero—. Pero ahora bien.
—¿Puedes creerte que una parte de mí se ha alegrado de su éxito? —soltó Carlos, impulsivo—. Aunque después he caído en la cuenta de que no ha querido saber nada de nosotros en todo este tiempo y me ha dado un poco de rabia, algo que me ha mosqueado todavía más. Creía que tenía superado el tema de mamá…
El hombre le dio unas palmaditas en el hombro, cargadas de afecto. Lo comprendía, desde luego.
—Yo siento lo mismo —le dijo.
A continuación volvieron a quedarse en silencio, mientras el camarero les servía las bebidas. Luego, le dieron el primer trago al mismo tiempo de forma involuntaria, como si estuvieran calados por un mismo patrón.
—Merche está increíble —dijo Carlos—. Aún guardo algunos recuerdos de antes de que se marchara.
—Odiaba que la llamaran así.
—Ya, bueno, y yo no soporto que se largara.
El abuelo reprimió una sonrisa.
—Pues la Merche se ha operado, eso seguro —puntualizó, con total seguridad—. Somos de la misma edad y mírame a mí…
—Tú estás estupendo, no me jodas —le soltó su hijo—. Eres un señor como Dios manda, de los pies a la cabeza. Y sé que tienes alguna amiga con derecho a sexo por ahí…
Anselmo abrió mucho los ojos y contempló a Carlos, sorprendido.
—¡Pero hombre! —exclamó.
—¿Qué? Un día ayudé a Lucía con la colada y me encontré los condones. Pero quiero que sepas que no le conté nada. Aunque creo que no has de avergonzarte; me alegro de que en su momento me dieras ejemplo con conocimiento de causa. Y que se joda Mercedes si te has follado a otras mujeres durante todo este tiempo…
Los dos estallaron en una carcajada.
—La verdad es que fui muy pesado con el tema de los preservativos. Aunque no voy a hablar contigo de mi vida sexual…
—Ni lo pretendo papá —puntualizó Carlos, sin borrar la sonrisa— Sólo voy a decirte que fuiste muy pesado en muchas cosas, pero te lo agradezco. Me criaste sin ayuda de nadie y eso es ejemplar. Ojalá sea tan buen padre como lo has sido tú.
El abuelo se emocionó, aunque se esforzó en no aparentarlo.
—Y no lo hice nada mal, he de decir. Tú sí que eres un señor de los pies a la cabeza, aparte de buen marido y un padrazo. Me siento muy orgulloso de ti, de verdad. Y de Lucía, y de Carlitos… Tu madre ha sido una inepta si ha querido perderse todo eso.
—Te quiero, papá.
—Yo también a ti, hijo, os quiero mucho a todos.
—Gracias por traerlo, Julia —le dijo Lucía a la madre de Julito, el amigo de su hijo. Los niños jugaban en el cuarto de Carlitos, mientras las mamás tomaban un café en la terraza. Hacía un poco de fresco, pero con las chaquetas se estaba de maravilla.
—De nada, no te preocupes; aunque he de admitir que lo de tu suegra ha sido bestial.
La mujer se rio.
—Dímelo a mí. Tendrías que haber visto las caras de mi marido y mi suegro… aunque lo han llevado muy bien.
—Al principio pensé que Carlitos se equivocaba —añadió Julia—. Pero lo veía tan convencido que cuando me pidió llamar a casa no pude negarme…
Las dos se rieron a la vez.
—Está increíble, casi parece una treintañera ¿Y tiene la misma edad de Anselmo?
—Exacto.
Se hizo una pausa, que dedicaron a saborear el café.
—Se ha operado, eso seguro —dijeron las dos amigas al mismo tiempo, antes de reírse.
—Y canta de miedo, creo que voy a comprarme su disco en cuanto salga de aquí —puntualizó Julia—. Espero que no te moleste…
—Tranquila, para nada. Yo haría lo mismo de no saber cómo reaccionaría Carlos.
—Por cierto, tengo su novela en el bolso. Voy por la mitad pero me está encantando, no imaginaba que escribiera así. ¿Está en casa? Quiero que me la firme…
Lucía sonrió, agradecida por el comentario. La verdad es que su marido le parecía un autor acojonante. “El éxito llegará, eso seguro”.
—Lo mandé a hacer la compra de la semana —respondió después de la pausa—. Deja el libro si quieres y te lo doy mañana…
—¡¿Estás loca?! —exclamó su amiga—. Me tiene enganchadisima, ya se lo pediré otro día.
Carlos se había detenido frente a una figura de cartón de tamaño real, apoyado en el carro de la compra con un cd en las manos. “La nueva sensación del rock español, la abuela roquera” rezaba un cartel a los pies de la mujer de papel. Y por más que la miraba, el hombre no podía dejar de pensar en que aquella persona no dejaba de ser una completa extraña. “No te conozco, madre” reflexionó, dándose cuenta de que, de todo el centro comercial, él era quien más tenía que ver con aquella cantante que se había convertido en la sensación del momento. Le debía la vida y compartía una carga genética, pero absolutamente nada más…
Desconcertado, estudió la portada del disco, sabiendo que no iba a regresar a casa sin él. “Al menos espero que sea jodidamente bueno” se dijo, antes de tirarlo al interior del carrito.
Al llegar a casa el hombre se topó con su hijo emocionado perdido, dando saltitos y tarareando el trozo de canción que había salido en las noticias. A pesar de que oírlo cantar aquello le asqueó un poco, resistió el impulso de pedirle que se callara. El nene no tenía la culpa de nada, el pobrecillo; y debía admitir que estaba encantador e imitaba el inglés bastante bien. “Tal vez lo apunte a una academia” se dijo.
Durante la cena Lucía prefirió abstenerse de comentar nada respecto al tema de la abuela roquera. Y Anselmo había salido con los amigos del imserso, aunque la pareja sabía que en realidad lo había hecho con su amiguita.
Una vez en la cama, Carlos intentó dormir durante un rato. Sabía que su mujer se hallaba sumergida en los mundos de Morpheo, gracias a su respiración acompasada. “Que suerte” pensó, cerrando los ojos por enésima vez, con la esperanza de ceder al sueño. Pero por más que lo intentaba, su cabeza no parada de dar vueltas, recordando una y otra vez el cd que había guardado en el bolsillo de su chaqueta un rato antes. Indeciso, miró la hora en su reloj de pulsera, cuya esfera fosforescente brillaba en la oscuridad. “Las dos de la mañana” reflexionó. “No es muy tarde al fin y al cabo…”
Un rato después, el hombre se levantó con mucho cuidado, buscó su batín en las tinieblas y salió lentamente del cuarto, tan sigiloso como su gato. Una vez en el pasillo se cubrió con la prenda y se encaminó a su despacho, en el que siempre solía dejar la chaqueta. Encendió el portátil y buscó en el bolsillo el susodicho disco… “Ahora veremos cuan buena eres, madre” se dijo, mientras rompía el plástico del emboltorio…
Lucía se volvió en la cama, esperando encontrarse con el hombro de su marido. Al notar su ausencia abrió los ojos… “Pero si no está” pensó insegura, desvelada de repente. Buscó el teléfono en la mesilla de noche y miró la hora, comprobando que eran las tres de la mañana. “Esto es muy raro” reflexionó. Carlos siempre había gozado de un sueño envidiable y se quedaba dormido enseguida, como un tronco. “Voy a investigar” decidió, sabiendo que no volvería a dormir si no resolvía el misterio.
La mujer sintió un alivio instantáneo al comprobar que algo de luz se filtraba por la puerta entornada del despacho. Se aproximó con cuidado de no hacer ruido y la empujó lentamente. Carlos estaba sentado frente a su escritorio de trabajo, reclinado en su silla de cuero, con los brazos detrás de la cabeza y los pies sobre un lateral de la mesa; unos auriculares calados en las orejas y sus ojos cerrados le hicieron pensar que escuchaba algo del portátil.
Lucía siguió aproximándose, comprobando que su hombre respiraba de una forma lenta y acompasada. “Se ha dormido” pensó. Entonces vio la carátula de un cd y el librito sacado, abierto casi por la mitad. Su instinto le dijo que sabía de que autora era y lo cerró un poco para ver la portada.
—The Black Hole, Mercedes Serrano + The Anonymous Strangers —leyó en voz alta, esbozando una sonrisa—. Incluye su Súper single, Dominatrix.
“Se me ha adelantado” se dijo ella, agrandando la sonrisa. «Vaya pedazo de curvas que tiene la abuela, será posible; vamos, que ni Madonna». Entonces volvió a poner la página con la que lo había encontrado y descubrió que en éste salían las letras de las canciones, en perfecto inglés. “Qué internacional es mi suegra” reflexionó, antes de enfrascarse a leer el texto. Un minuto más tarde volvió a mirar a su marido, emocionada, con los ojos brillantes. Había una canción que hablaba de él… “Oh, cariño”.
La mujer decidió volver sola a la cama, para dejarle su espacio. Se giró y regresó a la habitación, tarareando de forma susurrante un trozo de la letra que se permitió el lujo de traducir al español. Sin duda, en aquel momento su suegra, pese a no conocerla, le caía un poco mejor.
“Algún día reuniré el valor de ir a verte, mi pequeño tesoro, y decirte todo cuanto se ha quedado atorado en mi garganta durante tanto, tantísimo tiempo. Algún día perderé el miedo a tu rechazo, el miedo a que no me reconozcas entre una multitud. Y te mandaré las cartas que te escribí cada día, para ganar valor, dejar de ser una madre fantasma y cruel, para ganarme tu perdón.
Algún día volveré a aparecer en tu vida. Sé que te has transformado en un hombre maravilloso, que tienes familia, tan preciosa y bonita como tú, mi pequeño niño repleto de luz.
Yo no te he olvidado, siempre estarás presente en mi corazón, hasta que reúna el valor de llamar a tu puerta…”
EL NIÑO QUE NO ENTENDÍA CONVENCIONALISMOS 10. LO QUE REALMENTE IMPORTA por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )
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