CAPÍTULO 9. BUENAS Y SORPRENDENTES NOTÍCIAS

Anselmo miraba las fotografías de su mujer casi a escondidas, metido en la cama con la luz de la pequeña lámpara de sobremesa. “Maldita Mercedes” pensó. Ya habían pasado veinticinco años desde que su amor decidiera dejarlos para fugarse con un músico. Carlos aún no la había perdonado, y él, si era sincero consigo mismo, tampoco, al menos del todo. Pero la ira y la rabia que sentía hacia ella se habían ido reblandeciendo con el paso del tiempo, hasta aquel mismo instante en el que verla no le despertaba ningún tipo de antipatía. “El sexo era lo mejor” se mintió a sí mismo. “Mañana llamo a Carmena y revolcón”. En ocasiones quedaba con una amiga del imserso para mantener relaciones esporádicas. Y se jactaba en silencio, orgulloso, de que aún gozaba de buenas erecciones sin ayuda de pastillitas azules.

“Sigo siendo un toro bravo…” reflexionó sonriente. Solía mentir a su hijo y a su nuera cada vez que quedaba con ella, diciéndoles que se iba con unos amigos. Y de vez en cuando era cierto, pero por fortuna disfrutaba de una intensa vida sexual, algo que no se hallaba dispuesto a compartir con su chaval. “Bueno, chaval, chaval tampoco ya”. Carlos ya tenía casi cuarenta años y estaba hecho un hombre como Dios mandaba, un señor de los pies a la cabeza, por no decir que era todo un padrazo.

Entonces Anselmo pensó en Lucía, en Carlitos y en la nueva nieta que estaba por venir. “Mercedes, tú te los pierdes por inepta…” caviló, lleno de orgullo hacia su hijo y la familia que había creado. Quería con locura a Carlos, los quería a todos. Y Lucía le había gustado muchísimo desde el principio, cuando la conoció durante unas navidades hacía ya mucho tiempo, siendo los dos una tierna parejita.

En el exterior tronaba de manera escandalosa, pero a él le encantaba el sonido de las tempestades. Y siguió en su mundo interior con las fotografías en las manos, hasta que Carlitos irrumpió en la habitación y saltó sobre él sin previo aviso.

—¡Yayo! —exclamó el niño, asustado.

—¡Pero Carlitos, hombre, que ya soy mayor! —le dijo el abuelo, sorprendido. Luego soltó una risita— ¿Es el monstruo otra vez?

El niño negó con un gesto de cabeza, el cielo crujió…

—Me da miedo la tormenta, al monstruo lo tengo controlado con el espray y con los peos.

Anselmo se rio por lo bajo, no deseaba despertar a nadie.

—Vale, vale, pero no vayas a tirarte ninguno ahora…

El crío le sonrió.

—¿Puedo dormir contigo? Me muevo mucho y no quiero golpear a la hermanita dentro de mamá.

“Que pasada de niño” se dijo el abuelo, orgulloso. Nunca dejaba de sorprenderlo.

—Está bien, chavalote. Pero no te muevas demasiado, ¿de acuerdo? A ver si me vas a tirar de la cama…

Pero el nene ya no prestaba atención a la conversación y le quitó la fotografía de las manos.

—¿Es la abuela Mercedes?

El hombre asintió con la cabeza.

—Es muy guapa. ¿Dónde está?

—Pues no lo sé, cariño, por ahí… Venga, a dormir. Que si no mañana no rendirás en el cole.

Carlitos le devolvió la foto, le pasó por encima hasta el rincón de la pared y se introdujo entre las sábanas. En realidad estaba muerto de sueño, el pobrecito. Y con el abuelo, la tempestad ya no le daba tanto miedo…

—Ayer el niño volvió a dormir conmigo —le comentó el abuelo a su nuera.

La mujer lo miró con la taza a medio camino de la boca. Los dos almorzaban bajo el cálido sol en la terraza. Noir correteaba de un lado a otro y de vez en cuando se restregaba por las piernas del abuelo para que lo acariciara.

—Lo siento mucho Anselmo —le respondió ella.

—No pasa nada, tranquila. Es mi segundo chavalote, ya lo sabes. Al pobre le daba miedo la tormenta, pero sobre todo sentía pánico por dormir con vosotros y golpear a la hermanita sin querer.

—¡Ohhhhhhh! —soltó Lucía, después de darle un sorbo al café, con una radiante sonrisa en los labios—. Tenemos un crío que vale un imperio, ¿Verdad?

Ambos se rieron al mismo tiempo.

—Por supuesto —respondió el hombre; le apetecía comentar algo pero no estaba convencido. “Qué tontería” se regañó.

Era Lucía, ¡Por Dios!

—Me sorprendió mirando fotografías de Mercedes y me preguntó.

—Vaya —dijo su nuera—. ¿Has tenido noticias?

—¡Que diablos! En todos estos años no ha dado señales de vida. Y que le den, ni siquiera se ha preocupado por informarse sobre Carlos.

—Lo sé, lo sé —respondió ella, dándole la mano—. ¿Y cómo te va con tu novieta?

—¿Perdón?

—Anselmo, que somos adultos. ¿Recuerdas que en muchas ocasiones te limpio la ropa? Encontré preservativos en tu cajón de los calzoncillos. No quería ser indiscreta, es solo que odio dejar la colada encima de las camas… y me alegré muchísimo por ti, sobre todo de que continuaras siendo un galán responsable.

El abuelo se puso colorado.

—Sólo somos amigos, nada más…

—Está genial, de verdad —lo interrumpió ella—. Eres un hombre maravilloso, mi marido heredó eso de ti. Y me siento afortunada de que seas mi suegro.

—Pienso lo mismo de ti, Lucía. Estoy muy feliz de que Carlos te encontrara. Hasta me encanta este bichejo… —con un rápido movimiento el gato saltó sobre su regazo y se sentó, ronroneando como un motor.

—¡Ohhhhhh! Lo siento, estoy muy sensible estos días. Han de ser las hormonas o algo.

Los dos volvieron a reírse.

—¿Y qué dijo el nene sobre mi fugada suegra?

—Pues que va a decir. Que era muy guapa.

—Ya…

Carlos volvió a casa a medio día, algo que no solía hacer. Abrió la puerta contento y sonriente, esperando encontrarse con su familia al completo. Se sentía impaciente por compartir con ellos dos noticias muy importantes que le habían alegrado el día, hasta casi hacerlo flotar en una nube.

—¡Hola familia! —saludó a viva voz.

Lucía salió a recibirlo blandiendo una sonrisa y le dio un prolongado beso en los labios.

—¿Pero que haces en casa? —le preguntó sorprendida.

—Vaya —respondió el hombre, poniendo una mueca triste.

—No seas tono, cariño. Es que no es habitual que vuelvas a esta hora.

Él la abrazó con cuidado y volvió a besarla.

—Pues vete acostumbrando preciosa.

—¿Y eso?

—Me han ascendido —respondió Carlos, impaciente—. Por lo que ahora haré jornada intensiva durante algunos días de la semana y así podré estar pendiente de lo que realmente me importa, vosotros.

Lucía exclamó llena de alegría y lo besó de nuevo.

—¡Pero que pasa! —dijo Anselmo, apareciendo en el pasillo.

—Me han dado un ascenso, papá.

—¡Enhorabuena! —lo felicitó el abuelo, abrazándolos a los dos.

—¿Y el niño? —preguntó el hombre, mientras los tres se sentaban en el sofá.

—Hoy comía con Julito —contestó Lucía—. Te lo comenté ayer, pero no importa cariño. ¿Qué es la otra cosa tan chula que nos querías comentar?

Él los miró a ambos con una sonrisa que se hacía cada vez más grande.

—¡Han reseñado mi novela en varios blogs especializados y las críticas han sido bestiales, increíbles!

Su mujer se cubrió la boca con las manos antes de abrazarlo efusiva.

—¡Genial cielo! —exclamó— ¡Hoy estás que lo bordas!

En ese momento sonó el teléfono y la mujer se levantó para cogerlo, por instinto.

—¿Diga? —preguntó nada más descolgar.

—¡Hola mami! —respondió Carlitos, emocionado—. La mamá de Julito me ha dejado llamaros. ¡Poned la tele, poned la tele!

—¿Pero que pasa cariño? —de fondo se escuchaba al amiguito de su hijo, diciéndole cosas.

—¡Es la abuela! ¡Sale por la tele!

Lucía parpadeó perpleja. Era imposible…

—¿Cómo? Seguro que te equivocas, cariño…

—¿Qué pasa? —preguntó Carlos, al escuchar a su mujer. El gato entró en el salón y se rozó contra sus piernas.

—Es tu hijo… —le contestó ella—. Perdona cielo, estaba hablando con papá. Es un error, seguro…

—¡Que no mami! ¡Que ayer vi su foto otra vez! La abuela se llama Mercedes Serrano, ¿Verdad?

“Pues si” reflexionó Lucía.

—Vale, vale, ¿en que canal sale?

—¡En la primera, en la primera!

—Carlos cariño, encended la tele y poned la primera, deprisa…

Anselmo se levantó y cogió el mando. Unos instantes después el televisor de plasma se activó, apareciendo el telediario…

—“¡Es toda una revelación!” —dijo el presentador—. “A sus sesenta años, esta rockera llena de energía pese a la edad ha batido records de ventas con su primer Single, Dominatrix… y ella es Mercedes Serrano…”

La mujer se atragantó con su propia saliva y miró, pegada al teléfono, a su marido y a su suegro. Los dos observaban petrificados la pantalla, con los ojos muy abiertos y casi sin respirar.

—¡Ves como era la yaya! ¡Es cantante!

—Shhh, calla un momento cariño, déjame escuchar la tele…

Entonces las imágenes de un concierto los dejaron a todos obnubilados, bajo el compás de una música tremenda que sonaba endiabladamente bien. Y en el escenario apareció una rubia que pese al tiempo transcurrido seguía conservándose de maravilla…

“Oh, Dios mio” pensó la mujer, hipnotizada. “¡Joder, es ella, es mi suegra!”. Reprimió las imperiosas ganas de soltar una carcajada nerviosa, de lo sorprendida que se hallaba.

La abuela cantaba en un inglés perfecto, con una voz fuerte y portentosa, vestida con un modelito de cuero ajustado que ni a la propia Lucía le quedaría bien. Y ella estaba radiante, irradiaba pura fuerza y devoraba a un público que se iba volviendo eufórico…

—“No se la pierdan” —volvieron a aparecer tanto el plató como el presentador— “Ella es la nueva diva y abuela del rock español…”

—¡La madre que la parió! —soltaron Carlos y Anselmo al mismo tiempo, mirándose mutuamente.

Licencia Creative Commons
El niño que no entendía convencionalismos 1. El Teo del pelo verde por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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