Mientras que LA ISLA Y YO trataba sobre un náufrago en una isla desierta —un homenaje a Robinson Crusoe y al veranito ; )—, LA MANSIÓN CROW MIRROR cambia totalmente de registro, para transportarnos a un thriller policiaco/fantástico ambientado en la década de los 50, en una zona cercana a Nueva Orleans, el pueblo ficticio de “St. Mare”.
Este proyecto actualmente se ha quedado congelado, pero hay unos cuantos capítulos. Y aquí presento mi primera colaboración, el quinto.
Pero… ¿De qué trata La mansión Crow Mirror?
Haré una breve sinopsis, para meteros en contexto:
A partir de aquí… Cada autor puede ir introduciendo personajes, situaciones, monstruos, fantasmas, crímenes horrendos, erotismo, amor, etc.»
Bien, os presento a los actores de mi capítulo:
Ya concluyendo las explicaciones y antes de que leáis mi aportación, os dejo el link a este fantástico proyecto:
Ahora si, ahí va mi episodio, que trata sobre el origen de la trama, en La Luisiana de 1810. He querido homenajear a uno de los GRANDES en mayúscula autores de la literatura de terror. Espero que os guste y comentad, queridos lectores. Muchas gracias por dedicarme algo de vuestro tiempo, tal vez nos volvamos a cruzar en otra ocasión ; )
Nathaniel Mirror se movía inquieto en su despacho, preocupado por su esposa; el rítmico sonido de los tambores se colaba a través de las ventanas entreabiertas, incluso a pesar de que su finca no se hallara demasiado cercana al pantano.
—Sé que tienen buenas intenciones —le dijo a su fiel consejero, François, que siempre lo acompañaba allí donde fuera—. Pero no lo puedo evitar, me sorprende que llegue hasta aquí y me provoca escalofríos.
El hombre de piel tiznada le dedicó una intensa mirada. Aunque monsieur Mirror era un buen amo, en todas las plantaciones vecinas circulaba el rumor, un murmullo al principio susurrante que había ido creciendo de volumen hasta convertirse en un grito a viva voz. Una etapa de cambio se avecinaba desde las sombras, venida para enseñarle al hombre, fuera blanco o negro, una lección sangrienta…
—¡SIENTO QUE ME ARAÑA POR DENTRO! —exclamó Amelie, fuera de sí; las criadas de tez oscura le acomodaron las piernas, para controlarla mejor. El bebé iba a nacer ya.
—Shhhhh, mi niña —le susurró Angora, acariciándole el cabello empapado de sudor, mientras seguía dibujando los símbolos sobre su pálida frente con un ungüento de olor extraño y penetrante—. Escucha los tambores, deja que te inunden desde el interior.
El cielo nocturno se iluminó de blanco y el resplandor entró furtivo en la estancia por las ventanas abiertas de par en par. El aya sonrió, conocedora de la esperada señal; los ancestros ya se concentraban sobre las tumbas del pantano…
—Ha llegado el momento —sentenció a continuación, situándose frente a la vagina de su ama—. Rezad todas conmigo, llamemos al Dormido para que bendiga este alumbramiento y proteja a nuestra preciosa flor.
—IKU DEMÓN, ESCLA AFEFE, NUIT PEUR ENFANTE IWORO ICHU —comenzaron a cantar todas a la vez, al compás de los tambores—. Ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fhtagn.
—Empuja, mi pequeña —insistía Angora—. Eso es, ¡EMPUJA!
El dolor se hizo insoportable, Amelie lo sentía retorcerse, percibía su poder, oía como Él la llamaba de nuevo… Abrió mucho la boca, emitiendo un silencioso aullido mientras sus ojos se quedaban en blanco.
—¡PH’NGLUI MGLW’NAFH CTHULHU R’LYEH WGAH’NAGL FHTAGN! —el canto de las esclavas se elevó encima del rugido de la tempestad, que ya se arremolinaba sobre sus cabezas. Comenzó a caer una lluvia torrencial.
—¡OH GUARDIÁN OSCURO, QUE NOS MIRAS DESDE LAS SOMBRAS! —exclamó Angora, la cabeza del niño ya comenzaba a surgir al exterior— ¡ENTRA EN ESTE MUNDO A TRAVÉS DEL ESPEJO ROTO DE NUESTRA ALMA!
—¡IKU DEMÓN, ESCLA AFEFE, NUIT PEUR ENFANTE IWORO ICHU!
Una intensa y fría corriente de aire se coló en la habitación con violencia, soplando las frágiles llamas de las velas y dejándolas a merced de los resplandores de la tormenta. Y con ella irrumpió en la estancia un cuervo que se posó sobre la lámpara de araña, mirando la escena con dos orbes pequeños y brillantes, cargados de tiniebla.
“10 meses antes, pantano Manchac, cerca de la plantación Crow y del lago Pontchartrain”
La joven corría entre los árboles retorcidos, cubierta por su capa de color púrpura.
—¡Antonine! —gritó feliz— ¿Dónde estás?
Pronto llegó al viejo cementerio en la orilla del pantano y contempló la extraña lápida de piedra que se encontraba más cercana del agua. Desde pequeña, los grabados de aquella losa habían tenido el poder de fascinarla; representaban a una multitud de seres con aspecto extraño y diminuto que bailaban alrededor de algo que ella interpretaba como un Dios, una silueta enorme y siniestra que pese a su aspecto terrorífico, siempre acababa cautivándola.
El sonido de una rama rota la retornó al mundo real y se volvió para mirar.
—¿Antonine? —preguntó al vacío, reprimiendo una sonrisa—. Sé que eres tú, no puedes engañarme.
Pero al no obtener respuesta, su atención regresó junto a las figuras de la losa. En ocasiones imaginaba que aquel ser la llamaba desde la oscuridad, susurrándole cosas increíbles y dulces, zalamero. Entonces se veía a sí misma sumergiéndose en el agua para encontrarse con él, para renacer…
Amelie cerró los ojos, dispuesta a dejarse llevar por sus extrañas fantasías. Y de repente algo la agarró de la cintura y le dio la vuelta.
—¡Serás truhán! —exclamó al ver a su mejor amigo a unos palmos de su cara, riéndose por el susto bien realizado.
—¿Qué hace una princesa en este desolado lugar?
—Yo no soy una princesa —soltó ella, abrazándolo—. Y dentro de poco ya no nos quedará nada.
Antonine la apretó fuerte contra sí y olió su cabello dorado. Era bien sabido que monsieur Crow lo había perdido casi todo apostando, por no mencionar los efectos devastadores de las plagas que, en los últimos tiempos, habían azotado a la plantación y habían vuelto más caótica su posición económica.
—¿Pero sabes una cosa? —añadió la muchacha—. ¡Estoy feliz!
Una sonrisa de dientes blancos se perfiló en la cara del joven, contrastando con el tono oscuro de su piel.
—¿Feliz? —quiso saber a continuación, apartándola suavemente para poder mirarla a los ojos.
Ella asintió con un gesto de cabeza antes de responder.
—¡Si! —rio— ¡Porque al no tener nada seré libre de irme contigo, ya nadie podrá decirme a que color de piel amar!
Ambos mantuvieron el contacto visual durante unos minutos, en silencio. “Es demasiado inocente, mi dulce soñadora” reflexionó el muchacho, lleno de tristeza. Ese día no llegaría jamás, él no dejaría de ser un esclavo y ella la hija de un “apoderado”. Ni tan siquiera la quiebra podía cambiar aquel desquiciado orden social, impuesto a fuerza de látigos y varas.
—Lo veré cuando lo crea —sentenció Antonine—. ¿Por qué siempre quedamos aquí? —preguntó, intentando evadir el tema—. Este viejo cementerio olvidado está maldito.
Amelie captó la indirecta.
—No son más que tonterías —alegó divertida, aceptando la iniciativa.
—Mi madre nos contaba a mis hermanos y a mí que en otros tiempos, mucho antes de que apareciera el hombre, en Manchac se había erguido una extraña ciudad, ya desaparecida. Lo único que queda es esa lápida que tanto te entusiasma.
—Fábulas —lo interrumpió la joven, riéndose—. Yo también estaba presente cuando Angora explicaba esos cuentos de hadas, ¿Recuerdas? Prácticamente me he criado contigo, vosotros sois más de mi familia que mi propio padre. Y es imposible que hubiese algo antes que el hombre; mi aya es muy fantaseosa, algo que me encanta. Ahora quiero que me beses.
—¿Qué? —preguntó el chico, sorprendido; contempló como ella se bajaba la capucha y la luz se reflejaba en sus ojos azules, volviéndolos tan cautivadores como dos gemas preciosas.
—Bésame, lo deseo —insistió Amelie.
—Puede vernos alguien —argumentó Antonine, con la voz temblorosa—. Tu padre no está muy contento conmigo.
—No me importa, aquí no hay nadie más salvo tú y yo —sentenció ella, acariciándole la cara con suavidad—. Te prometo que llegará ese día, amor —susurró, acercando los labios poco a poco—. El día en el que no importará el color de la piel, en el que no habrá amos…
Ambos se fundieron en un cálido beso de amor verdadero, olvidando la crueldad del mundo que los esperaba fuera de aquel antiguo y sagrado lugar, ignorantes de los ojos discretos que los escrutaban desde las sombras.
—¡MALDITO BASTARDO! —gritó monsieur Crow, tras pegarle en la cara.
Sus dos capataces inmovilizaban al muchacho, que se retorcía de dolor con cada golpe recibido.
—Me tienes hasta los cojones, negro de mierda —añadió el amo, acercándose para poder susurrarle al oído—. Te he consentido agravios por respeto a tu madre, incluso te he dejado corretear con mi hija en ese espantoso lugar. ¡Pero antes prefiero morirme a permitirlo!
Su aliento apestaba a bourbon y Antonine tosió, sintiendo un punzante dolor en el labio inferior, que se hinchaba cada vez más.
—¡Yo no he hecho nada! —exclamó en un intento de defenderse; ni siquiera sabía por qué le caía la manta de palos.
—¡Jodido mentiroso! —soltó uno de sus captores.
Monsieur Crow se apartó pensativo y dedicó al chico una gélida mirada. Entonces le pegó un puñetazo en el ojo, tan fuerte que su cara crugió.
—¡VEN AQUÍ, BIZCO! —exigió después, acariciándose el puño dolorido; la puerta del despacho se abrió y en la estancia entró uno de sus esclavos más fieles.
Al verlo, Antonine lo contempló con dureza; era sabido por todos que Musaraigne siempre andaba de un lugar a otro de la plantación ojo avizor, buscando cualquier detalle que contarle a su amo como un perro faldero con el rabo entre las piernas.
—Díselo —exigió Crow—. Dile lo que me has contado esta mañana.
El hombre se veía incapaz de mirar al joven a la cara. Sabía que había tocado una piedra angular, que ninguno de sus compañeros lo perdonaría jamás. No obstante, una costumbre arraigada con violencia costaba de quitar. “Que los ancestros me perdonen” pensó miedoso, antes de hablar.
—Los… los vi… yo los vi…
—Venga jodido zoquete bizco, no tenemos todo el santo día —lo interrumpió monsieur Crow.
Los dos mayorales estallaron en una carcajada.
—Lo… Lo vi besa besando a mademoiselle Amelie, ay… ayayer en el pantano.
Antonine abrió mucho el único ojo sano que le quedaba.
—Muy bien, sucia sabandija, así me gusta. Te lanzaría un hueso —el amo se dirigió al mueble bar y se llenó otro vaso de bourbon; le temblaban tanto las manos que derramó algo de alcohol sobre la bandeja de plata. Necesitaba calmar el fuego que ardía en su interior, deseoso por devorar todo cuanto perdía con cada partida de cartas, con cada apuesta mal realizada, con las plagas. Su hijita era lo único puro que le quedaba y ahora… “Seguro que me la habrá dejado preñada y saldrá un bastardo canela”.
Crow se volvió y regresó junto a su presa, vaciando el recipiente de un trago
—Ahora dime, Antonine. ¿Te la has follado? ¿Has mancillado el honor de mi pequeña?
La cara del muchacho se contorsionó con una mueca de terror.
—¡No! —gritó— ¡SE LO JURO, MONSIEUR CROW! ¡NO LA HE TOCADO!
El hombre lo miro a los ojos con semblante inexpresivo. Y sin previo aviso le arrojó el vaso a la cara. El estallido reverberó en la estancia mientras el cristal, hecho añicos, caía al suelo salpicado de sangre. Los capataces votaron desde sus puestos y dedicaron a su jefe una mirada cargada de sorpresa.
El joven soltó un alarido de dolor; de su frente sobresalían varios trozos de vidrio y una cascada escarlata le bañaba la mitad del rostro, provocando una imagen grotesca.
—¡SE LO JURO! —imploró lloroso—. ¡JAMÁS LE HARÍA ESO A AMELIE, YO LA AMO…!
—¡QUE LA AMA DICE! ¡EL AMOR NO ES COSA DE BESTIAS!
Musaraigne observaba la escena temblando, percibía como la ira del señor crecía cada vez más. “Perdóname, Angora…” se dijo. Debía avisar a mademoiselle Amelie de inmediato.
—Yo sé cómo solucionar esto —sentenció Crow—. Tú eres mío, por lo que puedo hacer contigo lo que quiera. Traedme una soga. Pero antes… ¡Bajadle los pantalones, zoquetes!
Los hombres lo miraron extrañados, mientras su jefe sacaba un puñal del interior de una de sus botas de montar.
—Esto enseñará a todos los monos una lección, lo que pasa por ensuciar a una mujer blanca.
Amelie gritó fuera de sí; a cada segundo transcurrido, una inmensa agonía se iba apoderando de su alma, quebrándola como un espejo. Angora la sujetaba con fuerza, intentando inmovilizarla para que no corriera hacia él. Ambas lloraban desconsoladas, unidas por el dolor de la pérdida e ignorando a la multitud de esclavos que se arremolinaban delante de aquel árbol retorcido. El cuerpo sin vida del muchacho se balanceaba colgado de una soga, con un charco rojo entre las piernas.
—¡NOOOOOOOOOOO! —aulló la joven, forcejeando para que la dejaran ir. Tras varios intentos logró deshacerse de su aya y corrió hasta el cadáver, esquivando a la gente que intentaba agarrarla.
Antoine los miraba a todos con ojos inexpresivos y muertos, su piel había adquirido un aspecto ceniciento y extraño, antinatural. Ella se aferró a sus tobillos, ignorando los ríos escarlata que le resbalaban a través de los muslos. Entonces miró arriba, descubriendo al detalle la cruel mutilación. Le habían cortado los testí… Chilló histérica, sentía que se ahogaba, no podía respirar. De golpe dos brazos grandes y fuertes le dieron la vuelta. Sam, el hijo mayor de Angora, la apretó contra su pecho, con los ojos bañados de lágrimas. Amelie lo observó un segundo y se desvaneció.
Monsieur Crow temblaba de pies a cabeza. Angora lo miraba de una forma penetrante, plantada frente a la puerta del despacho. Y sus ojos relucían como centellas del infierno, provocándole intensos escalofríos.
—¿Qué… que es lo que quieres? —le preguntó hosco.
—Quiero que me permitáis descolgar el cuerpo de mon petit, amo —respondió la mujer.
El hombre dudó unos instantes; ya evaporado el efecto etílico del bourbon comenzaba a ver la intolerable crueldad de sus actos, por no hablar del infernal dolor de cabeza que lo torturaba en silencio. Y la aya de su hija siempre había tenido el poder de intimidarlo, se veía incapaz de explicarlo con palabras; en aquel momento emanaba una energía tormentosa, como una fuerza destructora de la naturaleza. “Es mejor que ceda” pensó; al menos, el mono ya no le reportaría más quebraderos de cabeza.
—Está bien, mujer. Nadie se interpondrá, haced lo que prefiráis con el cuerpo.
Una sonrisa helada se dibujó en el rostro de la esclava, que se dio la vuelta dispuesta a marcharse. Pero un segundo después se giró de nuevo para mirar al asesino de su hijo, sin borrar el gesto de la cara.
—Otra cosa más —añadió, caminando lentamente hacia el escritorio.
El hombre no pudo disimular su desconcierto desde el otro lado. Y miró, con los ojos cada vez más abiertos, como ella se mordía en la muñeca y escupía un poco de sangre sobre la superficie barnizada.
—¡QUÉ COÑO…! —exclamó él, levantándose de golpe.
—Tal vez yo sea negra, monsieur —dijo la mujer—. Pero mi linaje es mucho más ancestral que el vuestro. Y a partir de ahora, estáis maldito. Así que os reto, colgadme a mí también de una rama, mutiladme, serviros de vuestra cobardía, tremendo hijo de perra. Porque si no lo hacéis, averiguaréis lo que es el puro terror.
Un pánico repentino rebotó en el alma del amo, incapaz de despegar los labios. Contempló como ella se marchaba, sin pestañear, percibiendo el pulso acelerado en las sienes. Entonces miró a la mesa, descubriendo que la sangre burbujeaba, devorando la madera.
“Cuatro semanas después”
Los pétalos flotaron en la orilla del pantano, gráciles como bailarinas. Amelie deshojaba las flores lentamente, al compás de las lágrimas que caían a través de sus mejillas y descendían cuello abajo, hasta perderse en el canalillo tras el corpiño. La capa negra que la cubría ondeaba gracias a una brisa que, pese a ser agradable, no lograba calmar su agriado ánimo.
Siempre solía quedar allí con Antonine, desde la más tierna infancia. Y en aquel mismo lugar, por culpa de su inconsciencia, lo había condenado a morir de una manera tan cruel…
La muchacha jamás perdonaría a su maldito progenitor; pero si era sincera consigo misma, sabía que hacía muchos años que lo había perdido, desde que falleciera su madre cuando ella contaba con cinco años de edad. Pensar en la hermosa mujer que apenas recordaba consiguió calmar un poco su pena. Tal vez el tiempo borrara su rostro, pero las sensaciones permanecían intactas. Y sabía que había sido una preciosa dama, hija de criollos españoles. Se hallaba tan sumergida en su mundo que no se percató de que alguien se acercaba lentamente.
Angora le acarició el cabello y la joven reaccionó volviéndose de golpe.
—Hola mi pequeña —la saludó el aya, dedicándole una triste sonrisa. Nunca sería capaz de culpar a su princesita, ella era otra víctima de la brutalidad; y sabía que podía convertirse en su mejor aliada.
La muchacha la abrazó y rompió a llorar.
—Angora, me siento muy mal —sollozó—. Yo lo besé y Musaraigne nos vio…
—Shhhhh, mon petit fleur. No es culpa tuya, tú solo amaste a mi hijo con todo tu corazón. Nadie puede culparte de eso. ¿Por qué siempre vienes aquí?
El llanto de Amelie fue amainando poco a poco.
—Él me reconforta —respondió, señalando a la antigua lápida—. El ser que es más grande que los demás, la figura sobre la que nos contabas esos cuentos de hadas.
—¿Hablas del Dormido?
La joven asintió con la cabeza.
—Antes cerraba los ojos e imaginaba que me susurraba desde las sombras —contestó a continuación— y me decía cosas dulces, me llamaba… Pero ahora, cuando cierro los ojos, sólo lo oigo hablar de dolor, de venganza. Me tiene muy confusa.
La esclava siempre había sabido que su flor podía escuchar a los ancestros, incluso a pesar de tener la piel tan blanca como la nieve. Y sentía la necesidad de protegerla de su destino, la quiebra. Los acreedores de monsieur Crow ya habían comenzado a cobrarse las deudas, a cada día transcurrido las salas de la mansión iban quedando vacías, incluso habían vendido a una multitud de sus compañeros de tez morena. Pero jamás permitiría que el bastardo de su amo jugara con Amelie. Mientras su bella flor viviera, su hijo lo haría con ella; por lo que necesitaba transmutarla, convertirla de presa fácil a depredadora. Y sabía cómo lograrlo.
—¿Y si te dijera que no son cuentos de hadas? —soltó Angora, toda dulzura—. ¿Y si te asegurara que esa losa representa a antiguos Dioses, venerados por mi pueblo en la lejana África, desde tiempos ancestrales?
La muchacha la miró a los ojos, sorprendida.
—Es imposible, Angora. Ahora estamos en La Luisiana.
—Lo sé cariño. Pero ellos han sido venerados en muchos sitios distintos, incluso aquí, hace ya cientos de años. ¿Por qué crees que está esa piedra en este pantano? Ahora, nosotras dos nos hallamos en un santuario, un lugar sagrado. Aquí hay mucho poder.
—¿Poder para qué?
—Para salvaguardarte de tu cruel destino, para vengarnos.
La última palabra de la esclava revoloteó en el joven y herido corazón de la muchacha, que sentía que ya no había salvación para su progenitor.
—Ojalá fuera verdad —susurró melancólica.
Angora sonrió.
—Te lo demostraré, mon petit fleur —añadió, sorprendiendo a su ama—. Ves frente a la lápida y reza, reza al Dormido con toda la potencia del odio que sientes hacia tu padre. Pídele una prueba de su existencia, a ver que sucede.
Amelie la miró interrogante.
—No pierdes nada, cariño…
El antiguo cementerio se hallaba iluminado por numerosas hogueras y antorchas; la cálida luz de las llamas provocaba sombras bailonas e hipnóticas en los objetos y en las personas. Había llegado el momento de invocar al Dormido, de pedirle poder y riqueza, venganza. Incluso el cielo auguraba la magia que ya se condensaba en el ambiente, iluminándose de blanco cada pocos minutos mientras el sonido de los truenos reverberaba como un instrumento añadido.
Sobre las aguas del pantano reinaba una niebla densa, penetrante, que se extendía tierra adentro como un oleaje brumoso. Amelie caminaba hacia la lápida, cubierta por su capa negra. Varios de los esclavos tocaban inmensos tambores de forma rítmica y ensordecedora, mientras la multitud cantaba a viva voz antiguas letras que no comprendía, arremolinada en círculo a su alrededor.
Angora la esperaba junto a la losa, ataviada con una túnica de color blanco. Cuando la muchacha llegó hasta ella le tendió la mano y se la besó de forma delicada, casi reverencial.
—Recuerda lo que te conté cuando solicitaste la prueba de su existencia —le dijo, dedicándole una sonrisa.
Amelie le devolvió el gesto, aterrada y emocionada al mismo tiempo. Jamás podría olvidar aquella tarde en la que sus convicciones se habían quebrado como un cristal. Tal y como le pidiera su aya, había rezado a aquel extraño Dios, proyectando en la piedra todo el odio que sentía hacia su padre y sus secuaces. Al principio no sucedió nada, pero de repente el agua se había agitado con violencia y ambas vieron una silueta bajo la superficie, que dejaba un brillante objeto antes de esfumarse.
“Anda, ves” le había dicho la mujer entonces. Y ella la había obedecido temblorosa, introduciéndose hasta los tobillos para luego coger su regalo, una enorme concha de oro macizo…
La joven volvió al presente, percatándose de que durante un segundo había retrocedido en el tiempo.
—¿Estás preparada, mon petit fleur? —quiso saber Angora, soltándole la mano.
—Lo estoy —respondió Amelie, un poco nerviosa.
—Invoquemos pues a los subordinados del Dormido, para que lleven a cabo el sacrificio y lo alimenten de las tinieblas de sus corazones perversos.
—¡PH’NGLUI MGLW’NAFH CTHULHU R’LYEH WGAH’NAGL FHTAGN…! —cantó la multitud.
—¡OH, DORMIDO, QUE SUEÑAS DESDE LOS TIEMPOS ANTIGUOS EN TU CIUDAD OCULTA! –exclamó la mujer—. ¡VUELVE A ACUDIR ANTE LA PRESENCIA DE ESTA BELLA FLOR, QUE ESCUCHA TU LLAMADA Y YA CREE CIEGAMENTE EN TU PODER!
—¡PH’NGLUI MGLW’NAFH CTHULHU R’LYEH WGAH’NAGL FHTAGN…!
—¡OH, REY DE LOS DIOSES DEL INFRAMUNDO SUMERGIDO, ILUMÍNANOS CON TU PRESENCIA ASTRAL, ACEPTA EL SACRIFICIO DE SANGRE QUE TE OFRECEMOS!
Amelie alzó los brazos al cielo y se postró frente a la lápida; después besó a la figura más grande. “Acude a mí, precioso salvador” le rezó en silencio. “Acude a mi llamada y venga mi roto corazón”.
Entonces la muchacha retrocedió asustada, pues varios puntos luminosos comenzaron a aparecer en las siluetas, como si hubieran abierto los ojos para mirarla. De repente sintió que una fuerza bestial brotaba de la piedra, al mismo tiempo que una presencia amorfa y traslúcida, gigantesca, se iba perfilando sobre su cabeza.
El ser le hizo una reverencia y se fragmentó en un millar de diablillos brumosos, que corrieron hacia la mansión.
La joven los vio marcharse con los ojos abiertos como platos, comprendiendo lo que aquello significaba. El Dormido la había escuchado, aceptando el sacrificio. Y el destino de los causantes de su desgracia estaba sellado.
Los tambores reverberaban por todo el pantano y su potente sonido inundaba los oídos de Musaraigne, que corría como alma que llevaba el diablo hacia la mansión. Una tempestad se arremolinaba sobre el cielo nocturno, tiñéndolo momentáneamente de blanco cada pocos minutos.
“Estamos bien jodidos” pensó, deteniéndose un instante para recuperar el aliento. Los había visto a todos celebrando aquel ritual oscuro y sabía que invocaban a una fuerza destructora. Lo sentía en cada partícula de su cuerpo. “He de conseguir algo con lo que defenderme” se dijo para reconfortarse.
Al entrar en la residencia percibió que un insoportable hedor a pescado en descomposición impregnaba el aire, provocándole arcadas. Salió veloz hacia el despacho y cuando ya le quedaba muy poco para llegar, unos disparos resonaron por el pasillo, logrando que diera un brinco. Reconoció el sonido de las escopetas de caza de monsieur Crow. “Maldtia sea”. Él sólo deseaba armarse hasta los dientes, si el bastardo de su amo vivía o moría le importaba muy poco. Las puertas de madera lo esperaban abiertas de par en par, por lo que se asomó en busca de la deseada vitrina. Contuvo el aliento, preso del terror.
Una sombra amorfa y enorme sujetaba a uno de los capataces por el cuello. Su arma yacía tirada en el suelo, a cierta distancia… El hombre flotaba en el aire, luchando contra una fuerza que escapaba a su control. De repente la figura fantasmagórica le arrancó toda la ropa de un estirón, dejándolo casi desnudo. El mayoral intentó darle patadas, se revolvía mientras le agarraban de la piel del pecho y lo despellejaban de cuajo, salpicando escarlata por todas partes.
Musaraigne chilló histérico, corrió hacia la escopeta y logró agarrarla, apuntó con pulso tembloroso, viendo como el ser arrojaba el cadáver por una de las ventanas, quebrando los cristales. Sintió que lo miraba, sintió la furia de un depredador implacable preparándose para atacarlo. Disparó y la bala traspasó a la entidad, que comenzó a fragmentarse en miles de pequeños seres de menor tamaño. El hombre gritó y huyó hacia las habitaciones del piso superior. Cuando había ascendido por la mitad de la escalera resonó otra detonación y necesitó darse la vuelta.
El otro capataz de monsieur Crow disparaba a los diablillos desde el hall, gritando a pleno pulmón. Un segundo más tarde la marabunta se abalanzó sobre el pobre cretino, que chilló mientras se agitaba desesperado por sacárselos de encima; sus gritos fueron subiendo de volumen hasta convertirse en alaridos llenos de agonía. Entonces reventó en mil pedazos, levantando una niebla roja que flotó en aire como una flor escarlata.
El esclavo gitó, apartó la mirada y sintiéndose desfallecer, aceleró el paso hasta la primera planta.
—¡POR AQUÍ! —le gritó su amo, que se asomaba desde la puerta de sus aposentos, pálido como la luna.
El hombre entró en la estancia, apresurado.
—¡AYÚDAME A MOVER EL ARMARIO, DEPRISA! —le exigió monsieur Crow. Presentaba un aspecto lamentable, lleno de heridas y con la ropa desgarrada.
Musaraigne obedeció sin rechistar; el mueble pesaba y les costó desplazarlo hasta la entrada, aunque sabía que aquello no sería suficiente.
—Esto los entretendrá —añadió el viejo—. Llevo un mes preparándome, esa zorra me advirtió… —escupió en el suelo, su saliva tenía un aspecto rojizo—. Debería haberla colgado, junto a la zorra de mi hija. Perras desagradecidas, quieren aniquilarme —su expresión adquirió un semblante horrible, una máscara de locura abrumadora—. Pero soy un hombre luchador, ¡NO MORIRÉ POR SU MALDICIÓN! ¡MIRA!
Musaragne siguió la dirección de su dedo, que le señalaba hacia el interior de la habitación. Contuvo el aliento. “Dios bendito” se dijo. La estancia estaba llena de barriles, de los cuales sobresalían mechas largas que se enzarzaban las unas con las otras. Notó el característico olor de la pólvora, comprobando que había esparcida por todas partes.
—¡COMPRAR ESTO HA ACABADO DE LLEVARME A LA RUINA! ¡PERO A LA MIERDA EL DINERO, NO SIRVE PARA UN HOMBRE MUERTO COMO YO!
“Maldito chiflado” caviló el esclavo. Todo había sido culpa suya, él había traicionado a los amantes debido al miedo que le tenía a aquel malnacido loco y suicida, a sus palizas continuas… Pero ahora lo veía tal y como era, un bastardo. Y morir no entraba en sus planes, por no mencionar que iba armado. El odio transformó su expresión de cordero, dejando al señor paralizado de terror cuando lo encañonó con la escopeta y lo apuntó a la cara.
—¡Esto es lo que mereces, maldito hijo de puta! ¡MORIRÁS POR LA MANO DE UNO DE LOS NEGROS A LOS QUE TORTURASTE!
Comenzaron a golpear la puerta con fiereza y el armario botaba de forma brusca cuando su dedo apretó el gatillo, volándole los sesos al viejo. El cuerpo cayó sobre una mesa cercana, en la cual habían varios candelabros con velas encendidas, la tumbó.
“Grandísima mierda” pensó Musaragne por última vez, viendo lentamente como los cirios tocaban el suelo, saltando un chispazo…
La explosión fue tan intensa que se oyó por todo el pantano. Durante un segundo cesaron los tambores y los cánticos.
Amelie cerró los ojos, sabedora de la muerte de su padre. Pero no podía lamentarlo, no después de sus horribles actos. Tampoco añoraría a su mansión destruída, pues sabía que podía construir otra mejor, una que no estuviera manchada por la desdicha.
Un murmullo se acercó hasta ellos y la marabunta de diablillos apareció correteando. La multitud se apartó para dejarles pasar y contempló como éstos chocaban contra la piedra, tiñéndola de rojo. En menos de un minuto ya no quedaba ninguno y la superficie ancestral brillaba por la sangre fresca.
—Es el momento, mi niña —sentenció Angora.
Tocó la superficie húmeda, manchándose un dedo de escarlata. A continuación dibujó unos extraños símbolos sobre la frente de su ama.
—Recuerda que a partir de esta noche deberemos realizar un sacrificio al Dormido cada cinco años para no despertar su cólera y nos maldiga.
La joven tragó saliva, nerviosa. Por fortuna, aquella deidad no tenía preferencias en cuanto a la sangre humana. Le bastaba con cualquiera, fuera honrada o aberrante. Y ella sentía predilección por entregarle a bastardos como su progenitor.
—Nadie romperá el rito —respondió, segura de sus palabras. Ambas se sonrieron.
—¡Traédmelo! —ordenó Angora.
El cielo crujió sobre sus cabezas, precedido por los tambores y los cánticos. Una chiquilla pequeña y bonita se acercó a las mujeres con un voluminoso paquete envuelto en seda blanca.
El aya se lo quitó de las manos con un cariño reverencial y los ojos brillantes. Acarició la tela y la besó, mientras dejaba atrás a la multitud y entraba en el agua, hasta quedar sumergida por las rodillas. Seguidamente fue desenvolviéndolo poco a poco, dejando visible una única pieza de piel humana, con un rostro que nunca se cansaría de mirar.
—Han pagado muy caro tu asesinato, mon petit —le susurró—. Pero tu piel dará comienzo a una nueva era, tú serás el recipiente necesario para el contacto.
Sus manos fueron sumergiendo el pellejo, hasta que lo dejaron flotando.
—¡Oh Dormido! —exclamó, alzando los brazos al cielo—. Ven a nosotros, acude a la llamada de tu preciosa flor… ¡PH’NGLUI MGLW’NAFH CTHULHU R’LYEH WGAH’NAGL FHTAGN…!
—¡PH’NGLUI MGLW’NAFH CTHULHU R’LYEH WGAH’NAGL FHTAGN! —cantó la multitud.
Angora regresó hacia la lápida y la muchacha. La niebla del lugar retrocedió como un oleaje, adquiriendo la forma de una infinidad de tentáculos exhorbitantes, que se introdujeron en el interior de la piel sin carne, hinchándola y dándole el volumen perdido.
Amelie se cubrió la boca con las manos. Su Antonine surgía del agua cubierto hasta la cintura y la miraba de forma penetrante. Ella lloró de felicidad y lo deseó; sabía que en su interior se condensaba la energía del Dormido, pero al menos volvería a tocar a su amor, aunque fuera una sola vez.
—Vé con él, mi flor —le dijo el aya.
La joven quitó el broche de la capa, que resbaló lentamente sobre su piel, dejándola desnuda.
—Te desea, será dulce contigo.
Amelie respiró fuerte y se dirigió a su destino con una sonrisa en los labios. Pronto quedó sumergida hasta las pantorrillas, siguió adelante ignorando la frialdad del líquido y llegó a su amigo inseparable, al hombre con el que había soñado una vida en común. Él la miró con ojos rojos, se dejó abrazar y besar.
—Te amo, Antonine —susurró ella, percibiendo que él la apretaba fuertemente contra su cuerpo y la iba hundiendo poco a poco.
La tempestad llegó a su cénit y un aguacero se desplomó sobre el antiguo cementerio. Empezaron a caer rayos en algunos árboles, en la superficie del lago…
—¡NO DEJÉIS DE TOCAR NI DE CANTAR! —exclamó Angora, riendo ante el poder de los ancestros.
Y la orilla fue irradiando una luz cada vez más intensa, dorada, un millar de sombras bajo la superficie dejaban su presente, que se iba condensando hasta que montones de gemas y figuras de metal precioso emergieron como icebergs, cubriendo la arena y las piedras de oro macizo.
El ritual siguió su curso. La tormenta amainó impregnando el aire de un fresco aroma a humedad. Amelie emergió renacida, tal y como había imaginado en sus fantasías cargadas de inocencia perdida. Cesaron los tambores y los cánticos, la multitud la aplaudió y se arremolinó en torno a la lápida, que se había secado, quedando tiznada de granate oscuro.
Nada más verla Angora corrió hacia ella y la ayudó a caminar sobre el terreno dorado.
—Ha sido bueno conmigo, tal y como dijiste —dijo la joven, que miraba a su alrededor deslumbrada por el brillo del oro y las piedras preciosas.
—Lo celebro, mon petit fleur —respondió el aya, abrazándola—. Observa su presente, el Dormido te ha convertido en la reina de La Luisiana.
—Nos ha convertido a todos en reyes —la corrigió Amelie—. Mientras yo sea rica, vosotros también lo seréis, se acabó la violencia.
Angora le sonrió mientras la cubría con una manta de tacto delicado.
—¿Y ahora que haremos? —preguntó la muchacha, tiritando.
—Ya hemos solucionado tu falta de dote. Ahora, hay que buscarte un buen esposo. Y tengo al candidato perfecto, uno que ya te ama en secreto.
—¿Nathaniel Mirror?
—En efecto, preciosa. Es guapo, sano e inteligente, y posee un corazón noble repleto de pureza. Acudirás a su mansión como una damisela en apuros, llorando la muerte de tu padre. Y lo seducirás, te meterás en su cama tentándolo con tu belleza, dejarás que como todos los hombres, te deseé y luego permitirás que te posea. Es un joven de honor. Y sus padres, sabiendo de tu increíble riqueza, no se opondrán al matrimonio.
—Pero es harto conocido por todos que padre malgastó nuestra fortuna en prostitutas, alcohol y apuestas… Y las plagas, nadie las olvida…
—No te preocupes Amelie. Yo me encargaré de abrirte las puertas a la alta sociedad. Incluso podrías volver a enamorarte, Nathaniel es el objeto de deseo de muchas mujeres, te envidiarán.
La joven le acarició la mejilla. Desde luego, monsieur Mirror era la mejor opción. Sus padres habían intentado casarlos antes de que la fama de su maldito progenitor decayera, junto a la de la plantación.
—Tal vez me enamore —le dijo a Angora, con voz melodiosa— Aunque nunca jamás lo haré como amé a tu hijo. Él siempre estará en mi corazón, ya lo siento aquí —le cogió la mano y la colocó sobre su vientre. Las dos sabían de quién era la semilla que germinaba en la matriz de la muchacha. Pero para Amelie, sería el hijo de su verdadero amor.
Al oír el sonido de la puerta, Nathaniel se volvió de repente. Angora entró en la estancia, con dos preciosas criaturas en los brazos.
—¡Dios mío! —exclamó el joven, lleno de asombro—. ¡Pero si son dos! ¡Soy muy feliz, François!
—Le felicito, monsieur —le dijo la mujer—. Son varones sanos y fuertes.
El esclavo la miró a los ojos, antes de centrarse en los recién nacidos. Uno tenía el cabello oscuro como las plumas de un cuervo, mientras que el del otro era de un color castaño claro, igual que su amo.
—¿Y mi esposa, está bien? —preguntó el muchacho, con un deje de ansiedad en la voz.
—Está bien, ahora duerme. ¿Desea entrar a verla?
—Oh sí, por favor. Es lo que más deseo en este momento… ¡François, avisa a mis padres, a todo el mundo! ¡Soy padre de mellizos!
Linaje de sangre por Ramón Márquez Ruiz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )
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