LOS SUSURROS DE LA NOCHE (PRIMERA PARTE)

LOS SUSURROS DE LA NOCHE (PRIMERA PARTE)

Nueva Inglaterra, 31 de Octubre de 1697

 

La luna resplandecía en el horizonte. Una atmósfera densa y pegajosa, impropia de la época del año, se cernía sobre Wesboroth desde hacía días y casi todos los hogares permanecían con las ventanas abiertas, esperando ansiosos a que se colara en el interior de las casas una refrescante brisa nocturna.

La quietud era desconcertante, invadía la población desde los límites del bosque y se extendía a través de los campos de calabazas, maíz y centeno. En las calles desérticas no había ni un alma, ni siquiera se escuchaba el zumbido de las moscas revoloteando alrededor de las heces de los animales. Todo era silencio.

Shirley dormía junto a su hermano pequeño. Se había propuesto permanecer despierta hasta que llegara padre, pero la temperatura sofocante y las altas horas de la noche no habían jugado a su favor.

La joven se removió inquieta, torturada por una terrible pesadilla. En ésta volvía a presenciar desde su escondite como la señora Felding ardía. La veía gritar, la escuchaba toser, aullar en una agonía atroz mientras las llamas devoraban su cuerpo. Entonces las palabras del reverendo Matews invadían el sueño, contundentes, escupidas con un odio visceral que ella no alcanzaba a comprender.

“—Dios condenó a la mujer con dolor como castigo por le pecado original —predicaba éste, frente a la pira— ¡Y contradecir su voluntad es blasfemo! ¡Que la bruja arda en el infierno!”

La muchacha despertó sobresaltada y miró a su alrededor. Aún quedaban un par de velas encendidas en la pequeña habitación, algo que le insufló un alivio momentáneo. Ya había pasado varios meses desde la ejecución de la comadrona del pueblo y todavía notaba un profundo malestar cuando pensaba en ello. A sus quince años sabía que aquel recuerdo jamás la abandonaría. Además, no podía olvidar los sucesos de la ciudad vecina de Salem, acontecidos unos años antes. Tenía la sensación de que volvería a repetirse aquel terror, padre siempre se lo había advertido. Y por desgracia, parecía no faltarle la razón.

El pequeño Will se movió a su lado y Shirley dejó de comerse la cabeza. Tras contemplarlo con ternura le apartó un mechón de cabello dorado de la cara. Ambos se parecían físicamente a madre en casi todo, o al menos a la mujer que fue antes de que la enfermedad la consumiera. Hasta habían heredado de ella el bonito color verdoso de los ojos.

El niño se movió otra vez y la joven le besó en la frente. Entonces se oyó la puerta y supo que su progenitor había llegado al fin. Tras volver a ponerse la toca, cogió el candil y bajo la escalera. Cuando llegó al piso de abajo se topó con una escena desconcertante. Su padre había atrancado la puerta principal con los pestillos de hierro y corría de un lado a otro cerrando todas las ventanas, con los postigos incluidos. Le faltaba el sombrero y tenía el jubón rasgado en algunos lados.

—¿Qué sucede? —preguntó extrañada.

Al oírla el hombre se volvió para mirarla. La expresión de su rostro resultaba aterradora, cenicienta. Sus ojos resplandecían con el brillo del miedo absoluto, dándole un aire de loco perturbado.

—¡Shirley aprisa! ¡Ves a por tu hermano y atranca las ventanas de arriba! ¡Ahora!

La muchacha percibió la urgencia y obedeció. Mientras subía las escaleras intentando no pisarse la falda del vestido, comenzaron a golpear la casa desde el exterior. Primero la puerta, luego alguna de las paredes. El susto fue tan mayúsculo que tuvo que detenerse, conteniendo el aliento. Entonces el techo crujió. Varias tejas se desprendieron y cayeron al suelo, estallando. Ella miró arriba y tragó saliva antes de emprender la marcha otra vez.

Cuando llegó a la estancia, ésta se hallaba en la más absoluta oscuridad. Y la cama donde había dejado al pequeño, vacía.

—¡Will! —llamó a su hermano, nerviosa. Miró de reojo una de las ventanas y se dirigió a ella con presteza.

Dejó el candil en una mesita cercana y primero cerró los postigos con el pasador, sin mirar afuera. Cuando hubo terminado fue a por la otra. Ya se hallaba cerca cuando alumbró al niño de golpe, dándose un buen susto.

—¡Oh Dios! —soltó la joven—. ¡Me has asustado!

El niño se restregó los ojos con los puños y bostezó.

—¡He soñado con madre! —exclamó.

La joven no tenía tiempo para tonterías. El techo sobre sus cabezas volvió a crujir.

—Cariño, necesito que me aguantes esto, tenemos que irnos con padre ahora.

Will aceptó el candil en silencio y Shirley se dirigió a la ventana, alumbrada por la frágil llama de la vela. Hubo otro crujido y tuvo un mal presentimiento. Se disponía a cerrar los postigos cuando empezaron los susurros, primero tan flojos que apenas eran perceptibles. Y dio comienzo el caos.

Sorprendida y asustada al mismo tiempo, la muchacha miró a la calle. Se oían gritos aterradores por todo el pueblo, provenientes del interior de las casas. El vecino de en frente salió despedido por su ventana, reventándola y cayendo a plomo sobre la arena. No iba solo. Una extraña figura brumosa y oscura le destrozaba el torso con unas garras de pesadilla, sacándole las entrañas.

—¡DIOS MÍO! —chilló la joven. La criatura pareció oírla porque la miró, con dos ojos rojos que resplandecieron en la oscuridad.

Entonces Shirley se apresuró a cerrar la suya y de repente una de aquellas cosas cayó del tejado al alféizar. Ambos se miraron a los ojos un segundo, antes de que el monstruo la agarrara de la mano y la mordiera en el dorso. Ella intentó soltarse, golpeándola con el otro puño, aulló de dolor y de terror. El niño se acercó gritando y le tiró el candil, dándole a en la cabeza. La luz de la vela pareció molestarle, porque liberó a su presa. Y todo sucedió muy deprisa. Padre llegó con una antorcha encendida y atizó al monstruo, furioso, hasta que cayó al vacío. Apartó a su hija con cuidado y cerró la ventana.

El fin de Wesboroth había llegado.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

KAWAII (SEGUNDA PARTE)

KAWAII (SEGUNDA PARTE)

—Deja que lo adivine —insistió el otro Jake—. ¿Te han crecido un poco los colmillos?

En efecto, sus caninos superiores habían ganado tamaño.

—Oh, Dios mío —respondió Kathy, recordando el embudo en la boca y la textura de la sangre, viscosa, resbalándole a través de la garganta. Había sentido un extraño calor—. ¿Voy a ser una vampiresa? Es imposible.

—No caigas en ese error. Ya tienes parte de las respuestas, acéptalas.

La mujer necesitó tiempo para pensar.

—Te lo pondré fácil —añadió la voz—. Quiero que me digas una cosa. ¿Qué le pasó a Jake, lo recuerdas?

—Yo no… No estoy segura…

—Necesito que te esfuerces, venga. Es vital que te enfrentes a la realidad, por muy oscura que sea.

Ella cerró los ojos anegados de lágrimas. Un montón de imágenes borrosas la golpearon de forma constante, caótica, hasta que de repente se ordenaron dibujando un agujero oscuro e insondable. Uno por el que se dejó arrastrar y que la condujo hacia el inicio de su desdicha.

—Mentiría mucho si dijera que no me moría de ganas —susurró Jake, antes de besarla en los senos.

 Kathy deseaba sus caricias por todo el cuerpo, notarlo bien adentro. Le había costado mucho esfuerzo dejar atrás los malos recuerdos de una relación tóxica y ya estaba lista para volver a disfrutar, para sentir lo que la vida tenía que ofrecerle. Notó como la lengua de su novio descendía hasta llegar a la vagina y se estremeció de placer, húmeda, comprobando satisfecha que al chico no se le daba nada mal. Cerró los ojos y disfrutó, sintiéndose viva otra vez.

 Al cabo de un rato le llegó el turno y fue ella quien, primero, le acarició los genitales a su novio, por encima de la ropa. Notó el miembro duro y se excitó aún más. Después le bajó los pantalones y los calzoncillos, despacio, manteniendo el contacto visual.

 Cuando hubieron terminado ambos se quedaron abrazados en el asiento trasero del coche durante un buen rato. Entonces Jake se sobresaltó.

 —¡Joder!

 —¿Qué pasa cariño?

 —Ahí fuera hay un fisgón.

 —¡No fastidies! —exclamó la joven mirando por la ventana, descubriendo que un tipo extraño los observaba a una relativa distancia. Tuvo un escalofrío y empezaron a vestirse a toda prisa.

 —¡Será posible! ¡A saber lo que ha visto el muy cerdo!

 —Que fuerte me parece.

 Una vez estuvo medio vestido el chico salió furioso del coche, con la camisa aún desabrochada.

 —Joder cariño, ven aquí. Vámonos y ya, ¿vale? —le insistió ella, intentando detenerlo.

 —¡Puede haberte visto Kathy! ¡Eso no se le hace a una mujer!

 —¡Que cojones Jake! ¡Eso es una putada para todo el mundo, venga, vámonos!

 Él no le hizo caso y avanzó unos pasos más.

 —¡Eh, amigo! ¡Es que no te han enseñado que molestar a la gen…!

 Sucedió en apenas un pestañeo. El desconocido no medió palabra, corrió hacia el hombre, tan veloz que ninguno de los dos tuvo tiempo a reaccionar. Y todo se volvió rojo. La joven se miró las manos, bañadas en aquel líquido viscoso, lo sintió en todas partes, en la cara, en la ropa, en el pelo, en la tapicería… Horrorizada miró como aquel tipo había partido a su novio por la mitad, sin más, como si su cuerpo hubiera sido de masilla. Chilló histérica e intentó salir del coche por la otra puerta, notó como la agarraban con fuerza de la pierna y luego, voló unos metros hasta chocar contra el suelo de tierra. Después dio comienzo el infierno.

—¿Kathy?

La joven continuó llorando un rato.

—No es culpa tuya —quiso calmarla su nuevo amigo—. Un trauma así es muy difícil de asimilar y la mente humana es una experta en bloquearlos.

—Ahora recuerdo como lo hizo Smith. Lo mató delante de mí, cuando me raptó. No es humano…

—Lo siento mucho, de verdad.

—Jake era un hombre maravilloso, no se merecía acabar así.

—Tu tampoco.

—Ya, vaya —dijo la mujer, sorbiéndose los mocos. Ya no percibía nada, ni frío, ni dolor…— ¿Entonces que diablos hago aquí?

Hubo un silencio momentáneo.

—Es complicado. Podría decirse que es una mezcla entre casualidad y causalidad.

—Que bien.

El otro Jake se rio por primera vez.

—Vamos a ver —añadió paciente—. Eres una víctima de las circunstancias y al mismo tiempo los factores que han propiciado tu encuentro con Smith forman parte de un hecho superior. ¿Estudiaste biología, cierto?

—Sí.

—Entonces sabrás lo que es la evolución…

—Joder.

La voz volvió a reírse antes de hablar.

—Es una manera rápida de encabezar el concepto que deseo hacerte entender —puntualizó—. Digamos que Smith es un depredador que lleva reinando en este territorio durante unos cuantos siglos. De vez en cuando ha tenido algún encontronazo con otro de los suyos, pero es un macho alfa, siempre gana. Sin embargo nuestra amiga naturaleza es mutable, llega el día en el introduce un valor nuevo a la ecuación. Y el depredador que tantas veces ha triunfado ataca a la víctima incorrecta, convirtiéndose en el cazador cazado.

Kathy no lo soportó mas. El deterioro físico le jugaba malas pasadas.

—¡QUE MIERDA ESTÁS DICIENDO! —sollozó.

—Que pese a no parecerlo, cuando mueras tú serás el nuevo eslabón en la cadena alimentaria, la evolución de una especie. ¿Conoces algo de tus antepasados paternos?

Ella necesitó concentrarse. Todo era absurdo, aquel sádico hijo de puta que llevaba días torturándola, la muerte atroz del hombre de su vida… ¡Joder, si hasta mantenía una conversación surrealista con una voz idéntica a la de su novio descuartizado!

—¿Me estoy volviendo loca?

Escuchó una carcajada.

—No, para tu desgracia. La locura hubiera sido preferible, o al menos yo pienso así.

—Genial —respondió la mujer.

—¿Si, verdad? Ahora volvamos a lo que nos interesa, responde a mi pregunta. ¿Sabes algo de la familia de tu padre?

La chica necesitó pensar.

—Creo… que es de origen Español.

—En efecto, sí. Tu tataratatararabuela es de allí, específicamente de un pueblo de Huelva, Andalucía. Y aunque te suene extraño, era una hechicera muy poderosa.

Al escuchar aquello Kathy estalló en una carcajada desquiciada y moribunda.

—¡He cambiado de idea… Definitivamente me he vuelto chiflada!

—Pues ahora viene la mejor parte, te va a encantar. Toda su magia nacía de un pacto realizado con un diablo mayor. El contrato fue renovado generación tras generación, hasta que hace cincuenta años tu bisabuela decidió romperlo.

—Oh, Dios mío —soltó la joven, tras un arduo esfuerzo. Veía borroso y las sibilancias sonaban cada vez más—. ¿Y… ya está?

—Lamento decirte que no —respondió el otro Jake—. Ni siquiera aquel demonio podía arrebatar el poder que ya había sido otorgado, con lo que se contentó con anularlo para que ningún miembro de la familia disfrutara de esos dones. El problema es que existe algo muy curioso llamado Adn y esa magia llevaba mucho tiempo mezclándose con él, mutando de padres a hijos, de hijos a nietos, etcétera.

—Me cuesta pensar…

—Lo que intento decirte es que lo llevas en los genes, pese a no ser apreciable a simple vista. Esa magia solo necesita un empujón, que se cumplan una serie de circunstancias para resurgir, totalmente libre, sin pactos, sin ataduras. Y lo siento muchísimo, se han cumplido todas. La mayoría de los vampiros son lo peor, pero criaturas mágicas al fin y al cabo. ¿Lo vas pillando?

La chica apenas respiraba ya.

—¡NO QUIERO MORIR! —consiguió gritar entre sollozos—. Ni ser… como él…

—Tranquila, no lo serás, lo prometo. Déjate llevar, acepta tu nueva naturaleza. Nos vemos al otro lado de la realidad.

¿Qué creyera en una voz de la cual, no sabía si provenía de la celda de al lado o de su propia cabeza? La señorita Lee Muffin pensó en lo desconcertante que resultaba todo aquello y a cada minuto transcurrido, se fue resignando al inevitable final. Acabaron los lamentos y se dijo que al menos dejaría de sufrir aquel calvario, que volvería a reunirse con su chico, con los suyos. Y se apagó, sumergiéndose en una plácida oscuridad.

—¡Despierta Miss Muffin, venga!

Kathy abrió los ojos de repente, sorprendida de seguir viva. Entonces lo notó: había cambiado, percibía una energía electrizante que recorría cada célula de su cuerpo regalándole una mágica sensación de bienestar. Veía con una nitidez desconocida y oía como las ratas roían trozos de mierda al otro lado de las paredes, incluso distinguía el zumbido sutil de un aparato eléctrico de gran tamaño.

Aliviada, movió las manos y los pies con satisfacción, descubriendo que se hallaba atada a la silla de barbero con unas cadenas gruesas que parecían de acero, o algo similar. Sorprendida, constató que los trozos de piel que mantenían contacto con ellas le ardían un poco, provocando una breve molestia.

—Bienvenida de nuevo, Kathy —volvió a escuchar al otro Jake. Lo buscó con la mirada durante un momento, hasta que la figura de Smith reclamó toda su atención.

—¡Miss Muffin, has vuelto a nacer!

—Lo has descubierto, estoy en tu cabeza —añadió el amigo imaginario—. Disimula o nuestro colega pensará que te has vuelto loca.

—No me importa —soltó ella, atónita con su propia voz. Había un toque poderoso y sensual en cada letra que pronunciaba, en cada sílaba.

—¿Cómo te sientes? Te dije que confiaras en mí.

—Me siento espléndida, muchas gracias.

Smith mostró una sonrisa malévola.

—¡Claro que estás espléndida! Ahora sí que nos vamos a divertir mucho muuuchooo.

Entonces Kathy se centró en el monstruo y lo analizó. ¿Él también había sufrido alteraciones? ¿O quizá lo había hecho su percepción de las cosas?

—El mundo sigue siendo el mismo —puntualizó su aliado invisible—. Eres tú la que ha cambiado. Deja que te ponga en antecedentes sobre un par de cosas y podrás experimentarlo por ti misma. ¿Te parece?

Ella asintió con la cabeza.

—Las cadenas que te inmovilizan son de plata alquímica —comentó el otro Jake—. Es similar al metal que conoces, pero éste ha sufrido un tratamiento de magia y sustancias varias. Pese a no ser mortal para los vampiros comunes les hace mucho daño, por lo que suelen utilizarlo para inmovilizar y para joder en general. ¿Te molestan?

—Tanto como un breve sarpullido —respondió Kathy.

—¿Estás hablando sola? —preguntó el vampiro, sorprendido— ¡Esto es una novedad! Te veo muy espabilada y eso me gusta. Voy a buscar los juguetitos especiales.

—Es una muy buena señal que casi te hagan cosquillas, créeme —agregó el otro Jake.

Pero la mujer no le prestó atención, centrada en no perder detalle de lo que hacía su torturador. Lo siguió con la mirada hasta que se detuvo en una esquina al fondo de la habitación, frente a lo que parecía un grueso marco de metal. Las sospechas de que se trataba de una puerta quedaron confirmadas cuando él la abrió con facilidad, pese a su aspecto sólido y pesado. Entonces una cortina de vaho lo rodeó y ella notó la gelidez desde la silla de barbero. Supo que se trataba de un congelador industrial.

—¿Sabes lo que hay ahí? —preguntó.

—El otro factor determinante que ha tenido que ver en todo esto, la casualidad. ¿Por qué no lo descubres por ti misma? ¿O es que piensas quedarte aquí sentada todo el día?

La chica se olvidó de la curiosidad y se fijó en las cadenas que la inmovilizaban. Reparó en el tono ceniciento de su piel y soltó un prolongado suspiro. Luego intentó moverse con todas sus fuerzas, descubriendo que los eslabones crujían…

—¡Hazlo por un lado! ¡Puede ser de utilidad! —la instó el amigo invisible.

Ella le dio la razón y concentró todos los esfuerzos en un lateral de su cuerpo. Le costó un poco pero logró reventar las ataduras a la altura de las muñecas y los tobillos.

—¡Joder! —exclamó sorprendida de sí misma, cuando pudo levantarse—. ¿Smith es capaz de hacer esto? ¿Realmente soy una evolución, o algo así?

—Dos preguntas a la vez, que avariciosa. La primera respuesta es NO, en mayúscula. Y para la segunda voy a darte un Sí. ¿Por qué no sorprendes a nuestro querido amigo?

Una gran sonrisa se dibujó en las facciones de Kathy. Pensó en Jake, en como había muerto. Recordó cada una de las torturas que había sufrido durante días. Y un nuevo sentimiento que jamás había experimentado ocupó toda su mente. Deseaba vengarse de aquel hijo de puta, se lo iba a hacer pagar muy caro.

—Ha llegado mi turno —dijo, enrollándose alrededor de los nudillos unos trozos de cadena que habían quedado sueltos. Ya tendría tiempo de meditar su nueva realidad más tarde. Ahora, le tocaba jugar a ella.

Llegar hasta allí no le costó ni dos segundos. Y lo había logrado con tanto silencio que Smith no se percató de nada.

Fue entonces cuando Kathy se vio reflejada en la parte interior de la puerta, quedando petrificada al instante con su aspecto físico. El monstruo le había teñido el pelo de negro y se lo había cortado a la altura de las clavículas, ligeramente más largo por delante. Llevaba puesto un mono de pantalón corto, de seda, estampado con un vistoso motivo de fresones. Y en los pies, calcetines blancos de pequeña altura, con unas deportivas de color rosa con brillantinas.

El conjunto le resultó aterrador, destilaba una inocencia que se perfilaba enfermiza, totalmente fuera de lugar, como si la hubieran querido disfrazar de niña de corta edad. Le vino una palabra a la cabeza, perfecta y desagradable, que para su desgracia tenía clavada en la mente. “Kawaii”. Entonces se dio cuenta de la ausencia de bragas y sintió un profundo malestar interior. “Hijo de perra” pensó, acariciando en la superficie metalizada aquel rostro tan ajeno al suyo. La puerta se desplazó hacia atrás chirriando de forma inesperada. De repente Smith la golpeó en la cara, con tanta fuerza que la estampó al otro lado de la sala, haciendo un agujero en la pared. Se levantó una cortina de polvo.

—¡Miss Muffin! —exclamó el monstruo, sorprendido— ¿Cómo diablos…?

La vampiresa apenas había percibido un cosquilleo. A pesar de eso sentía que ardía por dentro. ¿Cuántas chicas habían muerto en ese lugar? ¿Algunas habían sido niñas todavía? Una ira descomunal invadió su mente, nublándole el juicio. Atacó sin pensar, tan rápido que su captor no pudo defenderse. Lo agarró por el cuello y lo tiró hacia fuera del congelador. Después, descargó un puñetazo colosal contra su mandíbula… La piel humeó al instante por la cadena de plata…

—¡JODIDO ENFERMO! —bramó ella, fuera de sí.

Smith gritó mientras recibía tortazos sin parar. Su sala de tortura quedó reducida al caos.

—¡Detente! —regresó el otro Jake—. Te propongo una cosa. Pero antes necesito que mires en el congelador.

—¿Qué hay ahí? —preguntó la mujer, soltando al engendro en el suelo. Lo había dejado inconsciente de la paliza, con la cara medio abrasada.

—Te lo he dicho hace rato. Encontrarás la casualidad que te ha conducido aquí.

Kathy estiró de la sábana, dejando al descubierto un mueble extraño de grandes dimensiones. No entendía que pintaba allí dentro un enorme aparador de madera, tan lujosamente ornamentado que le dio la impresión de ser muy caro y antiguo.

—¿Qué hace esto aquí? —se preguntó a sí misma.

—Ábrelo y entenderás varias cosas —le instó la voz.

Despacio, sus manos se dirigieron a las puertas gemelas y se cerraron en torno a las argollas con forma de león.  Tras abrirlas reprimió un grito de dolor. Allí dentro había cinco estanterías llenas de trofeos. Las cabezas estaban colocadas con mucho mimo sobre pequeños expositores, cada uno con un documento de identidad y una tarjeta de visita con un nombre escrito a mano alzada. Todas tenían el mismo corte de cabello oscuro y mostraban los colmillos, evidenciando que habían sido convertidas antes de terminar así. La agonía y el terror más absoluto se veían reflejados en aquellos ojos muertos, capturados para siempre.

La vampiresa se cubrió la boca con las manos. Primero constató que todas las tarjetas eran idénticas y luego leyó el texto de una ellas al azar, reconociendo el nombre del restaurante…

—¡És ese sitio! ¡Ahí cené por última vez con Jake! —exclamó sin poder contenerse. Después se fijó en el texto escrito con rotulador negro—. Miss Cupcake…

Al pronunciar esas letras una parte de su mente comenzó a atar cabos, viendo las claves de aquel horror. Pasó un rato averiguando el nombre y los datos de aquellas víctimas silenciadas, junto a los motes que el monstruo había apuntado como recuerdo. Pronto llegó al último expositor, el único vacío. Entonces vio su D.N.I pegado en él, y el seudónimo escrito en la tarjeta del local.

—Miss Muffin —leyó. De repente los recuerdos se alinearon de nuevo, dejándole ver una incómoda verdad. Había sido ella la que había dado sus datos para ir a por la cena, usando precisamente aquellas palabras como distintivo. Se acordó de que algunas personas habían usado expresiones soeces y divertidas…

—¿Ahora lo entiendes? —dijo el otro Jake, solemne—. La casualidad quiso que tú y tu pareja entrarais en el coto de caza de un psicópata que escoge a sus víctimas de una forma muy particular. Y la causalidad ha provocado que él fuera un vampiro y tú, descendieras de una familia de brujas y hechiceros de gran poder. Que la naturaleza esté harta de una especie que se ha salido de control y decida crear un nuevo eslabón…

—Evolucionándola para que se convierta en un nuevo depredador —terminó la frase Kathy, abrumada…

Smith supo que habían girado la silla de barbero, porque lo primero que vio nada más abrir los ojos fue la pared de los televisores. Suspiró aliviado al comprobar que ninguno sufría desperfectos. Entonces intentó moverse, notando un increíble dolor por todo el cuerpo. Sorprendido, descubrió que se hallaba en ropa interior y que lo habían atado con las cadenas de plata. Aulló furioso.

—Veo que no te gusta este giro inesperado —le dijo ella desde su espalda.

—¡¿QUÉ DIABLOS ERES?!

—Dímelo tú, jodido engendro. Parte de la culpa de que sea así es tuya.

—¡TENDRÍAS QUE HABER SIDO UNA ZORRA BOBA RECIÉN CONVERTIDA! ¡NO LO ENTIENDO!

—Pues resulta que no.

El vampiro intentó romper las cadenas obteniendo nulo resultado. De repente todas las pantallas se encendieron a la vez, mostrándole a un hombre de aspecto clásico y elegante que parecía sacado de los años veinte. Un fino bigote oscuro le cubría el labio superior, dándole un toque selecto.

—¿Que cojones es esto? —añadió el asesino, sorprendido.

—Vaya, vaya, vaya. ¡Pero mira a quien tenemos aquí! —dijo el caballero, volviéndose un mosaico entre todas las pantallas—. ¡Smith, hijo de perra! ¡Te veo muy bien!

—¡¿QUIÉN COÑO ERES TÚ?!

Kathy dejó de rebuscar en la caja de juguetitos y miró al monstruo con interés. Hablaba con los televisores apagados, un detalle que le pareció extraño.

—¿Con quien hablas, psicópata? —le pregunto intrigada. Hacía rato que no escuchaba al otro Jake…

—Soy alguien que está hasta las pelotas de tu especie, sobre todo de ti —respondió el hombre con un brillo rojizo en los ojos.

—¡MIERDA! ¡ERES UN PUTO DEMONIO! —exclamó el monstruo.

—Muy observador.

—¡Qué haces aquí, yo no te he hecho nada!

El señor soltó una carcajada.

—Verás, cuando el destino se junta con la madre naturaleza puede surgir de todo. Y resulta que has escogido joder a la persona incorrecta, una que para mas inri, es importante para mí.

—¡VETE AL INFIERNO A COMERLE EL CONEJO A ESA ZORRA! ¡ES UN PUTO MONSTRUO QUE VA A TERMINAR CON TODO!

La vampiresa continuó observando en silencio. La cosa se ponía interesante, más o menos entendía la conversación pese a faltarle una parte.

—¡Qué modales! —se rio el caballero—. Verás, soy un tipo muy viejo. Hace unos cuantos siglos me encapriché de una bruja muy bonita y la seduje. ¡Que diablos! Hasta conseguí que pactara conmigo. Tuvimos una preciosa camada, ¿sabes? Por desgracia los años no perdonan y ahora solo me quedan dos descendientes en todo el mundo. Un chico demasiado joven que, espero, será padre en unos años. Y una preciosa mujer que ha tenido la mala suerte de encontrarse con una plaga de ratas, con algo peor que la peste. ¿Adivinas con qué?

Smith abrió mucho los ojos, consciente de la situación en la que se encontraba. Aquella jodida puta tenía magia en su carga genética. Y pocas cosas eran tan mágicas como los malditos demonios. La había cagado a base de bien.

—¿Eres tú, amigo? —preguntó Kathy, interrumpiendo la conversación—. Si me has dejado tirada para irte con este imbécil voy a ponerme celosa.

Los televisores se encendieron también para ella.

—¿Así que yo vengo de ti? —quiso saber la vampiresa, reprimiendo una sonrisa. Después de todo lo que le había pasado ya nada le parecía extraño—. Ahora comprendo la historia que me contaste. No pudiste quitarle los dones a mi bisabuela porque tu magia llevaba muchas generaciones impregnada con los genes de la familia, con sus genes. Y te contentaste con anularlos como castigo…

—Sí —respondió el señor de las pantallas—. Siempre he ido siguiendo a mi descendencia, procurando que viviera bien. Incluso después de la ruptura del pacto. A partir de ese entonces ya no podía interferir, pero intentaba no perderme detalle desde las sombras.

—¿Cómo te llamas?

—Prefiero no revelar mi nombre porque eso me dejaría expuesto. Pero en tu familia siempre me han conocido como Amadeus.

La mujer había encontrado una extraña mordaza de plata en la caja de los juguetitos. Y como Smith no dejaba de interrumpir había decidido probarla. La boca le humeaba de forma constante mientras intentaba chillar, provocando en ella cierta satisfacción.

—¿Eres malvado? —quiso saber.

—Claro que sí —respondió el hombre, con total naturalidad—. Pero tengo mi corazoncito. ¿Acaso he sido malo contigo?

Ella pensó la respuesta. La verdad era que la había cuidado, la había guiado.

—¿Yo soy malvada?

Una chispa relució en los ojos del caballero.

—Claro que no —le contestó—. De haberlo sido ni ese jodido enfermo, ni el destino, te habría escogido.

—¿Y ahora qué?

—Eso mi niña, depende de ti…

Amadeus se había marchado poco después, con la promesa de que la seguiría de cerca. Ahora debía ser ella misma la que decidiera su propio camino. Y para comenzar, tenía muy clara cual iba a ser su única dieta.

La mujer miró las pantallas y accionó los televisores con el mando.

—¡Kawaiiiii! —resonó una voz femenina y aniñada por toda la sala, junto a una estridente melodía—. ¡Watashi wa kawaii desu!

Pronto aparecieron la cantante y su séquito de colegialas. Kathy contuvo el aliento. Tanto ella como el resto de las víctimas iban vestidas igual que la solista.

—Así que todo esto es por esa chica nipona, ¿no? —preguntó al monstruo—. Eres un hijo de perra. Raptar y torturar a mujeres inocentes, convertirlas en vampiro para que aguanten más y seguir torturándolas es de ser un psicópata enfermizo. Ese siempre ha sido tu juego.

Smith se removió desde la silla, emitiendo sonidos ridículos.

—¡Watashi wa kawaii desu!

—No te preocupes, yo tengo la solución a tus males —añadió ella, accionando el mecanismo del taladro especial mientras se lo acercaba a los genitales.

En los televisores, un centenar de jovencitas vestidas de colegialas y bailarines ataviados de peluches y tacos mexicanos con caritas sonrientes no paraban de cantar sobre fondos que evidenciaban un pésimo croma. Y seguían fiesteros e impenetrables, mientras aquel monstruo se agitaba de forma grotesca cuando un taladro de plata alquímica le agujereaba la humeante carne entre las  piernas…

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

KAWAII (PRIMERA PARTE)

KAWAII (PRIMERA PARTE)

—¿¡HAY ALGUIEN AHÍ!?

Al oír otra voz humana Kathy despertó, tumbada boca abajo en el suelo. Sentía un frío atroz por todo el cuerpo y no percibía las piernas, por lo que se arrastró hacia el muro.

—¡DIOS MÍO! —exclamó con la voz rota—. ¡NECESITO AYUDA! ¡POR FAVOR!

—¡¿QUÉ ES ESTO?! ¡¿DÓNDE DIABLOS ESTAMOS?!

—No lo sé. ¿Recuerdas como llegaste aquí?

—¡Solo recuerdo salir del ascensor, en el párking del edificio Siracusa! ¡QUE ESTÁ PASANDO!

La chica castañeaba los dientes de forma descontrolada.

—Nos han secuestrado —contestó, reprimiendo un sollozo.

—¡¿QUÉ?! ¿¡ES UNA BROMA?! ¡JODER, JODER! —el hombre rompió a llorar—. Yo solo quiero ir al hospital…

Ella se acurrucó como pudo, en un intento desesperado de entrar en calor. Probó a mover un pie, con la vista clavada en el musgo que crecía en la mampostería. Fue un intento inútil.

—Dios mío, dios mío —le llegaban los lamentos—. Voy a ser papá, quiero ir con mi mujer, esto no es real, Dios mío no…

Kathy había pasado por lo mismo. El tiempo ya no tenía consistencia y era incapaz de discernir cuanto llevaba allí encerrada, pero sentía cierta solidaridad hacia su nuevo compañero de celda.

—¿Cómo te llamas? —quiso saber después de una pausa, limpiándose las lágrimas con la mano.

—Me llamo Aug… August Davis.

—Yo soy Kathy, Kathy Lee Muffin. ¿Has… Has oído hablar de mí ahí fuera? ¿Me busca la policía?

El hombre tardó en contestar.

—Lo lamento, no he escuchado nada. ¿Sabes cuanto llevas aquí?

—No.

—Vale. ¿Te han hecho algo?

La verdad resultaba aterradora, tanto que la mujer prefirió el silencio a las palabras.

—¿Hola? Kathy, no me dejes solo…

—Sigo aquí, tranquilo. ¿Puedes moverte? Mis piernas no responden y necesito que compruebes tu puerta.

—¿No estás atada? ¡Yo lo estoy de brazos y pies, me es imposible! ¡Ni siquiera puedo levantarme!

Al oír aquel dato ella sintió un profundo escalofrío, uno que poco tenía que ver con las bajas temperaturas. Nunca la habían maniatado en la celda, era extraño. Entonces unos pasos retumbaron en el pasillo.

—Ya viene —alertó a August, intentando no elevar demasiado la voz.

—¡¿QUÉ?! ¡¿QUIÉN VIENE?!

—No grites… A Smith los gritos le… le…

—¡DIOS MÍO, DIOS MIO! ¡AYUDA, AYUDA, POR FAVOR!

Kathy supo que era inútil, el pánico no atendía a razones. Contuvo el aliento. Una silueta oscura pasó fugaz frente a sus barrotes y poco después la puerta de al lado chirrió al abrirse. Supo que nunca había sido cerrada con llave.

—¡OH, MIERDA! ¡¿QUIEN ERES?! ¡¿POR QUÉ ME HACES ESTO?!

Él nunca respondía a las preguntas, menos si se formulaban con gritos.

—¡¿QUE HACES CON ESA CUERDA?!

Un sonido particular quebró la silenciosa ausencia de palabras. Parecía que rozasen una soga contra algo metálico… Entonces la mujer dirigió la mirada al techo, a una argolla que sobresalía en el centro de la celda. Pese a tener un aspecto sucio, daba la sensación de ser robusta y relativamente nueva, capaz de soportar el peso de un adulto humano.

—¡ESPERA! ¡ESPERA! ¡¿POR QUÉ ME ESTÁS COLGANDO BOCA ABAJO?! ¡DÉJAME, NO!

Otro ruido flotó en el ambiente y Kathy lo identificó al vuelo, mirando el cubo de plástico que había junto a su puerta. Se estremeció.

—¡YO SOLO QUIERO CONOCER A MI MI HIJO! ¡JODER, SOCORRO, SOCORRO! ¡¿PARA QUE ES ESE CUCHILLO?! ¡DIOS MÍO!

La joven reaccionó golpeando la pared y gritando lo más fuerte que fue capaz.

—¡HIJO DE PUTA! ¡JODIDO CABRÓN, DÉJALO! ¡DÉJALO!

Entonces se oyó otro sonido, como si algo cortara el aire y luego la carne. August gorgoteó de dolor antes de callar para siempre. Después, hubo un goteo constante que, ella lo supo, caía dentro del cubo. La impresión fue tal que rompió a llorar de nuevo, con tanta intensidad que apenas podía respirar.

—Shhhhhhhhh —dijo Smith, al otro lado del muro—. Mi dulce Muffin, sabes que no me gusta que griteessssss.

Kathy vomitó antes de perder el conocimiento.

—Jake está buenísimo —dijo Clarissa, poniendo los ojos en blanco—. Y perdona que lo diga, pero necesitas echar un buen polvo.

 —¡Serás guarra! —exclamó Kathy desviando la mirada de su reflejo—.Vas a conseguir que me fastidie el maquillaje con el rimmel.

 —¿Acaso miento? ¿Cuánto hace que rompiste con Allan?

 —Cinco años.

 —¿Ves? Yo diría que se te ha quedado el muffin muy reseco, cariño.

 La joven agarró un trozo de algodón y se lo tiró.

 —Quizá seas tú la que necesita un polvo urgente.

 —Mi marido me tiene muy satisfecha, gracias. Tú eres la solterona. Y tengo malas noticias. Después de los 35, vienen los 36, y sigue y sigue…

 Kathy se rio con aquel comentario. Si, acababa de estrenar el ecuador de la treintena. Pero se conservaba de maravilla, o al menos, todo lo bien que permitía su genética.

 —Vale, se me ha ido un poco la cabeza con las bromas. Pero eres mi mejor amiga, te quiero y… ¡Esta noche tienes tu primera cita en un lustro! No digo que seas una golfa, digo que no estaría mal que disfrutaras un poco con Jake.

 La joven terminó de maquillarse y se dio la vuelta.

 —Ya está. ¿Voy bien así?  

 —Vas preciosa, de verdad. Hasta me das algo de envidia, pareces una muñequita.

 —¡Muchas gracias por haber quedado conmigo! ¡Estoy muy nerviosa, me gusta muchísimo! 

 —¡Venga, no seas tonta! Tu solo pásalo de miedo, y si sale algo, genial. Y si no, tener un poco de vida social con un chico guapo no te sentará mal, hazme caso…

Los goznes emitieron un estridente quejido. Kathy recuperó un poco la consciencia al percibir que la cargaban a cuestas. Pasados unos segundos recobró algo de fuerza y chilló, golpeando a su captor con los puños. Seguía sin notar las piernas.

—¡HIJO DE PUTA! ¡HIJO DE PUTA!

—¡Shhhhhhhh! —la reprendió Smith. Ella se mordió el labio, con los ojos anegados de lágrimas.

Unas cuantas bombillas mal colocadas iluminaban de forma tenue aquel maldito pasillo que parecía sacado de otra época. En la pared izquierda se abría una hilera de celdas, y por la ausencia de gritos, Kathy supuso que volvía a ser la única prisionera. Pensó en August, luego en Jake. Jake. Jake.

Pronto llegaron a la sala y la mujer se resistió de nuevo. Su captor la sentó en la vieja silla de barbero con suma facilidad, como si no fuera más que una muñeca. Después, apretó las correas bien fuerte.

—Odio ese comportamiento.

—¡QUE TE JODAN! —exclamó la joven entre sollozos. Apenas tenía fuerzas para gritar.

Él no se inmutó. Sacó un mando del bolsillo de su gabardina de cuero negra y accionó de forma ritual, uno a uno, todos los televisores de tubo que cubrían la pared. A pesar de darles la espalda, ella sabía que en unos segundos comenzaría aquel maldito videoclip ochentero, repetido en bucle hasta la posteridad.

—¡Kawaiiiii! —resonó una voz femenina y aniñada por toda la sala, junto a una estridente melodía—. ¡Watashi wa kawaii desu!

Smith puso los ojos en blanco y se quedó ensimismado unos segundos. Luego, una sonrisa malévola se dibujó en sus pálidas y alargadas facciones. Una que solo aparecía cuando premeditaba barbaridades.

—¡Watashi wa kawaii desu!

—Veo que tu sitema nervioso ya falla y estás muy débil. Es hora de que te dé hidratos.

—¡Watashi wa kawaii desu! —volvieron a cantar el ejército de chicas niponas, acompañadas de un infinito coro de colegialas.

Kathy no recordaba la última vez que le habían servido algo de bebida o comida. Miró como su captor se acercaba a una mesa metálica y cogía una copa de cristal.

El monstruo la llenó con un líquido extraño y denso, salido de una botella opaca. Luego se aproximó a ella, despacio, como si pretendiera darle importancia al momento.

—Toma —añadió, obligándola a beber.

Al principio la mujer tragó a la fuerza para no ahogarse, hasta que no pudo soportarlo más y vomitó. El sabor metálico y la textura no dejaban lugar a dudas. Por lo visto habían guardado la sangre de August en una nevera, porque estaba fresquita…

—¡JJODIIIDOO BBBASTARDOOO! —le chilló, cuando pudo detener las arcadas.

No vio venir el tortazo que tumbó la silla. Ella se golpeó en la sien. Le pitaron los oídos y comenzó a ver borroso.

—¡Vas a beber, miss Muffin! —añadió él, con una expresión horrible en la cara—. No voy a jugar contigo, has de comer para aguantar otra sesión.

Kathy sintió como volvían a colocarla en posición vertical y sollozó. Tardó unos segundos en recuperar la vista, lo suficiente como para ver que su raptor le daba la espalda y buscaba algo en unos cajones de la mesa.

—¡Bien! —soltó él, dándose la vuelta. En la mano portaba un embudo sucio con la parte de abajo compuesta por un pequeño tubo. La mujer sintió escalofríos y volvió a gritar.

—¡Watashi wa kawaii desu! —el estribillo otra vez.

En los televisores, un centenar de jovencitas vestidas de colegialas y bailarines ataviados de peluches y tacos mexicanos con caritas sonrientes no paraban de cantar sobre fondos que evidenciaban un pésimo croma. Y seguían fiesteros e impenetrables, mientras aquel monstruo introducía en la boca de la chica gran parte del cono de plástico.

Ella se resistió entre lágrimas, su cuerpo quería escupir el objeto pero era incapaz. Smith comenzó a vaciar la botella, muy lentamente, disfrutando cada segundo. La chica tragó entre gorgoteos de angustia hasta que no quedó nada.

—Muy bien, preciosa. Ya te está cambiando la cara, vamos a continuar —dijo él, retirando el embudo. Luego se alejó con los objetos en las manos y trasteó en la mesa de nuevo.

Kathy vomitó un poco y boqueó como un pez fuera del agua, pese a que de repente notaba un tenue calor por todo el cuerpo. Soltó un prolongado lamento.

—¿Por qué me haces esto? —consiguió preguntar—. ¡ACABA CONMIGO DE UNA MALDITA VEZ, POR FAVOR!

Entonces el monstruo se volvió, esbozando una amplia sonrisa. Llevaba un taladro inalámbrico en la mano.

—¡Watashi wa kawaii desu!

La mujer gritó de nuevo, viendo como aquel hijo de perra se le aproximaba blandiendo el nuevo juguetito. Aulló cuando lo acercaba a su rodilla…

—¿Para qué iba a hacer tal cosa? —le susurró al oído, accionando el mecanismo— ¡ME GUSSSTA JUGARRR!

—¿Qué te ha parecido el sitio? —le preguntó Jake.

 Kathy tardó en responder, haciéndose la interesante.

 —Nunca había estado en un restaurante así. Me parece curioso que te llamen por tu nombre para recoger la comida.

 —Tú si que eres curiosa, cariño —la interrumpió él, besándola—. Yo habría ido a un buen francés, pero como has insistido tanto…

 —Anda, la cena ha sido genial. Además hoy tenía ganas de ir a un sitio especial, ya hace tres meses que salimos juntos.

 Jake puso cara de póquer.

 —¿Solo tres? —bromeó—. Me gustas tanto que tengo la sensación de que nos conocemos de toda la vida…

 La pareja volvió a besarse. A pesar de haber tenido la mala suerte de que los pisos de ambos se hallaran indispuestos, Kathy veía el lado positivo a las cosas. El coche no era muy pequeño y el asiento trasero permitía algo de movilidad.

 —¿Llevas preservativos? —quiso saber, separándose de él tras un arduo esfuerzo—. Creo que ya estoy lista para que lo hagamos. Y me apetece mucho hacerlo ahora.

 Él arqueó una ceja.

 —Siempre llevo en la cartera, pero justamente hoy he visto que habían caducado y los he tirado a la basura.

 —Vaya dos patas para un banco.

 Ambos estallaron en una sonora carcajada.

 —Tranquila preciosa, hay una gasolinera cerca. A lo mejor venden allí.

 El trayecto no duró ni cinco minutos. Y el descampado a las afueras de la ciudad no se movería. Jake salió del coche y entró en el comercio. Mientras tanto la joven se cruzó de brazos y miró por la ventana, ensimismada. Durante un segundo le pareció distinguir que una silueta oscura se movía furtiva a lo lejos, en los límites de la luz artificial. Sin saber por qué, sintió un escalofrío.  

 De repente se abrió la puerta del conductor.

—Ya estoy aquí, nena —le dijo su pareja, antes de sentarse.

 —¡Joder cariño!

 —Perdona, creía que me habías visto salir de la tienda. Los he conseguido —añadió él, agitando una bolsita de papel…

 —Genial.

 —¿Y sabes una cosa?

 Ella sonrió, expectante.

 —¡Watashi wa kawaii desu!

 La mujer despertó con su propio chillido, tan agitada que necesitó unos segundos para orientarse. El techo le indicó que se hallaba tumbada boca arriba. Tenía muchísimo frío, le costaba respirar y oía sus propias sibilancias. Quiso incorporarse pero sus brazos no respondieron.

—¡DIOS MÍO! —gritó sin poder contener el llanto, presa del pánico—. ¡DIOS!

Al borde del colapso buscó sus extremidades con la mirada, comprobando que al menos  seguían ahí. Volvió a intentar moverse, horrorizada, obteniendo nulo resultado. Se rompió, quiso morir. Ya era una muñeca para la bestia.

—¡NO! —aulló— ¡AYUDA, AYUDA!

—Hola Kathy.

Una voz masculina y grave había hablado. Ella la reconoció al momento.

—¡JAKE! ¡JAKE! —exclamó, pensando que al fin había perdido el juicio—. ¡OH, CARIÑO!

—Lamento decirte que no soy él. He adoptado esta voz para comunicarme contigo.

La chica se rio entre lágrimas.

—¿Quién eres? ¿Eres August?

Su antiguo vecino tampoco podía ser, que boba. Se había bebido toda su sangre. Ese pensamiento la desquició. Soltó una carcajada.

—¡SMITH, MALDITO HIJO DE PUTA! —chilló. Ese bastardo quería jugar con su muñequita un ratito más.

—No hace falta que me insultes. He venido por ti, para ayudarte a ver la situación en la que te encuentras.

Se hizo el silencio.

—Me he vuelto loca.

—Lamento decirte que no. Soy un mensajero y un amigo.

Kathy cerró los ojos. Había pedido ayuda tantas veces en las últimas horas que se veía incapaz de contarlas. Ya no tenía vida. Ya no tenía amigos, nada. Sabía que moriría allí.

—Si existes de verdad y eres mi amigo mátame, acaba conmigo. Me ha torturado…

—Eso siempre ha formado parte de su juego. Has de cambiar las reglas.

—¿Como?

—Aceptando que vas a morir, que Kathy Lee Muffin va a desaparecer ahora. Tu cuerpo casi ha asimilado su nueva naturaleza, pero te aferras tanto a la vida que ha comenzado a fallar. Ese psicópata cuenta con ello.

—No te entiendo.

—Venga, siempre has sabido que ese hijo de perra no era normal. ¿Cómo son sus dientes?

—Puntiagudos.

—¿Y los tuyos?

La joven se pasó la lengua por los suyos, percibiendo que algo había cambiado…

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

SARAH

SARAH

Novelesco se complace en presentar «Sarah», un relato escrito para el concurso «El tintero de oro», organizado por el compañero bloguero David Rubio. Espero que os guste y comentad ; )

La primera vez que vi a Sarah me quedé embelesado. Ambos paseábamos por el parque Roswell, disfrutando de la agradable brisa primaveral junto a un centenar de personas. Nuestros caminos se cruzaron en una de las zonas más conocidas, coronada de arcos repletos de rosas y custodiada por efigies que imitaban el estilo renacentista.

Recuerdo aquel instante como si fuera ayer, incluso ahora. Yo caminaba sin prisas, divagando en mis asuntos, cuando sin previo aviso nuestras miradas se cruzaron y detuve mis pasos, hipnotizado por su deslumbrante belleza.

Ella, que iba con un grupo de señoras de cierta edad, sonrió ante mi descaro y comenzó a girar de forma coqueta el parasol, mientras se iba acercando despacio. Entonces me guiñó un ojo, demostrándome lo encantadora, atrevida y atípica que era su persona.

“No seas descarada” oí que la regañaban, mientras las cotorras murmuraba quejidos de disgusto. “Lo que acabas de hacer es indigno de una dama de tu posición”.

Escuché una disculpa hueca, carente de cualquier chispa de arrepentimiento. Pasaron a mi lado y la seguí con la mirada, hasta que algo llamó poderosamente mi atención.

En el suelo había un pañuelo blanco, con delicados bordados de encaje. Lo contemplé unos segundos y corrí a cogerlo sin pensar. Creo que detenerla para preguntarle si había perdido la prenda fue la mejor decisión que he tomado en mi vida, nada podrá cambiar eso. Porque cuatro meses después de aquel mágico encuentro, celebramos nuestras nupcias.

Festejamos los esponsales en Marjory Manor, la mansión que había heredado tras la muerte de mis padres, donde íbamos a iniciar una maravillosa vida en común. La ocasión bien merecía algunos gastos, por lo que había mandado remodelar los jardines con esmero, incluso pintado la fachada de la casa y redecorando algunas estancias. Por primera vez en mucho tiempo, la ancestral morada familiar había dejado de ser gris, para dar la bienvenida a los sueños.

En la noche de bodas hice a Sarah mía, y yo me hice totalmente suyo. Ninguna mujer, excepto ella, había sido capaz de tocar mi alma a parte del cuerpo. Y cuando llevábamos un año juntos, quedó encinta.

Por fortuna, el sino quiso que hubiera complicaciones durante el parto y el niño muriera días más tarde. Puede parecer que soy un hombre terrible, pero ahora que en una trampa sin salida me hallo, agradezco aquella desdicha y al mismo tiempo, siento que ya nada me importa. No después de todo lo que nos ha acontecido en estos últimos tres días…

Al principio llevamos mal que mi amada no pudiera volver a concebir. Pero con el paso de los años, ella comenzó a sobreponerse y a participar activamente en algunas campañas de caridad, acudiendo como voluntaria a varios hospicios de Londres. Yo mismo la incentivé, contribuyendo con cuantiosas donaciones a sus buenas obras, pues lo único que deseaba era volver a verla feliz.

Y el año pasado me replanteó la idea de adoptar a uno de los críos que había conocido en Saint Thomas, y con el que se había encariñado mucho. Huelga decir que acepté con gusto la sugerencia, pues el pequeño Austin me encandiló a mí también, con sus preciosos ojos grises y su sonrisa bonachona. La felicidad volvió a Marjory Manor y nada nos hacía presagiar la oscuridad que se cernía sobre todos… Éramos tan ilusos…

Ante ayer marché a Londres a trabajar, topándome con extrañas noticias a las que no di la importancia merecida. Por lo visto una enfermedad desconocida atacaba gran parte de Inglaterra. Al principio se sospechó que podía tratarse de gripe, pero algunos médicos constataron síntomas que se diferenciaban de ese mal.

Además, aquel día me tocaba juzgar uno de los últimos casos de agresión en la ciudad, el de un vagabundo que había atacado a un respetable ciudadano en Whitechapel, cuando éste se disponía a coger un cabriolé. No obstante, tras llegar a mi despacho me informaron de que se había suspendido el juicio.

Al parecer, la víctima había contraído la nueva dolencia y deliraba postrado en cama. Además, el agresor había tenido que ser reducido hasta la muerte tras soltar certeras dentelladas a varios agentes cuando se disponían a encerrarlo en una celda individual. Enojado por haber acudido para nada, escuché historias que sin duda debían estar exageradas. Tonterías dignas de mentes atolondradas que hablaban de ojos extraños y aplastamientos de cráneo.

No fue hasta la mañana siguiente cuando una intensa y malsana sensación comenzó a invadirme. El pequeño Austin, que jugaba en los jardines bajo la atenta supervisión de su institutriz, fue asaltado por lo que parecía un indigente. Cómo ese hombre llegó hasta mis dominios, es un auténtico misterio.

Sarah recogía flores mientras yo tomaba un té y leía el diario. Entonces escuchamos los gritos y vimos algo a lo lejos. Miss White corría hacia nosotros con el niño en brazos, gritando.Parecía manchada de sangre. Mi mujer me llamó y salimos disparados hacia ellos. Nada más alcanzarlos cogí al niño y al constatar que le faltaba un buen trozo de carne, saqué un pañuelo del bolsillo del chaleco y apreté la herida con fuerza, intentando contener la hemorragia. La joven nos contó que había conseguido soltar al pequeño golpeando al criminal con una rama.

Entonces pedí que prepararan el carruaje y exigí a algunos de mis hombres que cogieran las escopetas de caza y buscaran al canalla que había cometido semejante atrocidad.

El viaje hacia la casa del médico fue agónico. Por fortuna quiso Dios que nos recibieran enseguida. Austin se comportó como todo un hombrecito, apenas gritó ni lloró mientras le desinfectaban y cosían. Con el paso del rato su tez adquirió un poco de color, algo que por fin logró que mi cuerpo se relajara lo suficiente como para aceptar un whisky.

Fue en ese momento cuando me percaté de la muñeca vendada del doctor y le pregunté al respecto, recibiendo la contestación de que un paciente lo había mordido en Londres. Nada más oír eso noté un profundo escalofrío. Después, recordando lo que había oído en los juzgados el día anterior, sentí el irrefrenable deseo de volver junto a mi esposa.

Los últimos rayos del sol morían dejando paso al anochecer. Al bajar del carruaje mi hijo se agitó inquieto y cavilé de nuevo sobre los rumores que circulaban en la ciudad. No obstante me negué ante la evidencia de esa locura enfermiza que parecía extenderse como la peste.

Sarah nos esperaba en la puerta y me arrebató a la criatura de los brazos. Le di un largo beso y le pregunté por mis hombres, descubriendo que aún no habían regresado de la cacería. Pensé que era extraño, pero no le di mucha importancia.

Esa noche mi amada y yo hicimos el amor por última vez. Unas horas después vinieron a informarnos de que Austin se hallaba gravemente enfermo y acudimos a su encuentro. La fiebre era tan alta que le quemaba la piel y las vendas de su manita presentaban un aspecto sucio, amarillento, incluso desprendían un hedor repulsivo…

Luego vino el caos, tan veloz que apenas soy capaz de narrarlo. Me disponía a ordenar que fueran a buscar al doctor cuando uno de mis sirvientes me informó de que habían visto a algunos de mis hombres a través de las ventanas, deambulando de forma desconcertante alrededor de la casa. Dejé que Sarah se encargara de eso y bajé a buscarlos, deseoso de recibir buenas noticias. Pero una vez abierta la entrada y gracias a las luces de gas, comprobé con absoluto terror que una realidad nueva y grotesca se me acercaba, bajo la forma de extrañas criaturas que pese a conservar rasgos familiares, presentaban horripilantes heridas que por fuerza divida, tenían que ser mortales de necesidad.

Grité e intenté cerrar la puerta pero la abrieron de un fuerte empellón y caí al suelo… De ese modo la muerte irrumpió en mi morada, atacando a todo aquel que se cruzara en su camino. Aturdido, busqué si portaban las escopetas, dándome cuenta de que ninguna de esas cosas las llevaba consigo. Me puse en pie y corrí al piso de arriba, alertando a todo el mundo. Por desgracia no estábamos preparados para aquel ataque y el desastre fue inminente.

Ya casi había llegado a la habitación de Austin cuando escuché un grito familiar. Aturdido cogí uno de los candelabros e irrumpí en la estancia, topándome con una imagen escalofriante. El niño se agarraba al cuello de la institutriz, que se agitaba intentando soltarse. Chorros escarlata salpicaron a Sarah cuando, aterrada, trataba de separarlos.

Respiré hondo, consciente de lo que debía hacer y comencé a golpear la cabecita del pequeño. Cuando cayó al suelo mi mujer me empujó, sollozando, dándome puñetazos en el pecho. Yo deseaba explicarle lo que sucedía pero no había tiempo. Me miré las manos, manchadas de sangre y arrojé el tenebrario…

Apenas tuvimos unos segundos para reaccionar. La pobre maestra, convertida en una de esas cosas, se arrastró hasta nosotros y mordió a mi amor en la pierna. Su grito desgarrador me retornó a la realidad y di patadas a la agresora para que la soltara.

Después cogí a Sarah en brazos y salí corriendo de la habitación. Desgraciadamente había más de aquellas criaturas en la escalera, gente a la que había apreciado en vida y de la que ya tan solo quedaba un cuerpo corrompido. Huí hacia mis aposentos, recordando que siempre guardaba un arma para emergencias, oculta en uno de los cajones.

Cerré la puerta nada más entrar y dejé a mi esposa en la cama. A continuación atranqué todas las entradas con los muebles, corrí las cortinas y busqué el revólver. Luego vendé a mi amor con trozos de sábana, consciente de que no sería capaz de parar la enfermedad; y me tumbé a su lado, a la espera del paso del tiempo. Ambos sabíamos cuál iba a ser el final.

De vez en cuando sonaban gritos desgarradores que traspasaban las paredes y las ventanas. Alguien murió cuando intentaba escapar por los jardines, sus aullidos de dolor me acuchillaron los oídos hasta llegarme al alma.

Amaneció y volvió a oscurecer. Todo cuanto me quedaba estaba conmigo, sin ella no pensaba marchar a ningún lado. Una tormenta bañó Marjory Manor, pese a ser incapaz de arrastrar el terror consigo.

Escuché un alarido en el pasillo y me acerqué a la puerta despacio, intentando discernir si se aproximaba hacia nosotros. De golpe sentí un profundo escalofrío y me volví, percatándome de que Sarah se había levantado de la cama. La llamé, notando un nudo en la boca del estómago, pues la posición de su cabeza, totalmente inclinada hacia un lado, se me antojó aterradora y antinatural. Las primeras lágrimas cayeron a través de mis mejillas cuando ella me miró con sus nuevos y terribles ojos, que incluso a pesar de la tenue luz de los quinqués, se dibujaban amarillosos y cubiertos por una pátina virulenta. Ya no quise controlarlo, sollocé impotente. La odiosa certeza de que su alma seguía atrapada en aquel cuerpo envilecido me golpeaba, dejándome sin aliento. Entonces ella irguió su cabeza con un brusco movimiento que le hizo crujir el cuello y soltó un gruñido gutural.

Sabía que el disparo iba a atraer a las otras criaturas, estaba convencido. No obstante Sarah merecía una vida de cuento, un final digno.

Le encañoné a la cabeza, diciéndole cuanto la amaba y que no tardaríamos en reencontrarnos. Ella arrancó a correr hacia mí y apreté el gatillo…

Ya han pasado unos minutos y aquí me hallo, con el cuerpo de mi difunta esposa entre mis brazos. La puerta y los muebles rebotan por los golpes y escucho a esos monstruos gritar al otro lado, arañando las paredes, agrupándose en el embudo que les conduce a mi tumba. Es cuestión de tiempo que entren en tropel, deseosos de probar mi carne. Pero pienso pegarme un tiro en cuanto lo hagan… ¡Oh, Dios mío! ¡La madera está cediendo! ¡DIOS MÍO, DIOS MÍO!

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

UN SAN JUAN PERFECTO

UN SAN JUAN PERFECTO

Seres de luz Blog se complace en presentar UN SAN JUAN PERFECTO, un relato escrito para celebrar la fantástica fecha en la que estamos hoy. Espero que os guste! ; )

Estefanía se recreó en mirar a sus amigos de uno en uno, pensativa. Luego observó el chiringuito que habían montado en la playa, muy satisfecha con el resultado. Los demás reían a carcajadas, algunos incluso bailaban al son de la música que salía de un altavoz bluetooth, y que se imponía sobre varios petardazos que estallaban de fondo, por fortuna lejanos y poco molestos.

El círculo de velas que los rodeaba quedaba precioso, causando motas brillantes y relajantes sobre las pequeñas dunas de arena. Y las antorchas, diseminadas en varios puntos estratégicos, proyectaban la titilante y justa cantidad de luz como para verse los unos a los otros, sin perder una íntima y mágica esencia.

Hacía tres años que la joven no regresaba al pueblo de su padre. Algo que en aquel instante, le parecía demasiado tiempo… Sobre todo al tratarse de él… Continuó ensimismada en la vorágine de sus propios recuerdos, hasta que Rubén se sentó a su lado y le dedicó una radiante sonrisa, devolviéndola al presente.

—¿Te lo estás pasando bien? Te veo distraída.

—Perdona, me he puesto a recordar cosas. Creo que está siendo mi mejor San Juan en mucho tiempo, es fantástico que hayamos vuelto a reunirnos.

El chico pareció complacido ante la respuesta.

—Pues me alegro, de verdad. Hacía bastante que no volvías por aquí y te echábamos de menos, sobre todo yo. Aunque lamento decirte que te has perdido auténticos fiestones…

Ambos rieron a la vez. ¿Estefa lo había comprendido bien? ¿Acababa de decirle que la había añorado? Entonces el joven se atrevió a apartarle un mechón de cabello de la cara, con un gesto dudoso y tierno.

Ella desvió la mirada, agradecida de que no pudiera captar el intenso tono rojizo que, sin duda, debía haber invadido su piel.

—Es una lástima que el ayuntamiento haya prohibido crear hogueras —soltó sin pensar, nerviosa, intentando no transmitir la repentina timidez que la embargaba—. Siento que el espíritu de San Juan no llegará a nosotros esta noche.

—Te equivocas.

—¿Ah, sí? ¿En qué?

Él pareció dudar un instante. Luego la determinación centelleó en sus ojos, al mismo tiempo que señalaba a su boca.

—Aquí hay fuego —susurró, antes de acercarse a sus labios poco a poco, disfrutando al percibir que Estefanía lo deseaba—. Y con tu hermosa y fantástica presencia, el espíritu de San Juan brilla más que nunca…

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

EL CANTO DEL VIENTO

EL CANTO DEL VIENTO

Novelesco se complace en presentar El canto del viento, un relato escrito para el concurso de RELATOS AL VIENTO, del Foro de Zenda.  Espero que os guste  ; )

Cuando todo esto termine, ya sabes lo que has de hacer.

Sarah le apretó la mano bien fuerte y asintió en silencio. La lluvia repiqueteaba contra las ventanas de forma delicada, suavizando la densa atmósfera que se respiraba en la habitación.

Entonces Thomas cerró los ojos y se dejó llevar hacia tiempos remotos, en los que el rumor del VIENTO recorría el particular jardín trasero de la casa de sus padres, que antaño se había erguido junto a un escarpado precipicio situado a las afueras de un pequeño pueblo costero de Irlanda.

A pesar de que ya no quedaba ni una triste piedra en pie, el hombre recordaba cada viga, cada rincón, cada vivencia entre aquellos muros. Y rememoró un cuento que su madre solía relatarle cuando lo arropaba por las noches, esbozando una sonrisa que no pasó inadvertida para Sarah.

—¿Deseas que te narre nuestra historia favorita, papá? —le dijo ella, leyéndole el pensamiento.

Thomas volvió a mirarla y asintió, embelesado por los brillantes ojos de su hija. Luego contempló como se acomodaba a un lado del lecho y le apartaba un mechón de cabello de la cara.

—A pesar de la belleza del paraje —ella comenzó así el relato, al principio con la voz temblorosa—, aquel mágico enclave que parecía el fin del mundo no solía ser visitado a menudo, pues numerosas leyendas de tiempos inmemoriales circulaban sobre él…

 »Se decía que un dios pagano del viento vivía en las escarpadas paredes de roca, acunado por los mares embravecidos de tormenta. Y que si se le rezaba bien fuerte, en ocasiones obraba milagros y maleficios por igual.

 »Pero para George y Tania aquello no eran más que tonterías. A sus once años huían por las tardes para encontrarse allí mismo, bajo el amparo de un roble centenario que cometía la tremenda osadía de vivir contemplando el vacío. Entonces se dejaban seducir por el dulce canto del viento que mecía las frondosas hojas de su copa y se miraban a los ojos, sabedores de que jamás se cansarían de permanecer juntos.

 »Y así transcurrieron varios años en los que fueron creciendo entre risas y juegos, hasta que Tania, que ya se había convertido en una hermosa muchacha, un día amaneció tan enferma que llegó a temerse por su vida. George acudía cada día a visitarla a pesar de que nunca le permitían franquear la entrada de la casa. Y desesperado, lloviera o hiciera buen tiempo, permanecía allí quieto durante horas, incansable, hasta que una fatídica tarde recibió una terrible noticia que le robó el aliento y el rubor de la cara. Pues según el doctor, a su amada apenas le quedaban unas horas de vida.

 »Con el corazón en llamas, compungido, aterrado y furioso al mismo tiempo, el joven corrió bajo la tempestad que azotaba la región, hacia su lugar favorito del mundo. Y junto al roble temerario gritó, llamó al dios para rezarle como nunca había hecho, ni siquiera en la iglesia del pueblo, creyendo con fervor que una deidad que le había regalado momentos inolvidables, escuchando el maravilloso canto del viento, no podía ser malvada.

 »Y la mala fama de aquel precioso lugar comenzó a desmoronarse porque Tania sanó en poco tiempo. Cuando por fin dejaron que George la viera, éste acudió al encuentro con un preciado regalo, un anillo de plata comprado con mucho sudor y esfuerzo, que ella aceptó junto a una promesa de amor eterno.

 »No obstante el destino tenía reservadas algunas vueltas para la pareja, que no pudo cumplir los esponsales en la fecha señalada, debido a una larga y oscura sombra que se cernía sobre todos. Ya que un conflicto mundial, nacido en la vieja Europa, amenazaba con devorar la paz bajo el yugo de un despiadado dictador que hablaba al son de la barbarie. Y George, que era un hombre bueno que creía ciegamente en la libertad, decidió alistarse para luchar.

 »Tania le rogó que no se marchara, pero nada lograron sus lamentos. Con promesas de regreso el muchacho partió a la guerra, dejando a su prometida llena de terrores que, al cabo de los meses, acabaron por convertirse en horripilantes pesadillas. En ellas, mil bombas caían de los cielos en trincheras repletas de soldados. Y tanta era la inquietud de la joven, que bajo una tormenta acudió a su rincón favorito del mundo para rezar al bendito dios del viento, mirando al mar embravecido.

 “Devuélvemelo” le pidió. “Haz que mi hombre regrese a casa…”

 »Y sucedió otro milagro. George regresó junto a ella, a pesar de que nunca volvería a ser él mismo. Ya que una bomba caída del cielo le había sesgado parte de sus alas, al dejarlo lisiado.

 »Tania luchó contra la desazón de su prometido que, marcado por las terribles experiencias que había vivido, apenas comía o dormía. Lo cuidó incansable noche y día sin despegarse de su lado, hasta que al cabo de unos meses el joven acabó por darse cuenta de todo el amor que lo rodeaba y empezó a recuperar la ilusión perdida.  

 »La boda se celebró junto al roble osado, escuchando el armónico canto del viento. Después compraron la parcela y construyeron un hogar, en el que vivieron hasta el fin de sus días, y en el que nació una preciosa niña, llamada Wilda, que al crecer, les dio al más maravilloso de los nietos, al que pusieron Thomas…

***

Las manos de Sarah sujetaban la urna con fuerza, mientras sus ojos divisaban el infinito. James y los niños la observaban a poca distancia, guardando un silencio solemne, a la espera…

—Descansa con los tuyos, papá —susurró la mujer mientras abría el recipiente y esparcía las cenizas al aire.

Entonces el canto del viento sonó, meciendo su dorado cabello. Y ella supo que su progenitor se había reunido con su amada esposa y la bella Wilda, junto a los enamorados Tania y George, por siempre jamás.

Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )

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