Ricardo miró la máquina de escribir, preparado para que sus dedos dieran comienzo a la danza de la creatividad. Entonces una mosca revoloteó hasta posarse en el filo de su taza, que antes había estado llena de un delicioso café, que en aquel mismo momento debía de hallarse mezclado con la tortilla y el vasito de vino del medio día…

“Oh mierda” pensó el hombre, al despertar de sus ensoñaciones dos minutos más tarde, dándose cuenta de que el folio seguía siendo blanco, tan pulcro y carente de tinta como su cabeza de inspiración.

Frustrado, salió al balcón saboreando la brisa de la tarde mientras se encendía un cigarrillo.

—Ricardo —lo llamó Rosita desde la calle.

—Hola bonita.

—¿Te vienes al cine con el grupo? Vamos a ver “Lo que el viento se llevó”…

Lo que el viento parecía haberse llevado era su inspiración. Y si Rosita iba, no podía fallar… Sabía que vería poca película, pero ella y sus labios lo volvían tan loco que a lo mejor la fugitiva musa regresaba, dispuesta a rasgar la pulcritud de un papel con un imperecedero verso de amor…

Una presencia que lo había visto todo volvió a saltar.

Juan José limpió por quinta vez el polvo de las estanterías, colocando luego cada libro con un cariño que rozaba lo reverencial. Hacía semanas que no tenía ni un solo cliente, algo que sumía sus días en un ciclo de tristeza y aburrimiento, que se transformaba en ansiedad cuando pensaba en que si las cosas no cambiaban, se vería forzado a cerrar el pequeño negocio por el que tanto había luchado y que le daba de comer, acabando embargado…

Dos meses atrás habían abierto, muy cerca de su tienda, un enorme centro comercial que gozaba de una macro librería en la que también tenían música, películas y… ¿Cómo podían competir sesenta metros cuadrados con dos plantas de cien?

“Ojalá se venda todo, y sabiendo que estos tesoros han acabado en un buen hogar” ensoñó el hombre, cerrando los ojos, e impulsivo chasqueó los dedos…

Al volver a abrirlos Juan José descubrió que la tienda se hallaba vacía, no quedaba ni un sólo volumen. Entonces, sin darle tiempo a reponerse del susto, el cajón de la máquina registradora se abrió y comenzó a escupir dinero, chorros de billetes reales que se acumularon a sus pies.

Los cuartos ya le llegaban por la cintura cuando cayó el último billete. Y en ese momento el librero notó algo voluminoso en el bolsillo de su camisa. Extasiado por el mágico suceso, sacó una nota doblada que después leyó con mano temblorosa y lágrimas en los ojos.

“Nos profesaste pasión durante toda tu vida. Y un billete te damos por cada letra que has amado y cada libro que has cuidado. Tus tesoros nos hallamos en un buen hogar. Se feliz. Firmado: Los duendes de las palabras»

Una presencia que lo había visto todo volvió a saltar…

HOLOGRAMS VOL.1 por RAMÓN MÁRQUEZ RUIZ se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.