Los alaridos de padre resonaban en las tinieblas. Shirley apenas podía caminar o mantenerse en pie y avanzaba despacio, llorando tanto que le faltaba el aire.
¿Por qué sucedía aquello? El mundo le parecía un lugar de pesadilla, carente de sentido.
El pozo había indicado a la joven qué dirección seguir y conocía tanto Wesborth que incluso a oscuras era capaz de llegar a la iglesia, si no la mataban aquellas criaturas primero. Cuando había conseguido avanzar unos pasos se hizo el silencio y supo que su progenitor había muerto. Sintió una fuerte presión en el pecho. Le fallaron las piernas y cayó al suelo, quedando sentada en la oscuridad. Chilló fuera de sí, traspasada por el dolor. Ya no le importaba nada, aquellas malditas bestias del bosque podían hacer con ella lo que quisieran. Una dolorosa quemazón le subía por el brazo y le llegaba hasta el cuello, lo notaba palpitar como si hubiera otro corazón en él. Sentía que la fiebre le arrebataba las fuerzas. Tenía frío a pesar del terrible calor. Quiso rendirse allí mismo, cansada de sufrir.
Y de repente recordó a Will. Padre le había hecho prometer que lo buscaría, no podía dejar a su hermanito solo en el mundo. Tenía que llegar a su lado. Además, quizá el agua bendita la curase. El niño merecía al menos que lo intentara.
Ese pensamiento logró que la muchacha reuniera las fuerzas necesarias para levantarse y empezó a caminar de nuevo. La casa de Dios no tardó en aparecer a lo lejos, iluminada por abundantes velas que le daban un toque irreal, casi fantasmagórico. Arrastró los pies y continuó hacia delante, en un tramo que se le hizo interminable. Cuando llegó junto a las puertas las empujó hacia dentro con un arduo esfuerzo, consiguiendo abrirlas lo suficiente para pasar. Quedó cegada durante un momento.
—¡Shirley! —la llamó una voz infantil.
La joven recuperó la visión. Por todos lados había velas encendidas, incluso en el altar. Se dio cuenta de que notaba los colores de una forma distinta, con mayor intensidad. Y comprobó que habían colocado bancos en la entrada, en un burdo intento de sellarla. Entonces vio a su hermano y cualquier otro pensamiento se esfumó. El pequeño la miraba con los ojos muy abiertos, parado en medio del pasillo que se abría entre las dos hileras de asientos. Su expresión reflejaba desconcierto, un atisbo de miedo quizá. Pero no le importó. Se dejó caer de rodillas, exhausta, abriendo las brazos hacia él.
—¡Estás bien, gracias al cielo! —consiguió decirle, notando como las lágrimas volvían a correr por sus mejillas. El niño venció su reticencia y corrió hacia ella, abrazándola bien fuerte.
—¿Dónde está padre? —preguntó Will, reprimiendo un sollozo.
Su hermana necesitó concentrarse. A cada minuto se encontraba peor y no podía pensar con claridad. Miró hacia la pila bautismal que descansaba muy cerca del altar, consciente de que quizá tenía cercana la salvación.
—Ahora viene —mintió, aguantando un lamento—. Necesito… necesito que me ayudes a llegar hasta el agua.
El pequeño asintió. Como pudo la sujetó mientras se ponía en pie. Dieron un paso tambaleante. Y otro. Y otro más, hasta que a mitad de camino Shirley no soportó el peso de su cuerpo y volvió a caer postrada de rodillas. Le costaba un gran esfuerzo respirar, sentía que se ahogaba.
—¡Hermana! —exclamó el niño, abrazándola.
La muchacha se miró las manos conteniendo el aliento. La infección ya se había extendido hacia el otro brazo, como una maraña de venas oscuras que devoraban cada palmo de su piel. Las sentía palpitar y arder. Intentó pensar…
—Will, tendrás que traerme tú el agua —logró decir—. Busca cualquier cosa, por favor.
El niño asintió y corrió a través del pasillo. Mientras inspeccionaba cerca de la pila y acercaba una silla para poder subirse, Shirley se dio cuenta de algo que al principio le había pasado inadvertido.
—¿Y el reverendo? —preguntó con la voz vacilante.
—Se ha encerrado en la sacristía —respondió el niño.
La joven maldijo a aquel hombre cobarde por todos sus pecados y por dejar a un crío solo ante el peligro. Pero no dijo nada. Se hizo el silencio. Luego oyó como el pequeño regresaba a su lado. Vio que en la mano llevaba una copa llena hasta el tope y supo de donde la había cogido. Sintió un escalofrío al tener un pensamiento oscuro, temerosa de Dios. Pero luego recordó que quizá él jamás había estado en Wesboroth. Y el objeto sagrado perdió el poder de atemorizarla.
—¡Toma Shirley! —exclamó el niño, tendiéndole el recipiente.
La joven bebió un largo trago y se tiró el resto sobre la cabeza y los brazos. No percibió ninguna mejora.
—¡Voy a por más! —chilló el niño, quitándole el cáliz vacío.
Pasaron unos segundos.
—No servirá de nada, cariño —se escuchó una voz de mujer—. No estás maldita, ni enferma tampoco.
La joven se volvió hacia la puerta.
—¡Asesina! —le escupió a Mildred. La anciana la miró con un brillo de pena en los ojos. Luego se afanó en ir apartando los obstáculos de las puertas.
—Yo no tengo la culpa de lo que ha sucedido en este pueblo, ni siquiera a tu padre —añadió, dándole la espalda—. Y no puedo ejercer influencia sobre los seres del bosque.
—¡Mentira!
Will regresó junto a su hermana con la copa llena hasta el tope. Miró a la anciana de soslayo mientras le tendía el recipiente.
Shirley bebió largos tragos y volvió a rociarse otra vez. La vieja se giró un momento y contempló la escena.
—Vuelvo a decirte que no servirá de nada —añadió, mientras el crío caminaba hacia a la pila de nuevo.
La muchacha decidió ignorarla. El niño repitió los viajes cargado con el cáliz lleno hasta el borde varias veces, sin lograr ningún resultado.
Y la mujer siguió con lo suyo. De repente el ruido de una puerta la distrajo. Entonces ambas miraron hacia la sacristía, topándose con la atónita mirada del reverendo, que las estudiaba desde el umbral, con una voluminosa cruz de madera entre las manos. Todo sucedió muy deprisa…
El crío se detuvo a mitad de camino, cuando volvía con otra tanda de agua, petrificado por el miedo. El hombre le dedicó un rápido vistazo, después desvió su atención hacia la anciana y por último se fijó en Shirley. Soltó un grito aterrado.
—¡BLASFEMIA! —bramó, fuera de sí—. ¡AVANDONA LA SAGRADA CASA DE DIOS, DEMONIO!
El reverendo echó a caminar a paso veloz hacia ellos. Will se interpuso en su camino.
—¡Es mi hermana! —exclamó. Chocó contra él y le mojó las piernas—. ¡La estoy curando con agua bendita!
El hombre lo apartó de malos modos y lo miró extrañado. Vio el cáliz que llevaba en la mano. Su tez comenzó a teñirse de un brillante carmesí, al mismo tiempo que su expresión fofa se contorsionaba por la rabia.
—¡MALDITO ENGENDRO DEMONIACO! —vociferó—. ¡HAS CORROMPIDO ESTE LUGAR SAGRADO!
El pequeño se encogió aterrado.
—¡TENDRÍA QUE HABERTE DEJADO EN LA OSCURIDAD CUANDO SE MARCHÓ TU PADRE!
Shirley contuvo el aliento mientras contemplaba como el reverendo alzaba el brazo…
Will recibió el golpe en la cabeza y salió despedido hacia un lado. Su sien chocó contra el borde de uno de los bancos, sonó un desagradable crujido y cayó de espalda al suelo. Sus ojos, muy abiertos, habían dejado de brillar. Un charco de sangre rodeó su cabello dorado como una aureola.
La muchacha gritó fuera de sí e intentó ponerse en pie. Lloraba con tanta intensidad que apenas era capaz de ver. Finalmente decidió arrastrarse hasta llegar junto a él.
El reverendo se quedó pasmado, mirándolos. La cruz se le escurrió entre los dedos. No vio venir a Mildred, ni como ella sacaba del cinto un palo grueso, ni siquiera el golpe que le propinó. Se desplomó inconsciente y la mujer aprovechó la ocasión para maniatarlo con unas cuerdas que portaba enrolladas alrededor de la cintura.
—¡TÚ SI QUE ERES UN ENGENDRO DEMONIACO! —le escupió, propinándole una furiosa patada.
Shirley acunaba a su hermanito entre los brazos y lo mecía despacio. El niño ya se había marchado.
—¿No han llegado a morderlo, verdad? —preguntó la anciana entonces, haciendo un gesto cansado—. Dios mío, no sé como he podido despistarme…
La joven la ignoró. Sollozaba, sin importarle la sangre que le manchaba las manos y la ropa.
—Escucha cariño, ya no podemos hacer nada. Él se ha ido a un lugar distinto, lleno de amor. Pero tú ya estás casi transformada.
—¿Qué? —reaccionó ella entonces—. ¡YO ESTOY MALDITA!
—No, cariño, te equivocas. Los seres del bosque jamás harían daño a las almas inocentes ni a los niños. Te han bendecido con el ósculo del renacimiento. Es un don que pueden otorgar cuando han tomado su forma tenebrosa, llevados por la ira.
—¡HAN ASESINADO A TODO EL PUEBLO! ¡SON MONSTRUOS!
Mildred se mordió el labio. Sus mejillas ya estaban empapadas. Después comenzó a forcejear con la muchacha, hasta que logró arrebatarle el cadáver y lo dejó tumbado con sumo cuidado. Le cerró los ojos y lo besó en la frente con ternura. Parecía un angelito dormido.
—¿Sabías que mi Grace era una princesa del bosque?
La joven se cubrió la boca con las manos, sorprendida. Seguía llorando.
—Su rey se enamoró de una dulce muchacha de Salem y de la unión nació ella. Acontecimientos como ese sólo ocurren cada mil años. Pero entonces vinieron los juicios y a su madre la quemaron por bruja.
Se hizo el silencio. Shirley ahora la miraba.
—Grace y yo nos conocimos en los bosques poco antes de aquel terrible suceso. Supimos que éramos almas gemelas nada más vernos por primera vez. Y cuando comprendimos que nos amábamos, los seres del bosque me aceptaron sin reservas. Entonces vinieron el escándalo, los juicios y las ejecuciones. Una parte del alma de Salem ardió. Mi amor aceptó el trágico destino de su madre y le hizo prometer a su padre que no habría represalias. Vinimos a Wesboroth con la esperanza de crear un enlace que sanara las heridas y ayudara a despertar las mentes cerradas de los hombres. Pero aquí siempre ha habido mucha oscuridad, demasiada. Y ella también ha muerto de un modo atroz.
La anciana le tendió una mano a la muchacha y la ayudó a levantarse. Era más fuerte de lo que aparentaba.
—Necesito que veas una cosa, vamos a fuera.
¿Y si era una trampa? Shirley se dejó llevar, pues ya todo le daba lo mismo. Mildred la sujetaba con ternura para que no cayera y caminaban despacio. Un paso. Otro más, y otro y otro, hasta detenerse en el umbral de la puerta. Los seres rodeaban el templo por todos los flancos, esperando en los límites de la luz. La oscuridad quedaba invadida por orbes rojos y brillantes.
—Ellos se han cansado, nos ven como una amenaza hacia nosotros mismos y hacia todo cuanto nos rodea. Por eso están atacando simultáneamente a los pueblos cercanos a sus dominios. ¿Puedes sujetarte sola?
La joven asintió y se apoyó contra la pared para no caer. Entonces la mujer fue apagando las velas hasta dejar el exterior a oscuras. Los seres del bosque comenzaron a acercarse. Y la muchacha se dio cuenta de que los veía distintos… Las brumas negras que los envolvía comenzaron a disiparse para ella, mostrándole a los seres más hermosos que había visto en su vida. Eran hombres y mujeres de diferentes tonos de piel y complexiones, de cabellos largos y orejas puntiagudas. Iban vestidos con elaborados ropajes compuestos de flores, cortezas de árboles y plumas, otorgándoles un exótico aspecto de realeza de cuento. De sus espaldas sobresalían enormes alas muy parecidas a las de las mariposas.
—Son… Son preciosos —soltó con un hilo de voz.
Varios de ellos avanzaron unos pasos y la muchacha soltó un gritito al reconocerlos. Todos los niños de Wesboroth le dedicaban sonrisas felices desde sus nuevas y mágicas formas. Hanna Vaughn, su mejor amiga, la saludó con un gesto de la mano.
—¿Tu padre se sirvió de los polvos de Grace para curarte, verdad? —quiso saber la anciana.
Shirley asintió.
—Eso explica por qué has tardado tanto en transformarte. Pero ya no importa, estás lista.
—¿Y Will? —preguntó la joven, llorando de nuevo— ¡No quiero dejarlo solo!
Mildred se le acercó y le acarició la cara.
—Te lo dije antes —respondió—. Hay una energía en el más allá compuesta de amor puro e incondicional. Incluso los seres del bosque se unen a ella en el caso de que mueran, todos lo hacemos. Tu madre ahora mismo está abrazando a Will. Incluso tu padre está con ellos, porque a pesar de su traición era un buen hombre. Nada has de temer, mi niña.
La muchacha se dejó conducir hacia la calle. Pronto ambas quedaron rodeadas por las criaturas del bosque. Su cuerpo empezó a sufrir convulsiones de forma violenta, sintió unas últimas punzada de dolor que la recorrieron desde los pies hasta la cabeza. Luego vino la calma absoluta. Entonces un intenso júbilo empezó a invadirla por dentro, haciéndola brillar bajo su desfigurado cuerpo. Comenzó a deshacerse en pequeñas y danzarinas virutas negras que flotaban gráciles a su alrededor.
—¿Y qué pasará con el reverendo? —quiso saber. De su carcasa mortal solo quedaba un torso que desaparecía deprisa.
Mildred volvió a sonreírle.
—Nos encargaremos de él, cariño. Te prometo que morirá gritando.
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Me llamo Ramón Márquez Ruiz y soy escritor, diseñador gráfico e ilustrador. Bienvenidos a Novelesco. Si deseas saber más cosas sobre mi, clica abajo. Muchas gracias por leerme ; )
Hola Ramón, la conclusión de Los susurros de la noche nos deja una sensación de esperanza entre la «justicia divina», y la venganza que se cierne sobre el reverendo. Un cuento de terror gótico muy bien trabajado y con una narrativa pegada a la mejor cinematografía fantástica de actualidad. Enhorabuena por tu creatividad en el conjunto de la historia y por este sorprendente final. Un gran abrazo y feliz año literario 2019.
¡Muchas gracias por comentar, Miguel! Me alegro de que te haya gustado el cierre de este cuento gótico. Tenía claro el final desde el principio pero mentiría si dijera que no me ha costado nada escribirlo, jaja. La verdad es que se me ha resistido y he tenido que batallar bastante para sacarlo. Y por tu comentario parece que no me ha salido mal del todo, se agradece. Me lo han dicho bastante que uso un lenguaje muy cinematográfico. Tengo mucha imaginación y suelo ver lo que deseo escribir como si se tratara de una película se tratara, mas o menos. Supongo que eso ayuda, aunque a veces cueste encontrar las palabras para hacerlo. Espero que también tengas un feliz 2019, nos seguimos visitando. ¡Un fuerte abrazo!
Termino la lectura aliviado, jeje. Por un momento pensé que habría un final trágico pero tratándose de una historia fantástica, una especie de cuento de fantasía, aunque con tintes de terror, no podía faltar un desenlace mágico y feliz.
Estupendo relato que nos ha tenido en vilo durante todos sus episodios.
Un abrazo.
¡Muchas gracias por comentar Josep María! Me alegro de que hayas terminado de leer este relato y de que te haya gustado el desenlace. Es un final un poco agridulce por lo del niño pero la buena de Shirley tiene un buen final. Y el reverendo también, aunque en un sentido totalmente oscuro, jeje. ¡Un fuerte abrazo! ; )