CUENTOS DE HADAS PARA NO DORMIR: CAPERUCITA ROJA
Bienvenidos de nuevo, luciernaguillas. ¿Cómo habéis podido soportar otra semana sin mí? Oh, seguro que lo habéis hecho bien, no seáis aduladores. Aunque por otro lado me encanta que me digan cosas bonitas; así que venga, comenzad a endulzarme los oídos. Ohhhhh, así me gusta, si, un poco más. Recordadme lo oscuro y cínico que puede llegar a ser mi sentido del humor. Si… si…
Bien, tal vez ya sea suficiente, dejad de engordarme el ego; porque de no hacerlo me pondré tan gordo que no seré capaz de hablar y dejaré mi figura de ogro para transformarme en una especie de sapo mutante. Y si he de metamorfosearme, sabéis que prefiero hacerlo en gatito. De hecho ya lo noto, mis orejitas se vuelven puntiagudas, ya me está saliendo una bonita colita en el trasero y mi vejiga ha adquirido el tamaño de Inglaterra. ¡Qué sensación tan maravillosa! Me siento tan rebosante de colorines… Ya estoy en mi cajita gatuna rosa, escarbando con las uñitas en las páginas de los cuentos que sustituyen la arena… Y os puedo asegurar que esta semana, voy a soltar muchos, muchísimos litros de purpurina.
Hoy vamos a hablar sobre un relato muy conocido, aunque nos ha llegado tan distorsionado que pocos lo reconocerán en su versión original, por no hablar de que en el fondo oculta varias connotaciones y simbolismos sexuales. Sí, lo habéis leído bien. Pero no nos adelantemos, me gusta ir despacio, sobre todo cuando veo que he captado algo de vuestro interés. Así que hoy presento a …
¿Supongo que la portada lo dice todo, no? Muy bien. Entonces… ¿Que se puede decir de este relato que no se sepa ya? Os preguntaréis algunos. Y la respuesta es tan simple que escuece. Se puede decir de todo. Si, SI, vuestros ojitos escrutadores no os engañan. Y eso significa que por fortuna, disfrutáis de una buena comprensión lectora.
La primera versión escrita que se conoce de Caperucita surgió del puño y letra de Charles Perrault, ese caballero francés tan simpático del que hablamos el otro día. Y sí, se trataba de un relato oral de tradición campesina, que él recopiló durante uno de sus viajes a aldeas y pueblos pobres, el mejor lugar para encontrar inspiración –o para que te lo roben todo y te apuñalen tan ricamente, dejándote más agujeros que un queso gruyer.
Considero que no hace falta volver a explicar demasiado sobre este señor. Por lo que solo añadiré un par de datos curiosos, para despertar las neuronas dormidas de algún que otro lector olvidadizo. Este hombre escribió “Cuentos de mamá ganso”, en el que recopiló varios relatos orales y los adaptó a su época.
La historia de Caperucita roja, a pesar de haber sido simplificada y dulcificada con el paso del tiempo, era la única del libro que no acababa bien, un dato que me fascina. Bastantes años más tarde los hermanos Grimm volverían a readaptar la historia a su época, cambiándolo más todavía, quitando mucho salseo y añadiendo el manido final feliz, algo que en sus orígenes, cuando se explicaba posiblemente en la oscuridad de la noche y amparados por el titilante candor de las velas –un lugar tan precioso como mi cueva– no existía; y según mi tenebroso sentido del humor, tampoco necesitaba. En cuanto más cruel sea el final, más caramelizado para mis sentidos se vuelve.
Sí, ya sé que ha sonado rancio. Pero soy Mr. Ogro, ¿recordáis?
Una vez hechas estas pequeñas reflexiones vayamos al tema que nos interesa. Así que comenzaré por el relato versión Perrault, para luego matizar algunos de los cambios que implementaron los hermanos Grimm.
Érase una vez –bla bla bla– en un pueblo vive una niña preciosa, la más bonita de las cercanías y todo el mundo la adora. De momento la historia pinta muy original, ¿verdad?
El caso es que la abuela quiere tanto a su nieta, que manda a que le confeccionen una caperuza roja. Y ese regalo le queda tan y tan bien, que los vecinos comienzan a llamarla Caperucita roja.
Un día su madre cocina unas tortas y le pide a la niña que se las lleve a la abuela, junto a un tarro de mantequilla. Por lo visto le han llegado noticias de que la pobre anciana anda enferma, y como no, vive en una aldea vecina; y por si eso fuera poco, resulta que para llegar hasta su casa se ha de cruzar por lo más profundo del bosque. Así que Caperucita se marcha, con la comida metidita en una bonita y cuca cestita de mimbre. De repente el sonido atroz de un canto desafinado e infantil inunda el bosque, provocando que los pajaritos huyan despavoridos. Qué, no me miréis así. En la vida no se puede tener todo, en ocasiones el hecho de poseer belleza no significa que también tengas que cantar como los ángeles.
La niña va caminando feliz, hasta que de repente se encuentra con un lobo, nuestro amigo de la semana. El pobre lleva en ayuno —por una dieta inflingida por la vida, que malvada— y al ver a la chiquilla le rugen las tripas. ¿Alguien ha dicho almuerzo? El lobito seguro que sí. Como es un tipo espigado, sabe que cerca de allí trabaja un grupo de leñadores que acudirían al auxilio de la niña. Y aprecia demasiado su peludo pescuezo, que le vamos a hacer. Así que zalamero, decide preguntarle al banquete andante hacia donde va.
Caperucita, que es una niña muy inocente y desconoce los peligros de hablar con lobos, le responde con una bonita sonrisa:
“Voy a ver a mi abuelita, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía”.
La niña realmente no comprende las mecánicas del mundo, ni lo oscuras que se vuelven en ocasiones. Así que desconociendo el peligro, le da las indicaciones de cómo llegar, incluso de cuál es la casa de la anciana, que resulta ser la primera –y como no, la más apartada– de toda la aldea.
Al lobo, que ya no puede más con la vida y está muerto de hambre, se le ocurre una gran idea. Y le dice:
Caperucita roja acepta el juego toda sonrisas y se marcha por el que le ha tocado, que resulta ser el más largo. Ahora sumémosle a ese hecho varias acciones, como la búsqueda de flores, la caza de mariposas y el martirizar con gallos bochornosos a cualquier bicho viviente del bosque.
Una vez ha perdido a la niña de vista, nuestro amiguete de la semana aprovecha eso en su favor y corre hacia la casa de la abuelita, llegando en un santiamén –aunque la niña tampoco se lo pone muy difícil–. Y una vez parado frente a la puerta llama. ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
Responde el lobo, supongo que poniendo voz de castrati. Ahora me gustaría matizar un pequeño detalle. O realmente nuestro amiguito tenía un problema mayúsculo con una voz de pito o el oído de la anciana no andaba muy fino. El caso es que ella, creyendo que su nietecita ha llegado, le indica como abrir la puerta, que aparenta estar cerrada. Una muy mala decisión.
El animal entra en la casa, encontrando a la pobre mujer en la cama. Y seguidamente la devora sin piedad, aunque supongo que de una forma muy limpia, tanto, que no deja ni una mancha de sangre. Creo seriamente que él debía tener una mandíbula elástica, a lo boa constictor o algo similar. Nunca dejaré de sorprenderme por los avances de la naturaleza. Pero volvamos al relato.
Una vez ya se ha zampado a la abuela, nuestro amigo se viste con su camisón y se mete en la cama. Pasa el rato y por fin llega la niña, que toca a la puerta.
Aunque por otro lado ese rasgo humano me fascina, ya que puede ser tan caótico y destructivo como una guerra.
Finalmente el lobo le indica como abrir la puerta y la niña entra en la casa. Él, que apenas es capaz de contener la saliva, finge ser la anciana y con buenas peticiones consigue que la niña deje las cosas en un rincón y se meta en la cama con él. Entonces la caperucita nota cosas. Y aquí viene el famoso diálogo, archiconocido hasta la más remota y tremenda saciedad.
Pero ese no es el final que yo conozco… Seguro que argumenta alguno. Y eso se debe a que la versión mencionada arriba es la de Charles Perrault. Sí, ese escritor francés del que hablé al principio del artículo y en capítulos anteriores. De acuerdo, de acuerdo, no deseaba ir de listillo. O tal vez sí, quien sabe.
Volvamos al tema que nos interesa. Fueron los hermanos Grimm quienes, después de haberle dado otra vuelta de tuerca al relato de Perrault, escribieron la versión que ha perdurado hasta nuestros días, quitando alguno de sus contenidos adultos —salseo, mucho salseo— por desgracia. Y se dice que para hacerlo, se inspiraron en tres fuentes:
La primera –como no podía ser de otro modo– el relato original.
La segunda, una versión oral de una joven de alta alcurnia que, posiblemente, había tenido acceso al cuento del francés. Es lo que tiene nacer en una familia pudiente, niños y niñas.
Y la tercera, una obra escrita en 1800 por Ludwig Tieck, «Leben und Tod des kleinen Rotkäppchens: eine Tragödie» («Vida y muerte de la pequeña Caperucita Roja. Una tragedia»). Es en esta interpretación donde surge la figura del leñador, que salva a la niña y a su abuelita, un recurso que mantuvieron los Grimm.
Bien, hasta aquí hemos hablado sobre los dos versiones conocidas del relato. Y por fin le toca el turno a la original, la historia que Perrault encontró, tal vez, alrededor de una hoguera o chimenea, en una probable noche de tormenta invernal. ¡Cómo me gusta esa ambientación!
Perdonadme, me he perdido imaginando tan sórdido y tenebroso lugar. Dejad que me reubique, sí, ya está. Antes de entrar a relatarlo puntualizaré otra cosa más. Hay elementos que pese a los cambios de concepto, siguen manteniéndose a día de hoy. Como por ejemplo el principio.
Ahora sí. Ya soy un gatito completo otra vez, aunque sigo manteniendo mi carita de ogro. Y oh, ya está a punto de salir la purpurina. Este es el cuento del que he hablado en el párrafo anterior. El que se transmitió de boca a oreja, en un ciclo interminable hasta que el puño de un francés, lo capturó.
Erase una vez –bla, bla, bla, básicamente todo le mantiene igual–, la madre de Caperucita roja le pide a la niña que le lleve comida a la abuela enferma. Hasta ahí todo sigue siendo lo mismo. Pero cuando el lobo –hay versiones en las que se dice que es un HOMBRE lobo–. ¿Tal vez ya seas capaces de captar un ligero cambio de simbolismo? Si la respuesta es afirmativa, chicos y chicas listos/as. Y si es negativa, buscad a un psicoterapeuta. NO, es broma, es broma. Hacía rato que no soltaba alguna de las mías.
Continuaré el relato diciendo que Caperucita se encuentra con un licántropo —en aquella época lo llamaban hombre lobo, pero prefiero alardear de mis conocimientos adquiridos en este presidio—. Y eso lo veo más plausible. ¿Un animal que habla? Avisadme si veis alguno, luciernaquillas, en este blog me encuentro a muy pocas criaturas tan extrañas como yo.
Volvamos al cuento. El caso es que nuestro amigo sigue hambriento —aunque tal vez sea de otro tipo de carne— cuando se encuentra con la jovencita. Entonces le pregunta hacia dónde va y ella le responde lo mismo que en las otras versiones, confiada. Es aquí cuando el relato original toma un matiz distinto, pues el lobo le propone dos caminos, el de las agujas o el de los alfileres. Me encanta cuando se nombra a objetos puntiagudos que se clavan en cosas… Y si encima provocan unas deliciosas punzaditas de dolor, tanto, tantísimo mejor.
La chica contesta que desea irse por el de los alfileres, pues nuestro amigo es un tipo listo y la engaña previamente, diciéndole cuál de los dos es más corto. Y lo hace cruzando los dedos en la espalda, por supuesto.
De esta manera nuestro licántropo corre veloz por el más corto, llegando el primero a casa de la abuela. Entonces pica a la puerta. ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
Responde el lobo, y supongo que, como en las versiones anteriores, poniendo voz de castrati.
Entonces la anciana le indica como abrir la puerta y nuestro amiguito simpaticote entra, y se lanza a matarla al instante. Pero en vez de comérsela primero, parte algo de su carne y rellena con su sangre una botella de vino vacía que había por allí. Creo que ahora hemos resuelto el misterio… ¿Y si lo que tenía la abuela era resaca?
El caso es que una vez ha preparado estos elementos, el licántropo los deja tranquilamente en la alacena y se pone el camisón de la mujer, para luego meterse en la cama a esperar.
Un rato más tarde Caperucita por fin llega a su destino y llama a la puerta. ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
Entonces la muchacha escucha las indicaciones de como abrir la puerta y entra en la casa, diciéndole ha ido a ver como se encontraba y que le trae viandas que le manda su hija.
En ese momento nuestro amigo le informa de que también hay comida en la casa, y la invita a que pruebe, especialmente, la carne y el vino que ha dejado en la alacena. Si, lo habéis leído bien.
Y como no podría ser de otro modo, nuestra jovencita de roja caperuza aún no ha merendado y tiene hambre, por lo que se pone a comer tranquilamente lo que le han ofrecido. Cuando ya está medio saciada pasa un gatito parlante por una de las ventanas y se escandaliza. Si, un gatito que habla. ¿Podéis traérmelo si lo encontráis? Suelen ser el alma de la fiesta.
La cosa va fluyendo hasta que el lobo disfrazado, insta a la caperucita a que se desnude y se meta en la cama con él. ¿Alguien en la sala dijo que esto suena muy turbio?
Le pregunta entonces ella, mientras comienza a desvestirse.
Contesta el malvado. Y así va sucediéndose con cada prenda de ropa, en los que la chiquilla va haciendo caso y va lanzándolas a la chimenea. Hasta que finalmente se queda desnuda.
Así que como hace frío, Caperucita corre a la cama y se mete con su dulce abuelita. Y es en ese momento cuando por fin, después de algún ignorado y tierno acto de canibalismo, se da cuenta de varios rasgos extraños en la “mujer”. Siempre me inclinaré a pensar que sí, tal vez la muchacha fuera muy hermosa, pero le que se dice lista…
Contesta el licántropo abalanzándose sobre ella. Por desgracia, el leñador fue un añadido de los hermanos Grimm. Y nuestro amigo ata a su presa a la cama y se la come enterita, muy lentamente.
Este es el cuento original. ¿Os ha resultado interesante? Espero que la respuesta sea un SI de enormes proporciones, luciernaquillas. ¿Habéis notado cierto… simbolismo sexual?
Perfecto, esa sonrisa te delata. Y es ahora cuando toda mi purpurina de colorines ya ha brotado de mi vejiga… Y menos mal, ya comenzaba a asfixiarme que su tamaño fuera el de Inglaterra.
Llegados a este punto, para finalizar, explicaré los simbolismos que esconde el relato. No os preocupéis, ya comienzo a tener la garganta reseca de tanto hablar. Y comenzaré por el que forma parte del título:
El simbolismo del rojo: Éste color es de mis favoritos. Simboliza la sangre y en este caso el despertar sexual de la chica. También es el color del himen –¿Hace falta que especifique femenino?–, y el resultado de perder la virginidad, hablando fino briboncetes.
El lobo/licántropo: El galán engatusador de doncellas, el zalamero que sólo busca un ratito de diversión. Como habréis adivinado, es una representación del sexo, la satisfacción inmediata sin matrimonio —ejem..
Que el lobo se travista, poniéndose la ropa de la abuela: Ambigüedad, usar cualquier fin a su alcance para satisfacer el deseo/ego.
El canibalismo: Esto es bastante común en muchas historias. La abuela representa el conocimiento, la madurez. Cuando Caperucita se come una parte de ella absorbe los conocimientos de la anciana. Por suerte para vosotros, —y para la yaya, por qué no cecirlo— en realidad esto es una metáfora y no un suceso literal. Aunque a este señor Ogro le gusta ver algo de casquería de vez en cuando y nunca le dice que no a una película de terror.
La casa de la protagonista y el bosque también gozan de simbolismo. El primero, es el hogar seguro, la familia. El segundo es el mundo exterior plagado de incógnitas, de caminos misteriosos y de peligros; es un puente hacia lo desconocido.
Y por último el hombre lobo/licántropo no la devora en realidad, luciernaguillas. Le hace otro tipo de cosas… Vamos, que se la «come» de otra manera…. ¿Alguien ha dicho una palabra que comienza por SEX y termina con O?
La moraleja del cuento: Vigila dulce niña, que desconoces como es el mundo de ahí fuera. Porque está lleno de galanes y de placeres que pueden traerte diversión, pero luego consecuencias nefastas, nefastísimas.
Creo que no necesito decir nada más. Y para finalizar por hoy, cuelgo a continuación un AS en la manga. Me he guardado una última carta, luciernaquillas, y me la había reservado para este momento. Y aquí está. Se trata del último párrafo del cuento original de Perrault, algo que mantuvo intacto. Ya sé que os encanta leerme, pero le cedo el turno a este simpático caballero.
Ahora si, creo que ya es hora de despedirnos.
Sacad vuestras próximas conclusiones, luciernaguillas. Espero que este cuento de hadas no os haya dejado indiferente.
Hasta el próximo Miércoles, amiguitos y amiguitas!!! He recibido un aviso de la bruja del mar y puede que consiga irme de vacaciones, quien sabe. Volved por si acaso. Si os atrevéis…
BILIOGRAFÍA:
Nota importante: Debido a un problema técnico se han borrado las fuentes que utilicé, en su momento, para escribir este artículo. Pero he vuelto a buscarlas y adjunto varias.
LA VERDADERA HISTORIA DE CAPERUCITA ROJA, CUENTOS DE GRIMM
LA VERDADERA HISTORIA DE CAPERUCITA ROJA, ALTILLO
Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )